León Bendesky
Factores externos y fragilidad interna

La opinión convencional pone a los factores externos en el centro de los posibles obstáculos para la recuperación de la economía. Es evidente que la caída de los precios del petróleo y los efectos de la crisis en el este asiático han modificado las condiciones generales en que opera esta economía. Apenas después de aprobarse el presupuesto federal para 1998 tuvo que ser reducido el gasto público proyectado, y con ello se modificó la estimación del crecimiento del producto. No se puede prever ahora hasta dónde llegará el precio del petróleo, del cual depende de manera decisiva la posición financiera del gobierno, y no puede descartarse la necesidad de un nuevo ajuste recesivo del gasto. La tensión en el oriente medio podría ser un factor que evitara el mayor descenso de los precios del crudo y ello depende de la manera como se desenvuelva el conflicto entre Irán y Estados Unidos.

Por otro lado, aunque la inestabilidad en los mercados asiáticos de dinero y capitales no se ha manifestado de manera grave en la economía mexicana, sí ha hecho que la bolsa de valores se estanque y que el peso haya tendido a depreciarse frente al dólar, así que tampoco puede descartarse que provoque movimientos de capitales que modifiquen de modo adverso el comportamiento de las principales variables financieras.

Aunque, en efecto, estos factores externos son relevantes, no puede dejarse de lado que su repercusión se da en el marco de las condiciones internas de operación de la economía. Y estas condiciones son todavía tales que ocasionan una mayor debilidad para la mayoría de los agentes económicos y achican los márgenes de maniobra para resistir los choques externos. La forma en que el propio gobierno, los bancos y las organizaciones empresariales enfrentan la situación, hace aparecer a la llamada globalización como una fuerza ante la cual es prácticamente imposible oponer ninguna resistencia, con lo cual tiene a evitarse la discusión frontal sobre el curso de la política económica, la cual pone cada vez más en evidencia sus limitaciones para cumplir con su principal objetivo, el mejoramiento del bienestar de la población.

La economía mexicana no funciona ahora de una forma tal que pueda sostenerse el crecimiento que se ha observado después de la más reciente crisis ocurrida en 1995. La expansión del producto sustentado en las exportaciones está anclada en el sector maquilador y en unas cuantas ramas industriales desde donde las empresas trasnacionales se exportan a sí mismas. Esta plataforma exportadora no ha sido capaz de ligarse a una base de empresas locales que abastezcan de insumos y sirvan para regenerar las cadenas productivas destruidas por la manera en que se ha llevado a cabo la apertura de la economía. En este sentido, el programa industrial de Secofi ha estado muy lejos de los objetivos que se fijó para este sexenio. No es lo mismo un aumento del volumen total del comercio que efectivamente se ha registrado en México, que la creación de las condiciones para el crecimiento sostenido. Además, puede observarse claramente que desde que se inició el proceso de apertura, el crecimiento de las exportaciones no lleva aparejado un aumento del empleo ni del consumo; hoy el crecimiento sigue desvinculado del mercado interno y esta es su principal debilidad. Una vez más se aprecia que en cuanto la economía empieza a crecer, aumentan de modo mucho más rápido las importaciones y se acumula un creciente déficit externo; una vez más las autoridades económicas sostienen que es positivo para la economía la utilización del ahorro externo. A pesar de las diferencias con las experiencias anteriores, el proceso que empieza a darse de manera muy definida en el cuarto año de este gobierno se parece de modo bastante incómodo al de 1994.

El Banco de México reafirmó la conducción de la política monetaria para este año, con los mismos criterios que buscan el control de la inflación y la estabilización del tipo de cambio y de las tasas de interés. No obstante, el vicegobernador Sidaoui señaló hace un par de semanas que el tipo de cambio del peso frente al dólar debería devaluarse para tener una posición más competitiva. El tipo de cambio es una herramienta clave de la estabilización, y la declaración del funcionario fue desmentida oficialmente en Davos, como corresponde. Pero Sidaoui es el que parece ver más claro lo que puede ocurrir en el marco de la crisis asiática y del dislocamiento del mercado petrolero. Existe hoy una presión generalizada para volver a una de las condiciones que prevalecieron en la economía mundial desde antes del estallido de la guerra de 1914 y hasta 1945 y que fueron las devaluaciones competitivas que aplicaban los países para ganar acceso a los mercados internacionales. Si estas devaluaciones competitivas se convierten en una forma de reacción por parte de los gobiernos que necesitan compensar los efectos de la crisis financiera, entonces será muy difícil usar la paridad del peso como instrumento de estabilización. El efecto directo sería sobre la inflación y las tasas de interés, con lo cual la mayor parte de las empresas y la mayoría de los asalariados verían una vez más cómo seguirá posponiéndose la capacidad de regenerar las condiciones de la rentabilidad, de la obtención de mayores ingresos reales y de la capacidad de pagar las deudas. Los factores externos están poniendo en evidencia la fragilidad interna de la economía mexicana.