Masiosare, domingo 8 de febrero de 1998
Sebastián Pérez es un indígena pobre con una historia de miedo, que comenzó cuando su hijo y su yerno se sumaron a las filas de los paramilitares priístas. ``El problema empezó porque decían que los zapatistas iban a entrar a matar a los priístas. En las noches se oía que disparaban armas; también quemaban bombas. A veces no podíamos dormir, así era casi todas las noches''.
Sebastián vivía en el ejido Los Chorros, una suerte de santuario de los paramilitares, quienes durante meses controlaron la vida de los habitantes y castigaron a los desobedientes, incluso con la muerte.
El 17 de septiembre de 1997, cuenta Sebastián, Antonio Santiz Entzin, ``el mero mandón'' del lugar, llamó a toda la gente de Los Chorros a una junta.
``Todos llegamos. El Antonio se puso a decir que los zapatistas ya estaban entrando a todos los pueblos, que nos iban a matar. Pero nunca los miramos, sólo lo decía.''
En esa reunión, Santiz Entzin también dijo que los miembros de Las Abejas estaban de acuerdo con los zapatistas y que ellos debían defenderse de ambos grupos.
Luego, siempre en la versión de Sebastián, Antonio sacó de su morral una pistola y, mirando a la gente, dijo: ``Tenemos que tener nuestras armas para defendernos. Yo no tengo miedo que lleguen los zapatistas porque tengo mi arma y me puedo defender''.
De unos trapos que había en el suelo, Santiz Entzin sacó un rifle AK-47 y siguió hablando mientras alzaba el arma con orgullo: ``Todos debemos tener un arma. Tenemos que comprar armas para defendernos. Todos tenemos que cooperar. El que no quiera lo vamos a matar por traidor''.
La gente permanecía en silencio, mientras el jefe paramilitar seguía con su rosario de amenazas. ``Los que no quieran cooperar van a hacer guardia sin arma'', dijo finalmente, y fue entonces cuando exigieron una ``cooperación'' de 400 pesos por familia. Reunido el dinero, Santiz comisionó a varios jóvenes para que fueran a comprar ``cuernos de chivo'' a San Cristóbal de las Casas.
Los priistas vivian del robo organizado
En Los Chorros se armaron unos 70 hombres. Todas las noches salían a hacer su guardia y a que les enseñaran a usar las armas.
Estos hombres armados mantenían una relación estrecha con los policías de Seguridad Pública estatal: ``El Lorencito, ese muchacho tan joven (Lorenzo Pérez Vázquez), se paseaba con su cuerno de chivo. Se iba donde estaban los policías y les mostraba su arma. Ellos también le enseñaban las suyas'', dice Sebastián.
En Los Chorros se planeaban los ataques a las comunidades. ``Los hombres armados salían a otros parajes, iban a quemar las casas de los civiles'', dice Sebastián, quien recuerda un hecho que le contó su hijo: ``Al principio lo quemaban todo, pero luego los policías les dijeron que no, que sacaran primero las cosas. Entonces sacaban los costales de maíz y de frijol, los radios, machetes, picos, azadones, todo lo sacaban. Ya vacía la casa le echaban gasolina para quemarla''.
Los paramilitares vendían las cosas que robaban para comprar armas. ``Avisaban a la gente que llegara a comprar. Todo lo daban más barato. Había gente que tenía hasta su televisión y la vendieron. Cuando acababan de vender se iban a comprar más armas. Así lo hicieron en todos los parajes''.
Antonio Santiz Entzin, El Cacicón, es un hombre rico. Un prestamista que se cobraba con las cosechas de café. ``Mucha gente lo busca para pedirle prestado. El tiene tres hijos grandes que también tienen su cuerno de chivo'', dice Sebastián.
El Cacicón era el encargado de las finanzas de los paramilitares y administraba también los castigos a la población. Un castigo como el que sufrieron siete ancianos de Los Chorros. Cada uno fue multado con 5 mil pesos y además los obligaron a cocinar para los paramilitares: ``Los pusieron a hacer comida, a pelar pollos y guajolotes, que robaban de otras comunidades. Ellos no eran mujeres, no sabían cómo hacer la comida. Los guardias son jóvenes que no respetan a los ancianos, se burlan de ellos. Con su cuerno de chivo llegan y les dicen a los ancianos: ÇQueremos comerÈ''.
