Esther Orozco*
Clonación humana: posibilidades e implicaciones

La ciencia avanza inexorable, sin que podamos detenerla ni diseñar los caminos que seguirá. El descubrimiento de los antibióticos, los anticonceptivos, la liberación de la energía nuclear, la forma de comunicarnos instantáneamente a miles de kilómetros o viajar al espacio llegaron sin avisar. La generación de mamíferos a partir de una célula de un progenitor (clonación) es una realidad. Es probable que pronto nos enteremos de que la clonación de seres humanos está ya en proceso.

Los antecedentes moleculares de la posible clonación humana se dan a mediados de siglo, cuando se supo que los genes están compuestos de ácido desoxirribonucleico (ADN) y se logró aislar e introducir genes en células heterólogas para producir proteínas de un organismo en otro.

Los seres humanos nos reproducimos por la unión de una célula femenina (óvulo) con una masculina (espermatozoide). La nueva célula, el cigoto, se multiplica y produce hijas con todos sus genes. Estas se diferencian a medida que se dividen para producir células de hígado, páncreas, cerebro y formar las partes del organismo. En cada órgano sólo algunos de los genes del cigoto se expresan y eso hace que éstos produzcan diferentes proteínas y hagan distintas funciones. De una célula de hígado no se ha podido obtener una célula de cerebro, aunque la célula de hígado tiene toda la información genética para ser célula de cerebro. En el cáncer las células pierden su diferenciación, se reproducen con gran velocidad y generan tumores.

Para clonar un mamífero se toma un óvulo fecundado que tenga todas las proteínas necesarias para la división embrionaria. Se le quita el núcleo, es decir los genes, y se fusiona con la célula proveniente del individuo que se va a clonar. Esta célula lleva el ADN con la información de la herencia de dicho individuo. El cigoto se divide en el tubo de cultivo y después se introduce en el útero de una hembra con condiciones hormonales para que el embrión se implante, se desarrolle y sea parido como un individuo completo.

Ian Wilmut, en Escocia, extrajo una célula de la glándula mamaria de una oveja adulta, la fusionó con un óvulo fecundado sin núcleo, la implantó en el útero de otra oveja y nació Dolly, una oveja viva normal, idéntica a la que donó la célula de la glándula mamaria. Lo que se hizo para generar a Dolly se puede hacer, en teoría, con el ser humano.

Las implicaciones de la clonación de mamíferos son diversas. Se pueden producir individuos con características importantes, como animales productores de leche y carne. Pero la evolución de las especies se da por la diversidad de individuos que provienen de la fusión del óvulo y el espermatozoide, que aportan diferentes caracteres. Seres obtenidos por clonación tienden a sufrir cambios en el ADN.

Además, la clonación de humanos tiene una fuerte connotación ética. Hay quienes creen que un genio de la ciencia, el arte, los negocios, la política o el deporte pudiera clonarse. Sin embargo, los seres vivos, los humanos, somos producto de nuestros genes y del entorno que nos rodea. La educación, los valores de la sociedad, el ambiente, la alimentación, las enfermedades que contraigan y muchas cosas más influyen en el destino de hombres y mujeres. Los clones humanos serían seres con el mismo valor que el resto de la gente, por lo que tendrían sus mismas obligaciones y derechos y no podrían ser perversamente usados, como se ha sugerido, de proveedores de órganos para transplante. Las religiones tendrían que aceptarlos como hijos de Dios y muchas de sus concepciones actuales se verían amenazadas.

Richard Seed, en Estados Unidos, propuso usar el clonaje humano para brindar a las parejas estériles la posibilidad de ser padres, aunque el hijo provendría de uno sólo de los padres. Los países europeos reaccionaron prohibiendo la clonación y la manipulación genética de la especie humana. Pero la clonación de mamíferos, incluyendo la de humanos, será en pocos años una inmensa fuente de riqueza económica.

Es difícil asegurar que todos los científicos del mundo y las clases dominantes tendrán la ética suficiente para atender a los llamados de no experimentar con seres humanos. Es difícil que el mundo neoliberal, privilegiador de todo aquello que genere riqueza para ser acumulada en pocas manos, resista la tentación de entrar a este jugoso y maligno negocio.

La experiencia del nazismo es el ejemplo que más traemos a colación cuando se habla de este tema, pero no olvidemos otras experiencias: la de la experimentación de sustancias esterilizantes con nuestras indígenas, la de la exposición intencionada a la radiactividad de los soldados estadunidenses después de la Segunda Guerra Mundial, el tráfico de niños de los países pobres como donadores de órganos.

El problema que enfrenta la humanidad ante el avance de la ciencia no es detenerla, porque sería querer detener al tiempo, sino buscar las políticas que le permitan usar los conocimientos para el bien de las personas y la conservación del planeta. En el neoliberalismo, la ciencia es rehén de la falta de ética y su uso amoral amenaza a las sociedades actuales y la existencia futura del hombre y la Tierra.

En México, poco se hace por la ciencia y por su uso para bien de la sociedad. La lucha debe darse en dos frentes: en impulsar la economía de México por medio de una ciencia y una tecnología que apoyen a la industria nacional, y en la derrota de la política neoliberal para sustituirla por otra más justa, que utilice el desarrollo tecnológico y promueva la oportunidad para todos de generar riqueza y de que ésta se distribuya en forma más equitativa, con el fin de proveer de mejor salud, educación, vivienda y empleo a las grandes masas de población.

* Investigadora del Cinvestav-DF