Confirmado: como anunciamos a finales de diciembre en esta columna (30/XII/97), al encantador personaje Paulina (Margarita Gralia) de la telenovela Mirada de mujer le espera, por ``haber exagerado su forma de vivir'', enfermar de sida como ``una consecuencia lógica ante su promiscuidad''.
Las palabras entrecomilladas son del colombiano Bernardo Romero, autor de los 180 capítulos de la telenovela producida por Argos, y que en los últimos días han sido citadas in extenso por destacados columnistas --Carlos Monsiváis y Germán Dehesa, por mencionar algunos--, que han criticado el ``moralismo inaceptable'' de una historia que, amén de su popularidad, hasta había llegado a considerarse feminista.
Si nos atuviéramos a las afirmaciones de Romero --en entrevista con Felipe Morales, en El Universal del 31 de enero--, en el sentido de que ``el final de los personajes no lo determina el escritor, ni los productores, ni el director, sino los personajes como tales'', tendríamos otro desenlace para Paulina y no el castigo y la penitencia aplicada al ejercicio desprejuiciado de su sexualidad, elegidos por el autor.
Una de las razones de la apabullante aceptación de Paulina --además de la frescura y simpatía que Gralia le imprime al personaje-- es que, por ser mujer inteligente e informada, tiene la capacidad de aconsejar a María Inés San Millán (Angélica Aragón). Una vez que esa cincuentona divorciada, Paulina, logra liberarse emocionalmente del joven instructor que, además de las golpizas, la explotaba económicamente, el personaje se mueve con más libertad sexual pero no actúa de manera irresponsable. En otras palabras es de las que, por lógica, exigiría el uso del condón como práctica del sexo seguro.
Así, ni la entrevista de Javier Alatorre en el noticiario Hechos para difundir el activismo de Margarita Gralia en favor de los enfermos de sida --participó el fin de semana como maestra de ceremonias en el concierto de Liza Minelli y los Hermanos Castro a beneficio de la organización Acasida-- podrá menguar el efecto negativo que seguramente provocará una moralina característica de las posiciones más conservadoras, como la del presidente nacional de la Cruz Roja Mexicana, quien además de desestimar el uso del condón para evitar el contagio del sida, se atrevió a decir, en conferencia de prensa, que ``nosotros tenemos otras muchas necesidades y se mueren 10 mil personas del sida, pero hay un millón que están enfermas de males respiratorios o digestivos, yo creo que es mucho más importante ayudar al millón que a 10 mil''.
En otro país, esta declaración sería suficiente para exigir la renuncia de un personaje de la vida real, que luego de afirmar que la benemérita institución que preside ``no promueve ninguna religión'' anuncia la misa que, en la Cruz Roja, oficiará mañana Norberto Rivera por la IV Jornada Mundial del Enfermo.
Qué lejos estamos de los 300 voluntarios estadunidenses --hombres y mujeres, homosexuales y heterosexuales, relacionados con la medicina-- que, encabezados por Gordon Nary y José Zúñiga, desean ser ``conejillos de indias'' para que se les inocule el virus del sida con el propósito de encontrar una vacuna, cuyo principal obstáculo es un mercado orientado a la producción de medicamentos muy costosos más que a la búsqueda de una vacuna que no es negocio.