Federico García Lorca está metido en el tuétano de la república dancística. Lorca que te quiero Lorca. En una búsqueda por diversos caminos, logro descubrir el espíritu de Federico enraizado en las diversas manifestaciones danzarias mexicanas. Un primer encuentro lo señala Mario Maya: ``El físico de los bailarines de México es muy parecido al andaluz''.
El recuento de la presencia lorquiana en el arte de Terpsícore se convierte en algo obligatorio por el centenario del natalicio del poeta y dramaturgo. Significativamente, los primeros destellos de la pasión siempre a punto de estallar en la obra del andaluz universal, se encuentran en Siete canciones, de Anna Sokolow (con música de Silvestre Revueltas), estrenada con La paloma azul en 1940, en el Palacio de Bellas Artes.
En esa misma temporada, la Sokolow -una de las pioneras de la danza moderna mexicana, posteriormente conocida como contemporánea- estrenó El renacuajo paseador, con música de Silvestre Revueltas y diseños de escenografía y vestuario de Carlos Mérida. En ese momento se daban los primeros pasos de un movimiento en el que la obra de García Lorca sería una ``fuente de inspiración de los creadores dancísticos''.
La obra de teatro La casa de Bernarda Alba, escrita por García Lorca en 1936, unos meses antes de ser asesinado durante la Guerra Civil Española, ha dejado una huella profunda en la danza mexicana. Ana Mérida tuvo el atrevimiento de montar Bernarda en 1966 con el Ballet Nacional de México, que dirige Guillermina Bravo.
Cristina Gigirey -coreógrafa uruguaya radicada en Costa Rica- en los años 80, con la compañía Danza Libre Universitaria (de la UNAM), dirigida por Cristina Gallegos, montó La casa de Bernarda Alba, en la que la creadora logró llegar al fondo de la esencia lorquiana en una tragedia construida con un sólida dramaturgia, cuando en ese tiempo no se acostumbraba hablar de lo mencionado en el último término. La interpretación de Cora Flores en el papel protagónico fue, en pocas palabras, extraordinaria. Afortunadamente, eso quedó plasmado en las fotografías de Walter Reuter.
La ineludible Guillermina
Lorquiana ``de hueso colorado'', aunque nunca lo haya dicho públicamente, la vieja loba de la danza mexicana, Guillermina Bravo, en su larga carrera artística deja ver la influencia del poeta andaluz.
En El zanate (1947), basada en una vieja leyenda zapoteca, Bravo recrea el drama de Bodas de sangre (1933), que después vuelve a aparecer en La tambora (1990). En esta última pieza, la anécdota lorquiana subyace de una manera no siempre perceptible para el público.
Cecilia Lugo, lorquiana de corazón, en los años 70, como bailarina de la Compañía Nacional de Danza, interpretó Bernarda de Ana Mérida. Le tocó, ni más menos, representar el papel de Adela, que la marcó para siempre.
En 1987, Lugo estrenó En el umbral, basada en textos de Rosario Castellanos, con música de Federico Alvarez del Toro, Handel y Manuel M. Ponce. El encierro de las mujeres, que se dedican a bordar y a espiar lo que sucede afuera. El aislamiento en el que viven y la sed de amor. El final en la que una de las féminas abre la puerta y se va, remite al espectador a La casa de Bernarda Alba.
Por todo eso, Cecilia Lugo trabaja afanosamente en la creación de una obra para festejar el centenario del natalicio de García Lorca, presente también en otras de sus coreografías, aunque no de manera obvia.
Otros que llevan lo lorquiano en las venas son Laura Rocha y Francisco Illescas, de Barro Rojo. En Mujeres en luna creciente (1992) aparecen las tragedias nupcial, de la maternidad frustrada y de la virginidad, de las cuales escribió García Lorca. Además, en De judas, diablos, alebrijes y otros bichos (1994) -ambas con música de Alina Ramírez- en un fragmento de ese ``melodrama rural'', como lo calificó Carlos Ocampo, aparece Bodas de sangre.
La danza española en México
Pilar Rioja con Teoría y juego del duende (1967) se ha presentado lo mismo en el Palacio de Bellas Artes que en Nueva York y Rusia. Asimismo, mantiene en su repertorio La monja (1983) y Rosita la soltera (1988), todas ``inspiradas'' en textos de García Lorca.
María Elena Anaya, quien considera que no le alcanzará la vida para crear obras dancísticas alrededor de García Lorca, ha compuesto Ojera, llanto y viento de amor (1986) -basada en Romance de la guardia civil española- y Café de Chinitas y Zorongo (1993), mientras que Mercedes Amaya -hija de Chiquito de Triana y sobrina de Carmen Amaya- montó Anda jaleo.
Ninguna de las tres bailaoras tiene pensado crear alguna obra en homenaje a Federico García Lorca por el centenario de su natalicio, aunque todas reconocen que él les da ``la oportunidad de expresar muchos sentimientos''.