GANO EL ZOTOLUCO EL MANO A MANO AL MADRILEÑO JOSELITO
Rafaelillo Ť Sin la competencia que antaño llenaba los cosos de pasión y calor, Eulalio López Zotoluco, catapultado como nueva figura, aprovechó sus conocimientos sobre las distancias y el ritmo del toro mexicano, ligando siempre sin enmendar, para imponerse al madrileño José Miguel Arroyo Joselito, considerado una de las figuras cimeras de la baraja española, quien no acaba de compenetrarse con el lento acometer de nuestras reses por lo general medidas de bravura. El mano a mano anunciado careció de sentido en cuanto a la falta de rivalidad pero le permite al coleta mexicano abrirse las puertas de la Iberia brava en busca de su consolidación profesional aun cuando no encontrará al otra lado del Atlántico la pastueña embestida y el fijo recorrido que, a excepción del tercero y cuatro, fueron característica de los astados de Xajay que resultaron, además, flojos con los caballos --sólo uno salió rebrincando--, medidos de fuerza aunque con buen estilo en el tercio final.
El Zotoluco, sereno, concentrado en todo momento, no tuvo problema alguno para hilvanar los ayudados por bajo al segundo, Bigotón, negro entrepelado bragado con 490 kilos, dando sólo un paso entre pase y pase. Su mérito fue saber colocarse para provocar las arrancadas y domeñarlas, consintiendo al enemigo, hasta lograr la entrega del bovino. Pero, también, pudo imponerse desde el inicio enseñando el camino al burel gracias al enérgico mandato de tres doblones soberanos. Cuatro tandas de derechazos y sólo una de naturales --integrada por cinco, componiendo la figura durante el viaje al morito--, estructuraron una faena inteligente, bien medida pero sin la suficiente hondura como para resultar histórica. Estocada desprendida y la generosa concesión, automática además, de las dos orejas. Una habría sido lo justo sin comparamos el trasteo con otros recientes --el de Ponce el jueves 5--, pobremente premiados.
El cuarto, Embajador, negro bragado meano con 478 kilos, soso mansurrón, desarrolló sentido y obligó a Eulalio a mostrar su faceta de lidiador si bien, luego de muletear de pitón a pitón, no supo cómo culminar el trasteo por las dificultades descritas. Dos pinchazos, tres cuartos de acero y descabello. Algunas palmas le hicieron precipitarse a saludar desde el tercio prevaleciendo las protestas.
Finalmente, con el sexto, Escritor, negro bragado con 484 kilos, El Zotoluco superó a su alternante en quites --dibujó tres chicuelinas erguido a cambio de unos lances sin continuidad de Joselito--, y luego construyó su faena a base de aguantar y mandar aunque al principio resultó desarmado. Repuesto de la falla, moldeó la embestida de la res y la obligó a modificar su trayecto hasta que se entregó. Surgieron así los derechazos profundos, girando apenas sobre sus zapatillas, aguantando de verdad sobre todo cuando el astado se le quedó a media suerte. También con la izquierda templó y mandó, abusando del ``pico'' de la franela por momentos, hasta consumar una tanda rematada con un pinturero cambio por la cara. La faena subió de tono y mérito y provocó la euforia en los tendidos. Por desgracia falló con la toledana: dos pinchazos y espadazo caído. Le obligaron a dar la vuelta al ruedo antes de abandonar el coso como gran triunfador del festejo.
