Armados con escudos y flechas de distintos calibres y calidades, la lucha por el poder principal, o en su fase intermedia durante el 98, tanto partidos como individuos y grupos, ávidos de situarse en la avanzada de sus intereses, se aprestan a la batalla por domeñar y conducir el horizonte político del 2000.
Tal disputa se da, hoy en día, en dos momentos y entidades separadas por el lugar y los contenidos. Uno es preciso, el Distrito Federal; el otro en un ámbito un tanto inapresable pero que remite al amplio juego de los partidos y sus individualidades; a la terquedad de un pasado grotesco por cobrar un cacho de actualidad (LEA) y a la emergencia del submundo del crimen organizado como una realidad aplastante que ha permeado casi todos los estamentos sociales (Morelos).
Los dados de la pugna en el DF van cayendo y ya deslindan el terreno, los actores y los conceptos que la describen. El nuevo equipo de gobierno capitalino tiene que cumplir con algunos de sus compromisos centrales si quiere llegar con fuerza al 99 de todas las ansiadas definiciones. El primero es la distinta actitud prometida para enfrentar los problemas por los que se atraviese. Poco se ha avanzado en ello. Sin embargo, la rapidez en las respuestas ante equívocos iniciales, la apertura para lidiar con los asuntos de todos y la notoria buena voluntad han abierto expectativas y confirmado que se trabaja en esa dirección. En cambio, en la composición plural de las decisiones básicas se va cojeando o quedándose corto. La aprobación en solitario del presupuesto para el DF en el 98 es una muestra de la línea y detrás se asoma ya la punta jalonada de una reforma ciudadana que exige la participación del espectro social y partidista, pero que, todavía, no ha puesto sobre el tapete ni siquiera las reglas para la concertación en tanto exigido patrón de gobierno. Por último, queda el ángulo crucial de la efectividad en el accionar. A dos meses de haber tomado los bártulos, y ya a más de medio camino del programa de los cien días iniciales, no se ha superado el dintel de las quejas, las críticas a lo recibido o los lamentos por el desperdicio o la corrupción como platea enunciada en general o como sustrato de la vida citadina y su administración. La altura de miras, la formulación atractiva de planes, los atisbos de movilización esperada no son, ni de cerca, asideros que ya trabajen en favor de los recién llegados.
En la otra esfera enunciada, los recientes pronunciamientos de los gobernadores Madrazo y Bartlett por el PRI y de Fox por lo que toca al PAN, en el sentido de empujar sus candidaturas a la Presidencia, meten a los mexicanos, y su instrumental político, dentro de un formato no conocido y menos tranquilizador. Quizá no haya tales adelantos perversos, como muchos denuncian, sino un juego más traslúcido y menos sujeto al control piramidal como era la usanza antigua. Pero lo cierto es su ya indetenible progresión que exigirá la urgente adaptación de las estructuras mentales, organizativas y jurídicas a una realidad que luce impetuosa pero no desbordada. El Ejecutivo federal estará demasiado ocupado en consolidar una recuperación económica huidiza para que pueda desafanarse y ser un factor determinante en la arena sucesoria. La inseguridad y el narco por un lado y Chiapas por el otro, presentan un entramado de tal envergadura, que consumirá el resto de sus energías.
Para la oposición las cosas no se ven, tampoco, color de rosa. El PAN se sumió en el descrédito de sus concertacesiones con el poder central. El PRD tiene un arduo camino por delante para justificar sus candidaturas externas que bien pueden no arrimarle los votos buscados. Los ciudadanos en cambio, parecen asistir, hasta ahora, como atónitos y lejanos observadores pero que, después, habrán de catalizar en las urnas sus preferencias y descontentos.