Alejandro Brito
Barroso: malaventurado el condón

Donde menos se piensa salta la liebre. Donde menos se piensa... El 6 de febrero pasado, el señor José Barroso Chávez, presidente de la Cruz Roja Mexicana, en conferencia de prensa con motivo de la VI Jornada Mundial del Enfermo, se lanzó contra los enfermos y personas que viven con sida, contra la condena y las campañas de la Secretaría de Salud, y contra los medios de comunicación. Todo esto sin riesgo alguno de remordimiento. Con desprecio a la altura de su humanismo, el presidente vitalicio de esa institución desahució a más de 10 mil mexicanos que padecen sida y los mandó al infierno de lo desechable: ``nosotros tenemos otras muchas necesidades, y si se mueren 10 mil personas del sida, pero hay un millón que están enfermas de males respiratorios o digestivos, yo creo que es mucho más importante ayudar al millón que a 10 mil''. Antes de preguntarnos si ésta es la razón por la cual las ambulancias de la Cruz Roja se niegan a transportar y a asistir a enfermos de sida, preguntémonos sobre la validez de un razonamiento tan contundente, digno de cursos sobre las conveniencias de campos concentracionarios. ¿Por qué poner de un lado a un millón y de otro a diez mil? ¿Quién ordena la disyuntiva? ¿En dónde se indica que apenas hay dinero para un millón y no para un millón 10 mil? Y volviendo al uso discriminatorio de las ambulancias -se hace el bien dependiendo de quién-, ¿es ético dar prioridad a unas personas enfermas sobre otras? ¿Puede una institución asistencial basar sus servicios humanitarios en opciones delirantes y más falsas que la piedad cristiana de los fundamentalistas? ¿Quién ungió al señor Barroso para que, con dedo flamígero, condene a miles de enfermos por su incapacidad numérica de acercarse al millón?

En cuanto al condón, Barroso repitió las necedades y mentiras a las que nos tiene acostumbrados Pro Vida, que el condón falla, que sólo es seguro en un 60 por ciento, etcétera. ¿La prueba? Cada vez hay más infectados: ``yo siento que entre más se promueve el uso del preservativo como una de las posibilidades para que no exista el contagio, más contagios habrán''. Y describió a las campañas de Conasida de esta manera: ``es como si tomaras un revólver de 10 tiros, y con una bala. Y te dices dispara, a ver si te toca la bala''. ¿Pueden tomarse en serio estas declaraciones más bien destinadas a calumniar a una institución tan prestigiosa como la Cruz Roja? ¿Es responsable rechazar la promoción de una medida profiláctica según lo que uno siente o presiente? ¿Se ha tomado la molestia el señor Barroso de revisar los materiales educativos y preventivos sobre sida que edita la Cruz Roja Internacional y de otras naciones? ¿Sabe el señor Barroso que en países como Tailandia se han evitado cientos de miles de infecciones, de acuerdo con estudios comprobados, gracias a la promoción del uso del condón? ¿Puede una metáfora tan burda y autoincriminatoria descalificar los numerosos estudios científicos, elaborados por instituciones tan serias como la Organización Mundial de la Salud, sobre la eficacia del condón?

Por último, el señor Barroso responsabilizó a los medios del creciente número de casos de sida ``por la incitación que se hace del sexo''. ¿A quién le corresponde verdaderamente la triste responsabilidad de contribuir a la expansión de la epidemia? ¿A los medios, ``incitadores del sexo'', o a quienes, como el señor Barroso, evitaron durante años que se pronunciara abiertamente en los medios la palabra condón, y boicotean por sistema las campañas oficiales educativas contra el sida? Por último, ¿se puede ser activista de la moral del siglo XIX y dirigente de una institución destinada responsablemente a salvar vidas?