Se cumple el 300 aniversario de los cuentos ``Caperucita'', ``Piel de asno'', ``La Cenicienta'', ``Pulgarcito'', ``El gato con botas'' y ``Barba Azul'' emanados de la magia de Charles Perrault, filósofo, académico, funcionario público y autor, además, de obras como Elogios de los hombres ilustres del siglo de Luis XIV, Apología de las mujeres y Paralelo entre los antiguos y modernos en lo que concierne a las artes y las ciencias.
Perrault debió su rápida y creciente notoriedad a una serie de cuentos ligeros y pintorescos escritos --antes que con miras moralizadoras-- con el propósito de divertirse a sí mismo. Algo parecido así le sucedió a Hans Christian Andersen quien creó obras ``serias'' y, no obstante, debió la inmortalidad a esos cuentos infantiles como ``El soldado de plomo'', ``La caja de cerillos'', ``Historia de una madre'' y ``El traje invisible''.
Así, como nos los ha legado el siglo de oro, los cuentos de Perrault si bien escasos tienen un encanto que no se confunde con el de ningún otro escritor y que reside en una gracia misteriosa difícil de definir. No es por su imaginación, en efecto, ni tampoco por su filosofía por lo que estas historias han alcanzado la más exquisita inmortalidad, sino por su sonrisa, su frescura, su aroma, su acento, su misterio, su suavidad y su escepticismo.
Perrault no se cree sus propias invenciones, sólo cuenta con elegancia, con medidas y con gusto. Nada más que de repente se detiene a sonreír de sí mismo. Sus cuentos son versiones abreviadas de historias antiguas. Hasta en lo más terrible, lo más sombrío, el cuentista pone una dulce ironía que tranquiliza.
Descubre el cuentista francés, en la ingenuidad infantil, un encanto insospechado. Harto de escribir a los académicos se puso a escribir a los niños. A la prosa de los sucesos cotidianos mezcló sin sonrojo las intervenciones más fantásticas. Y surge ante ellos la imagen exacta y completa de la vida tal cual la concibe en una parte realista y en otra idealista.
Leyendo a Perrault se redime, uno adulto, y se halla a sí mismo menos corrompido y malvado. Volverse el niño que fue antaño y vivir resistiéndose a no morir. Poeta que agitó las gasas y los tules de azul y oro, la madre que aviva la lumbre confortadora. El espíritu vigilante de que nunca nos falte la fe, la ilusión y el ideal mágico. En la época en que la realidad arremete contra lo fantástico, lo inverosímil y lo bello, Charles Perrault es brisa y lumbre según nos lo pida la imaginación.