Es natural que festejemos el profesionalismo y la buena voluntad de un artista reconocido que sabe no tomarse demasiado en serio y que trabaja continuamente. Es justo que estemos complacidos ante las acciones del Instituto Goethe y del IFA que en tantos aspectos nos han enriquecido, pero es conveniente que mantengamos una actitud crítica ante lo que vemos. Nos congratulamos con el Museo Tamayo que estrenó la muestra del artista alemán en el hermoso edificio diseñado por Teodoro González de León. Las cosas lucen bien, se crecen en ese espacio, la distribución es la adecuada. Pero salvo los grabados, ¿será cierto que es portador de una estética a la que haya que atender? Estamos ante una situación parecida a la que el crítico y novelista Tom Wolfe, el autor de From Bauhaus to our house describe en un librito que causó sensación a mediados de los años sesenta: The painted word. Allí la palabra, la teoría, no sólo expande e internacionaliza la producción, sino que la antecede.
Uno de los máximos propulsores de la trasnvanguardia internacional fue Acchile Bonito Oliva, quien no sólo se ha ocupado de Francesco Clemente, Cucchi, Palladino, Sandro Chia... sino también de atender a sus contrapartes en otros países: Alemania es el mejor provisto si pensamos en Hdicke, Middendorf, Dieter Hacker, etcétera (no hablemos ya de Anselm Kiefer, Sigmar Polke o Gerhard Richter). Baselitz pertenece a una generación anterior a la de Clemente y ha sido amigo de Penck, quien ya exhibió en el Tamayo, como Immendorff.
Sin duda es un buen pintor, todos ellos y otros más lo son. También los de aquí de México. Pero a Baselitz le pareció pertinente romper con la convención representativa que quiere que los pies estén bajo el torso y éste bajo la cabeza, no importa qué tan distorsionados, o a la que supone que los árboles comienzan en el extremo inferior del tronco mientras que sus copas ondean contra el cielo. Como si pusiera una cámara de cabeza --pero sin dar ni por un momento la impresión de que así lo ha hecho-- Baselitz ideó este modo representativo que no se equivale a la idea del mundo al revés, sino sólo a invertir la posición ``normal'' de un cuadro figurativo. Es el primero que lo ha hecho. He visto pinturas suyas de 1970 o 1976 colocadas al revés (o sea al derecho) antes de ser museografiadas. Se ven mejor: gratifican más. Porque en lo que hace Baselitz no hay un problema metafísico, como sucede con Lewis Carroll en A través del espejo, que es una narración para filósofos o para matemáticos, no para niños. El rompimiento propuesto por el pintor no altera ni cuestiona las experiencias de la percepción visual, las contradice de modo elemental, salvo en ciertos casos (porque siempre habrá excepciones).
Las cuatro esculturas en madera llamaron la atención. La tradición de la escultura en madera es muy fuerte en Alemania y en México (los tajos de Mardonio Magaña dejarían frío a Baselitz, si hubiera podido verlos). Pero no hay que remontarse tanto: el neoyorkino-mexicano Phil Bragar es autor de esculturas en madera tan interesantes o más que las que ahora, en cuentagotas ofrece Baselitz. Lo digo sólo por proponer un ejemplo, pero son más los casos que podrían citarse: si colgasemos de cabeza la serie de las vacas de Gilberto Aceves Navarro, tendríamos buenas pinturas colgadas de cabeza, pintadas con brío, en una sola sesión, que harían pendant con las de Baselitz. Lo mismo sucedería con Mariano Villalobos (magnífico pintor) cuando fragmenta y reitera sus figuras. Alberto Castro Leñero ha pintado paisaje (siempre recordaré la serie del mar) a veces sin línea de horizonte, siguiendo el ritmo de la visión normal. Abrevando en la misma fuente (una figura egipcia) han coincidido en algunas ocasiones, puede ser que sus temperamentos se parezcan. Según la leyenda ``sacra'' Kandinsky atendió sin saberlo la intuición de Theophile Gautier en Mlle. de Maupin. Al mirar incidentalmente de cabeza un paisaje suyo obtuvo una revelación, lo sintió ``como un poema y nada más''.
El chiste de Baselitz es que sigue siendo figurativo y que domina la representación de cabeza. Eso, sin duda, implica entre otras cosas dominio de lo que hace.
Coincido con Raquel Tibol en reciente artículo y con Riva Castleman, ex curadora del MoMA: donde lo vemos y lo admiramos como a un verdadero maestro es en el grado, en toda técnica y en uno u otro momento de la trayectoria que ahora nos presenta. Allí se encadena a los mejores, en cualquier país y tiempo. Las retículas de 1991, mallas de líneas formando reja que pueden dejan ver inquietantes presencias son formidables, las visiones brutalistas de seres del aire acusan resolución extraordinaria, los paisajes con o sin leñadores son poéticos a más de virtuosos, sea o no que se inspiren en grabados manieristas que ha coleccionado. La impresión gráfica a diferencia de la fotografía invierte imagen o la entrega en ``negativo''. ¿De allí nacería la necesidad de desafíar la gravedad?