En su reciente reunión en Davos, Suiza, una serie de importantes banqueros y políticos hizo propuestas diversas acerca de cómo deben enfrentarse las nuevas e inevitables crisis financieras globales del futuro. Para el opulento financiero George Soros, resulta diáfanamente claro que se requieren instrumentos nuevos para regular las transacciones en los llamados mercados emergentes, debido a su carácter cada vez más volátil y voluminoso. Resulta paradójico que uno de los principales beneficiarios de la especulación a escala mundial reclame una reglamentación de los flujos de capitales, pero se entiende mejor si se observa que desea garantizar la solvencia de sus jugosos negocios.
En cambio, para otros participantes en Davos, lo fundamental consiste en reforzar las instituciones ya existentes, en particular al Fondo Monetario Internacional (FMI). Por ejemplo, el presidente Ernesto Zedillo se pronunció a favor de que el FMI siga operando como prestamista de última instancia para todos los países que enfrentan crisis como la que estalló en México en 1995 y el actual colapso financiero en Asia. En el primer caso, el FMI organizó un paquete de rescate (con el apoyo de Estados Unidos) por cerca de 40 mil millones de dólares. Más recientemente, ha organizado préstamos por el orden de 123 mil millones de dólares para intentar rescatar a Tailandia, Corea del Sur e Indonesia. Sin embargo, los dineros del FMI ya no alcanzan, por lo que resulta crucial la resolución del Congreso norteamericano acerca de una ampliación del capital de esa institución multilateral. Pero dados los escándalos actuales en la Casa Blanca, parece im- probable que los legisladores lleguen a un consenso claro acerca del futuro del FMI.
Debe subrayarse, por otra parte, que instituciones como el Banco Mundial también aspiran a ocupar un lugar más prominente en los nuevos esquemas financieros internacionales. Así lo ha sugerido el propio presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn, proponiendo un nuevo organismo o mecanismo multilateral con más poder que el FMI para supervisar los desquiciados mercados de capitales mundiales. Pero dadas las rivalidades entre estas organizaciones bancarias y sus directivos, no es factible pensar que se logre adoptar una reforma financiera global en el futuro próximo. Ademas, es altamente improbable que existan muchos gobiernos que estén dispuestos a entregar mayor cantidad de dineros a organismos multilaterales que estén en condiciones de obligarles a ceder una porción aún mayor de su soberanía en materia económica.
El panorama financiero en el corto y mediano plazo, por lo tanto, es poco alentador. En las previsibles crisis regionales o mundiales de los años venideros se renovarán las demandas de banqueros, inversores y políticos para que el FMI vuelva a sacar las castañas del fuego, sirviendo como prestamista de última instancia en escala cada vez mayor. El problema, sin embargo, es que el FMI ya no tiene suficientes recursos para intentar apagar fuegos financieros cada vez más extendidos y calamitosos. La era de la globalización del capital enfrenta una serie de barreras difíciles de resolver sin poner a la economía mundial en peligro. Y la capacidad de los políticos y banqueros para repensar las reglas y los modelos operativos de las finanzas internacionales ahora está claramente en duda.