Dominado por imágenes fugaces y reproducciones virtuales y, a un tiempo, por silencios y olvidos reales, parece como si en el mundo actual las palabras se nos hubieran cansado o como si hubieran renunciado a hablar de ellas mismas. Se confirma aquello que sostiene Regis Debray de que vivimos en una videosfera, y que si antes la gente se reunía en un café para hablar de lo que leía, ahora se reúne para hablar de lo que ve, o para seguir viendo.
Conversar hoy tiene un alto precio; es un lujo menospreciado por muchos, pero conservado por narradores y escuchas irredentos, dispuestos a imaginar, a contar y escuchar historias. Por ello, es de celebrarse que en días pasados maestros, estudiantes y público en general nos reuniéramos con uno de los narradores más leídos en el mundo iberoamericano: Arturo Pérez-Reverte.
Organizado por la Confederación de Educadores de América, la Biblioteca Nacional de Educación --Centro Cultural del SNTE-- recibió a un novelista español que ha reencontrado una antigua veta por mucho tiempo olvidada, soslayada tal vez por escritores y críticos: el arte mayor de imaginar y contar historias, la capacidad narrativa de atrapar al lector con herramientas aparentemente ``simples'', como la pulcritud de una trama y la profundidad en el trazo de personajes; la audacia del escritor para ``volver'', en plena revolución de los medios electrónicos, a la novela de aventuras donde el enlace heroico no está reñido con la esgrima de la inteligencia y la eficacia literaria.
En varias ocasiones, Pérez-Reverte ha declarado que escribe los libros que le gustaría leer, al igual que nuestro Juan Rulfo, quien decía que escribió Pedro Páramo porque quería leer una obra que le fascinara. Heredero de las lecciones de los grandes maestros: Cervantes, Verne, Zévaco, Dumas, Dickens y tantos otros que confiaron en la capacidad de asombro del lector, en el poder de la imaginación y la literatura para descifrar los enigmas del mundo real.
En el relato de aventuras, en la intriga palaciega, en la invención o reinvención de biografías y personalidades de actitudes y valores, el autor confronta épocas y confronta al lector contemporáneo. Pero nunca con ánimo aleccionador o didáctico. Mucho menos con la arrogancia del moralista embozado.
Variadas lecturas, diversos escritores, múltiples temas e igual número de sueños y vivencias es lo que nos aconseja Pérez-Reverte: ``el hombre es lo que lee más de lo que vive, más de lo que sueña... Estoy en contra de los que leen toda la vida un solo libro, sea el que sea, Mi lucha, La Biblia, El Corán. El lector de un solo libro no es sano porque tiene anteojeras, y estoy harto de ver, por la vida que he llevado como reportero de guerra, las consecuencias de quienes leen un solo libro: el fanatismo, la intolerancia, la crueldad''.
Ese fanatismo, esa intolerancia y esa crueldad que, en la lucha por el poder, en diferentes momentos históricos, han sido producto de esa sola lectura. Con sus necesarias actualizaciones, las estrategias impulsadas por Richelieu, la Reina Margot, Enrique VIII, Netzahualcóyotl, León X, se han reeditado con el mismo principio básico: golpear lo establecido mediante la inducción de sucesos que reclamen nuevos arreglos; desequilibrar para proponer nuevos equibrios; sacudir y desestabilizar, para ofrendar tranquilidad y armonía. Distintas causas, en un mundo de suyo inequitativo y excluyente, siempre habrá. En el México contemporáneo, la lucha por el poder nunca ha estado exenta de esas manifestaciones. La cabeza de la hidra, como la describe Carlos Fuentes, siempre acecha la oportunidad para encontrar los mejores pretextos a fin de esconder sus verdaderas intenciones en los ropajes que mejor le acomoden.
Sin negar el valor de los acontecimientos históricos o de las luchas políticas, no debemos caer en el simplismo de una sola lectura. ¿En realidad la causa indígena necesita de la violencia expresada recientemente en la agresión al gabinete presidencial, cuando lo que en realidad provoca es justamente lo contrario a lo que en apariencia se defiende?
Si la apuesta de Pérez-Reverte es por la historia bien contada, la nuestra no ha de ser sino por la lectura compartida; la innovación de esas historias de memoria colectiva; la recuperación de nuestra historia; la conjura contra el olvido, contra el entierro doloroso de nosotros mismos...
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