La Jornada Semanal, 8 de febrero de 1998
ENTREVISTA CON ALBERTO ISAAC
La reciente muerte de Alberto Isaac tiñó de luto el ambiente de la cinematografía, el de la caricatura y el de la natación. En esta entrevista inédita, una de las últimas que concedió, Isaac reflexiona sobre sus orígenes, su amarga experiencia en la Olimpiada de Helsinki, su trato con Buñuel y su entrañable relación con el cine.
¿Cómo fue tu infancia? Sabemos que naciste en Colima en el año de 1925...
-En realidad no nací en Colima. Soy nativo de Coyoacán. Cuando tenía semanas de nacido, mi padre murió en un trágico accidente, dejando a mi madre con siete hijos. Entonces ella fue a refugiarse a Colima, donde vivían mi abuela y sus hermanas.
Yo fui el que tuvo mejor acogida: cumplí los sueños de mis tías abuelas solteronas. Fui el hijo postizo. Mi madre se fue a trabajar a la ciudad de México y, poco a poco, se fue llevando a mis hermanos mayores; yo me fui rezagando y mis tías apoderándose de mí. Viví rodeado de mujeres. Crecí en un paraíso de niño consentido.
-¿Trabajaste y estudiaste durante tu infancia?
-No, no trabajé. Estudié en las modestas condiciones que ofrecía la Colima de aquel entonces. A lo más que pude aspirar fue a la recién formada Universidad Popular de Colima, que contaba con unas cuantas carreras elementales. La principal era la carrera de maestro; entonces fui a la Escuela Normal y soy maestro. Viví de maestro normalista un tiempo y antes de recibirme vino la oportunidad de una especie de leva, que se hizo entre los muchachos que jugábamos algún deporte, para ir a competir en los llamados Juegos de la Revolución. Para sorpresa mía, gané el campeonato nacional de natación. Regresé a mi pueblo con fama y me enganché en ese circuito: realicé viajes internacionales, gané medalla de oro en dos Juegos Centroamericanos, gané en los Estados Unidos un campeonato nacional, fui a dos olimpiadas, a unos juegos panamericanos. Nunca fui, lo confieso, un deportista muy convencido. A tal punto de que ahora no veo deportes ni sé nada de eso...
-¿Tampoco te convencía el magisterio?
-Lo que no me convencía eran los sueldos. Estuve a punto de irme a estudiar a Estados Unidos, cuando gané en 1945 un campeonato de natación en Ohio y me ofrecieron una beca. DesgraciadamenteÊle diagnosticaron cáncer a una tía muy querida y me quedé con ella. Después me fui a la ciudad de México y me encaminé por el lado de la publicidad y el periodismo, que ya había empezado a practicar como amateur cuando aprovechaba mis viajes deportivos para reseñarlos. Hice crónica deportiva pero como no me gustaba tanto empecé a hacer cartones. Luego comencé a hacer crónica de cine y de espectáculos en general. Por fin logré colocarme como director del suplemento de espectáculos de el Esto. Como parte de mi trabajo, traté gente de cine y así fue como empecé a pensar en escribir guiones. El primero que realmente funcionó tuvo que ver con el Concurso de Cine Experimental. Emilio García Riera y yo escríbimos una adaptación de una obra de Gabriel García Márquez, amigo nuestro, quien me dijo que podíamos hacer la adaptación de cualquier cuento suyo. Escogí el que menos gastos de producción podía tener: ``En este pueblo no hay ladrones''. Invité a todos mis amigos, a toda la gente que yo conocía y respetaba, de modo que tuve un elenco lucidísimo. Ahora esa película se ve como el quién es quién de la cultura de ese tiempo. Me faltó Octavio Paz porque no estaba en México, pero también a él lo hubiera metido. Carlos Fuentes me reclamó no haberlo invitado. Estaban Luis Buñuel, Monsiváis, José Luis Cuevas, Abel Quezada, Juan Rulfo, García Márquez, Leonora Carrington, en fin. Nos divertimos muchísimo: fue una experiencia inolvidable porque no teníamos las presiones sindicales de horarios ni límites de tiempo, y como nadie cobraba alcanzó el dinero para todo. La película corrió con suerte y de ahí entré al cine profesional.
-¿Qué buscabas cuando empezaste a hacer cine? ¿Cuáles eran tus pretensiones?
-Pues las de todo cineasta joven: revolucionar al cine y ser el más fregón (risas). Y claro, se da uno cuenta de que en realidad nunca se termina de aprender, y entre el sueño y la realización media un espacio enorme. Generalmente uno suele echarle la culpa a que el cine mexicano es muy pobre.
No, también es falla personal, en la que intervienen muchas cosas de las cuales no tiene la culpa el cineasta, como la falta de continuidad en el ejercicio del oficio. El cineasta mexicano filma cuando puede. Hay tanto espacio entre una película y otra que se le olvida lo aprendido. El primer día en el set de mi última película (Mujeres insumisas) se me olvidó qué poner primero: ¿el sonido o qué? Se le olvida a uno la rutinita; después, a los dos o tres días, va uno agarrando el paso.