Joselito, en cambio, tuvo material propicio con el que abrió plaza, Cantarito, negro bragado con 475 kilos, al que veroniqueó con excelsitud, adelantando la pierna contraria y con las manos bajas. Fueron cinco pinturas culminadas con la media igualmente plástica. Las mejores del serial, sin duda. Luego no acertó a tomarle la distancia el morito, corrigiendo innecesariamente su posición tras cada muletazo, apremiado por la codicia de éste. Esculpió algunos derechazos de magnífica factura pero sin la hilación necesaria; también dos naturales inspiradores. Sin embargo dejó la impresión de que no había estado a la altura del adversario. Estocada que caló y salida al tercio. Con el tercero, Presumido, negro listón bragado con 489 kilos, sustituto de Ilusión, un cárdeno que saltó al anillo fracturado del pitón derecho, el hispano sencillamente no se acomodó y optó por abreviar con gesto contrariado. Entera desprendida y algunos silbidos. El quinto, Chivano, negro entrepelado meano con 512 kilos, también lo puso en aprietos. Rescatamos, eso sí, sus exquisitos lances iniciales que no tuvieron continuidad a través de su labor muleteril. Otra vez los desajustes, la desconfianza, incluso la inseguridad. El bicho, reservón pero si mayor peligro, se fue para arriba al tiempo que el coleta no conseguía doblegarlo. Brillaron, como joyas sin eslabones, dos derechazos hondos, sólo eso a falta de liga y entrega. Acabó perdiendo la franela y comprometido. Casi entera caída. Quienes fueron con la intención de comparar al madrileño con Enrique Ponce, el levantino clásico, tuvieron ocasión sobrada para poner a cada quien en su justa dimensión.
Leonardo Páez Ť En el pecado de querer asegurar lo que en esencia es azaroso, el nuevoriquismo taurino lleva la penitencia. Tras la enésima oferta fallida de ``diversión'' por parte de Alfaga, el desplante demagogo del administrador Herrerías al afirmar que el lleno registrado el jueves 5 era ``un triunfo de la fiesta'', aunque 50 mil espectadores no se hayan ``divertido'' con faenas apoteósicas a toritos de la ilusión ni demandado nueve orejas y tres rabos, según costumbre impuesta por la singular empresa en su pueril afán de convertir la lidia en pasatiempo para familias.
Y es que la fiesta sólo puede triunfar cuando al ruedo sale el auténtico toro, no su aproximación, que a su edad y trapío añade en la embestida --brava o mansa-- un mínimo de trasmisión de peligro que permita comprobar el nivel anímico, técnico y artístico de cada diestro. Así, los logros de Ponce y Rincón tuvieron el mérito del oficio ante reses sobradas de mansedumbre y escasas de presencia pero, en cualquier caso, ``el cartel más caro del mundo'' como se apresuraron a calificarlo los sirenitos de la prensa, más que un triunfo de la fiesta fue el de una mercadotecnia extra taurina, visto el pobre internacionalismo alcanzado por las corridas, con una metrópoli española y cinco colonias novohispanas, exactamente como hace cuatro siglos, salvo fugaces excepciones.
Por lo pronto, imaginativos empresarios de Colombia y España se aprestan ya a repetir la desigual terna --31, 15 y casi 8 años de alternativa Cavazos, Rincón y Ponce, respectivamente--, como le hacen los visionudos Tres Tenores con granadas y torna a Sorrentos para gratificación familiar y gloria del marketing, no para lustre del bel canto.
Indios y tauromaquia
De Gaona a José Huerta, del maestro Fermín al Zotoluco, los indios en el toreo, como en el resto de las actividades, también han tenido que batallar el triple para poder sacar la cabeza, por lo menos desde el impensado tropezón de Colón, que creyó haber llegado a las Indias orientales. De ahí lo de llamarles indios --con todo el contenido racista y explotador que de inmediato adquirió el término-- a los habitantes originales del ``nuevo'' continente.
Tras 11 años 6 meses de alternativa, Eulalio López El Zotoluco consigue por fin trato de hombre blanco por parte de Promotora Alfaga que, sin más productos toreros atractivos que ofrecer, se atreve a ponerlo en un mano a mano con Joselito, primera figura de España y displicente diestro cada vez que se le ocurre hacer la América. Y es hasta la decimoséptima corrida de la temporada 97-98 que los alelados empresarios, ganaderos, críticos especializados y público en general se enteran de que en este menudo indiecito que no parece torero sino que simplemente lo es de la zapatilla a los pies, se encuentra ni más ni menos que en futuro de nuestra fiesta, harta ya de falsos esteticismos y de segregaciones absurdas por parte de encumbradas mentalidades colonizadas.
Y el gran final: un aficionado apacible --monsieur Joseph Córdoba Montoya--, a punto de abordar su automóvil, me confunde con un gatillero, pela tamaños ojos y arranca presuroso, sorprendido además de que los indios, en medio del neoliberalismo, sean capaces de triunfar hasta en los toros.