Fernando Celis
Cafeticultura mexicana: la hora de los cambios

Una de las principales actividades agrícolas en nuestro país es la cafeticultura: el valor de la producción primaria en este ciclo 97/98 representa un poco más de mil millones de dólares. A nivel nacional sólo estaría por debajo de la producción de maíz, y en el sur sería la producción agrícola con mayor valor.

Sabemos que más de 80 por ciento de la producción se exporta. Si en el ciclo anterior se generaron 856 millones de dólares, sin duda en este ciclo será mayor el valor de las exportaciones gracias a la elevación de los precios internacionales.

En el cultivo de café participan 282 mil productores de 12 estados De ellos, 185 mil son indígenas. Así se entiende que los ingresos que genera la venta del café se han convertido en vitales para el sostenimiento de más de 4 mil 500 comunidades.

En 1989, la cafeticultura enfrentó la peor crisis de su historia. La caída de los precios internacionales del café, el retiro de los apoyos estatales y la sobrevaluación del peso ocasionaron que el ingreso por quintal se redujera hasta 70 por ciento en términos reales. Esta caída brutal en las percepciones tuvo efectos devastadores en las comunidades.

En 1994 los precios internos mejoraron notablemente, tanto por el alza registrada en los precios internacionales, como porque a fines de ése año se dio la fuerte devaluación del peso mexicano. Para el ciclo 95/96 se recuperaron los niveles de producción que se tenían antes de la crisis.

Pero sobrevivir a la crisis y recuperar la producción, ha sido una epopeya campesina de resistencia. Ello ha sido acompañado por un proceso de renovación organizativa. Por desgracia, las políticas públicas no están a la misma altura de estos esfuerzos de recuperación.

``Fuerzas del mercado'' y el ``saneamiento'' de las finanzas públicas marcan también a nuestra cafeticultura. Los resultados son: una política internacional totalmente contraria a los esfuerzos de la asociación de países productores de café por mejorar los precios internacionales; disminución del consumo interno de café; la controlada comercialización por filiales de trasnacionales que sólo ``transfirieron'' el café sin una defensa de mejores condiciones de venta; recursos mínimos para el fomento de la producción, escasa asistencia técnica y mínimo apoyo a las organizaciones de productores.

Un ejemplo del abandono es el siguiente: los recursos fiscales federales de fomento, a través del programa Alianza para el Campo, fueron de 110 millones de pesos en 1996, y de 80 millones en 1997. Además, el impacto de estos recursos se diluye debido el retraso, la ineficiencia en su aplicación, lo inadecuado del paquete tecnológico. A ello se agrega que, al amparo del federalismo, se deja el manejo de estos recursos a los gobiernos estatales. Estos no se caracterizan por su conducta transparente ni por el respeto a las decisiones de los productores.

La definición de las políticas públicas se ha traducido en un forcejeo constante entre los productores organizados y el gobierno federal, con resultados no muy positivos.

Al comienzo de 1998 nos encontramos ante la profundización de la crisis. Varios hechos lo corroboran:

Se realiza la importación de más de 150 mil sacos de café verde, pese al compromiso de la Sagar de ``inhabilitar'' los cupos de importación. Se reducen los recursos fiscales del programa de Alianza para el Campo -supuestamente ya autorizados- de 308 millones de pesos, a 158.7 pesos.

A dos meses de que una helada afectara a 44 mil 650 productores, no se ha definido un programa nacional para su apoyo. El financiamiento a la producción primaria no llega ni a 5 por ciento del valor de la producción. Finalmente está el inadecuado funcionamiento del Consejo Mexicano del Café y buena parte de los consejos estatales.

El esfuerzo realizado por los productores y sus organizaciones no tiene correspondencia con las políticas públicas que define el gobierno federal. Ya que hoy se reconoce la situación de pobreza existente en el campo, y la urgencia de establecer una nueva relación del Estado y la sociedad con los indígenas, debe destacarse el papel estratégico que tiene la cafeticultura campesina e indígena.

Cualquier avance que se logre en esta rama significará empezar a revertir las condiciones de pobreza, atraso e incluso violencia que imperan en la gran mayoría de las zonas cafetaleras. Ya no hay tiempo, es el momento de los cambios.