Yo planeo muy bien mis películas pero nunca se me quita la manía de improvisar. Por ejemplo, en Mujeres insumisas de pronto me encuentro con una actriz formidable, Regina Orozco. Fue una de las intervenciones más acertadas que he tenido: cuando la oí cantar, me di cuenta que era tan buena que modifiqué su participación en la película. Le mandé hacer ese vestido primoroso que se puso cuando canta Virgen de Medianoche y todo eso se hizo para el lucimiento de ella. Esa clase de improvisaciones se ve en todos mis guiones. También hay muchos cambios de diálogos: me gusta dar esa comodidad a los actores.
-¿Que tan importantes han sido tus amigos?
-Tuve mucha suerte. Al llegar a México tuve otra oportunidad increíble. Yo estaba muy joven y de repente me engancharon para un programa de televisión que se llamaba Duelo de dibujantes. Eran los tiempos prehistóricos de la televisión. Era un programa de media hora, donde salíamos cuatro dibujantes: Ernesto García Cabral -la figura más grande que ha habido en la caricatura mexicana-, Freyre, Guasp y yo. La mecánica era muy simple: dibujábamos y el público adivinaba. El maestro de ceremonias era Barrios Gómez, que era de alguna manera el villano sobre el cual cargábamos las bromas, y él las soportaba con mucha gracia. Yo llegué a ganar un dineral. Es la época en la que he ganado mejor en toda mi vida. Me dio una popularidad enorme, pero yo no quise seguir en esa línea. Alcancé a entrar en la cola de una generación de ``viejos geniales'' que ya no me correspondía. Conocí gente que ya era leyenda para mí, como Tata Nacho o como Cabral mismo. Me hice amigo de ellos. Cabral fue testigo de mi boda (en los programas del día del padre todos ellos llevaban a sus críos y a mí me prestaban un hijito). Fue un periodo de mi vida muy enriquecedor: tuve contacto directo con los que hicieron la cultura de ese tiempo. Entonces era más fácil hacer amigos. Además, era un México más pequeño: nadie era tan famoso ni tan rico como ahora. Es decir, García Márquez era un pobre diablo como nosotros; nos juntábamos en casa de Emilio García Riera los domingos, y a veces no teníamos ni para la botella de ron que nos íbamos a tomar. Era una penuria verdaderamente espantosa (risas). Pero ahí arreglábamos el mundo.
-¿A quiénes reconoces como especialmente importantes para tu formación artística?
-Luis Buñuel fue una influencia enorme, aunque sin llegar a una relación maestro-discípulo. Fue amigo hasta el final. No dejé de verlo. Lamento no haberlo visitado jamás, pero ya había empezado esa ciudad de México donde deja uno de ver a la gente. Otra persona muy cercana mí, porque trabajábamos en el mismo periódico, fue Renato Leduc. Amigos de pláticas enriquecedoras y sabrosas fueron Carlos Fuentes, García Márquez, çlvaroÊMutis, José de la Colina, Monsiváis. Mi amigo más cercano fue Abel Quezada. Con él coincidí: llegamos casi al mismo tiempo a la ciudad de México a vencer aquel monstruo, el DF, a orientarnos en el mismo sentido: los cartones, el humor. Fuimos amigos hasta el mero final.
-La mujer es una de tus obsesiones como cineasta...
-Sí, claro. Trato de penetrar abajo de la superficie de su naturaleza misteriosa y fascinante...
-¿Te facilitó las cosas el haber crecido rodeado de mujeres?
-Claro. El gineceo en el que viví me dio ocasión de tratar casi toda clase de mujeres. Tenía unas tías con un abanico así de edades (hace el gesto de abrirlo). Tenía una tía más o menos joven. Todas estaban siempre con la idea de querer casarse, y yo fui un hijo putativo de tres de ellas. Una, desde luego, fue la figura principal para mí. Ella suple a mi madre y a mi padre. Soy huérfano integral; por eso cuando me hablan de amor de padre y amor de madre no sé qué madres sea eso. Lo cual me ahorró el psiquiatra (risas); (finge la voz) ``mi papá me pegaba, mi mamá me pegaba''. No es cierto. Ni mamá, ni nada. Lo que sí tuve fue un amor terrible por mis tías.
-¿Hay una diferencia importante en tu manera de encarar el cine en la actualidad?
-Pues no, yo creo que básicamente es lo mismo, es la misma cuestión. Quizás haya aprendido más oficio. Mujeres insumisas está mejor contada que cualquieraÊde las anteriores. Pero me sigue quedando el mismo sabor de insatisfación, de que una cosa es lo que uno planea y otra cosa es lo que sale en pantalla.
-¿Cómo es la vida que llevas en Comala?
-Es muy agradable. Tengo ocho años viviendo allá y soy razonablemente feliz. Nunca había leído tanto como ahora. Nunca había escuchado tanta música. Me luce mucho el trabajo. Me da la ventolera de pintar: había empezado hace algunos años en el estudio de Abel Quezada. Pero ahora retomé eso. Ya hice mi primera exposición en Colima. Me gusta mucho pintar. Es un placer. Nunca he hecho nada que no me guste...
-¿Y sigues nadando?
-Todos los días. Tengo una piscina en mi casa. Tuve un problema de salud, un infarto, así que hago una vida muy sana, muy libre. Me puedo dar el lujo de no salir de mi casa por una semana. Mando cartones todos los días al Novedades, a Expansión, a Dicine y colaboro en un periódico de Colima, Ecos de la costa.