La matanza, con uniformes de la policia
``Un día antes de que fueran a matar a Acteal, hicieron junta en Los Chorros. Ahí vimos que los guardias fueron a pedir su uniforme con los policías de Seguridad Pública. Ellos prestaron los uniformes. Se vistieron todos, se pusieron un pañuelo en la cara, subieron al camión y se fueron. No sabíamos que iban a matar. Allí iba mi hijo también y mi yerno'', recuerda Sebastián Pérez.
``Cuando regresaron todos contentos fueron a hablar por teléfono. Bebieron trago, ya no hicieron junta, sólo hablaron con el Antonio Santiz Entzin.''
Al día siguiente, ``empezaron a llegar los helicópteros y se asustaron los guardias. Hicieron junta otra vez y el Antonio ordenó esconder las armas, que iban a hacer un gran hoyo para esconderlas. Otros dijeron que no, que mejor es que cada uno de los guardias escondiera su arma donde él conozca para que lo vaya a sacar cuando lo necesite. Así lo hicieron y cada uno fue a enterrar su arma. Tenían como 50 armas de cuerno de chivo, también pistolas calibre 38 y 22''.
Fue entonces cuando se esfumaron los policías y llegó el Ejército, cuyos efectivos se estacionaron cerca del río.
Unos días después ``llegó la Policía Judicial y Derechos Humanos a sacar a tres mujeres que sus maridos ya habían salido. Cuando vimos que llegaron, salimos todos y les pedimos que nos sacaran, porque allí nos iban a matar. Como 333 personas salimos de Los Chorros. Salimos porque somos civiles y tenemos miedo que nos van a matar''.
Los asesinos siguen libres
Sebastián Pérez Gómez enlista a algunos de los responsables de la matanza de Acteal: Antonio Santiz Entzin y sus tres hijos, Alonso Entzin Jiménez, Juan Santiz Entzin, Pedro Luna Pérez, Antonio Méndez Jiménez, Pedro Méndez López, Domingo Entzin López, Enrique Girón, Martín Entzin Luna.
También menciona a Victorio Ruiz (que fue policía), Roberto Méndez Arias, Pablo Hernández Pérez (ex militar originario de Tzajalucum, quien controla Pechiquil). Otros: Ernesto Luna Guzmán, Javier Méndez Arias, Pedro Entzin Guzmán y Lorenzo Pérez Vázquez. De todos ellos, ``sólo el Lorencito está preso, los demás están libres''.
Después que salieron los desplazados, cuenta Sebastián, ``llegó el Manuel Anzaldo Meneses y sacó a 30 personas de las armadas. Se los llevó quién sabe a dónde, para protegerlos''.
Refugiados en Xoyeb, Sebastián y su familia sufren carencias como los otros miles de desplazados: ``No alcanza la comida, hay poca ayuda. La gente de Xoyeb ya se está cansando porque somos muchos que estamos allí. Nosotros queremos regresar a nuestras casas pero tenemos miedo de los guardias. Porque allí siguen y no sabemos si todavía están nuestras cosas, nuestro café, nuestra casa. No sabemos nada. Queremos una consulta con un licenciado para que nos diga si podemos regresar a nuestra casa''.
Y encima de las carencias, el miedo. ``Allí también con los refugiados se están metiendo los guardias'', dice Sebastián. ``En Xoyeb está el Musio Vázquez Luna, ese lo reconocieron que es guardia, lo agarraron los del concejo autónomo y lo entregaron a la PGR. Pero los de la PGR sólo le preguntaron dónde estan las armas y el Musio les fue a enseñar dónde enterró su arma. Allí lo encontraron su cuerno de chivo y 2 mil cartuchos, no lo podían cargar porque pesaba mucho. Pero el Musio sigue en el campamento de refugiados, lo dejaron libre, por eso mucha gente está enojada y tiene miedo.''
Sebastián Pérez no puede regresar a Los Chorros. Su hijo y su yerno son paramilitares. Pero ni siquiera eso le garantiza la vida.