A pesar de las advertencias sobre el peligro de regresar al pasado, en la acera de enfrente había ceguera y obcecación. Recuerdo que en una ocasión, en septiembre de 1993, durante un agitado debate con Daniel Ortega, éste intento racionalizar su posición. Barricada, argumentó, era sin discusión el periódico más creíble y profesional del país. ``Cuando hablo con gente no prejuiciada que viene del exterior, o con diplomáticos que viven aquí, son los primeros en decírmelo'', explicó. El problema con Barricada, continuó, es que ``se ha adelantado demasiado a la época. Quizás en una Nicaragua normal ése es el tipo de periódico profesional y responsable que deberíamos tener. Pero mientras no se haya resuelto el problema de la propiedad, y el país se mantenga en un clima de polarización social y política, yo considero que el FSLN necesita un órgano de combate que sea como los periódicos de la derecha, que no le dan tregua al enemigo''.
De esa manera Ortega rechazaba tajantemente el principio de autonomía refrendado día a día en las páginas del diario, le negaba todo papel como actor político en la despolarización del país, y adelantaba su vocación de someterlo como una extensión del aparato partidario, que en última instancia deviene de su control personal.
Trece meses después, habiendo ocurrido ya el congreso sandinista de mayo 1994 que le dio a la ortodoxia el control total del partido, la Asamblea Sandinista proclamaba mi destitución el 25 de octubre, y el propio Ortega declaraba con prepotencia que no le importaba si la burguesía dejaba de anunciarse en Barricada, pues para eso estaban los 300 mil militantes del partido que comprarían el periódico del FSLN.
Horas más tarde, cuando los comisarios políticos del FSLN llegaron a tomar posesión de su botín de guerra, proclamando que el FSLN estaba ``recuperando Barricada'', se encontraron con una rebelión inusitada en la redacción del periódico. Durante tres semanas intentaron someter a una institución que desde hacía rato tenía ya su propia personalidad democrática, y terminaron despidiendo al 80 por ciento de la redacción. Unos renunciaron antes y otros se fueron a la calle con el despido, ofreciendo una lección de dignidad profesional sin precedentes en el periodismo nicaragüense.
Lo ocurrido después, en gran medida es la cosecha de ese golpe artero. Primero, la ruptura del contrato con el lector causó efectos irreversibles en la credibilidad del diario. Segundo, una estrategia errática, hoy panfletaria, mañana sensacionalista, y como denominador común, apegada a un afán de figuración personal del nuevo director, acabó con cualquier expectativa sobre la ``novedad'' del cambio de perfil editorial.
Bajo la dirección de Tomás Borge, en un poco más de tres años, la circulación del periódico se redujo en un 75 por ciento, y la venta de anuncios sufrió una merma proporcional. Parafraseando a Daniel Ortega podría decirse que la ``nueva'' Barricada de finales de los noventa era también un periódico para otra época, pero para una época ya superada.
¿Por qué Tomás Borge, y no los comisarios políticos enviados por Ortega, quedó al frente de Barricada? Es una pregunta que tiene una respuesta esencialmente financiera. Borge estaba dispuesto a invertir parte de su capital económico personal para asumir los costos inmediatos del desajuste de la transición empresarial en Barricada, aunque a la larga esto implicaría --como parece ser la tendencia actual-- un proceso de privatización a su favor en contrapartida por los recursos financieros aportados para mitigar las pérdidas. La Barricada que recibió Borge, ciertamente tenía obligaciones económicas adquiridas --y problemas comunes a los demás medios de comunicación-- pero contaba con un plan de restructuración en última instancia basado en el potencial de futuro de un producto periodístico de alta calidad. El problema insalvable fue que el golpe político le cerró a Barricada todas las posibilidades de restructuración económica, y sus principales responsables son sus enterradores oficiales: Borge, Ortega y compañía.
En ese contexto, la política de premios y castigos publicitarios diseñada en 1997 por el presidente Arnoldo Alemán, utilizando para ello el control de la publicidad estatal --aproximadamente 30 por ciento de la factura publicitaria total-- se encargó de echarle las últimas paladas de tierra a Barricada. El acto final encierra una paradoja preocupante, pues si bien no se puede culpar al gobierno por la incapacidad de Barricada de adaptarse a los nuevos tiempos, no es menos cierto que la libertad de prensa en Nicaragua está gravemente amenazada por un gobierno que utiliza la publicidad estatal como instrumento de chantaje y corrupción. La víctima hoy ha sido un medio del FSLN, llevado al extremo de la vulnerabilidad por su propio desgaste; pero en la lista negra oficial nadie está a salvo: cualquier expresión periodística independiente y crítica de las inclinaciones autoritarias de Alemán corre el mismo peligro.
* Ex director de Barricada, presidente del Semanario * Confidencial. Knight Fellow en la Universidad de Stanford.