La Jornada viernes 13 de febrero de 1998

Alberto J. Olvera Rivera
Elecciones en Veracruz: el juego y los jugadores

El estado de Veracruz, con un padrón electoral cercano a los cuatro millones de votantes, tendrá elecciones para gobernador y para diputados locales el próximo mes de agosto. Considerada una entidad tradicionalmente priísta, se ha convertido en años recientes en un territorio políticamente competido. En las pasadas elecciones municipales (octubre de 1997), la oposición obtuvo triunfos en 107 de los 210 municipios de la entidad. El PRI gobierna a nivel local sólo 36 por ciento de la población. En la raíz de esa derrota estuvo la división interna del partido oficial, causada por el gobernador Chirinos y su delfín, Miguel Angel Yunes, en su afán de asegurarse el control del PRI local y de la mayoría de los ayuntamientos de cara a la sucesión de 1998.

En agosto de 1997, Yunes pasó de la Secretaría de Gobierno a la dirección del PRI veracruzano, llevándose con él a la mitad del gabinete chirinista y del presupuesto estatal. Yunes desplazó a todas las corrientes y líderes que no le aseguraban lealtad plena. La reacción de éstos fue desde el boicot hasta el paso a la oposición. Mientras tanto, el grupo del ex gobernador Dante Delgado estableció una alianza con el PRD.

La derrota sin precedentes del PRI significó el ocaso de Yunes y dejó a Chirinos imposibilitado para vetar a los candidatos del centro. Viejos aspirantes a la gubernatura, todos derrotados por Chirinos en 1992, han vuelto así a la arena política para librar su última batalla. Alemán, Carvajal y Pérez Jácome se disputan el puesto, y cada uno ha tejido una vasta red de alianzas a lo largo y ancho de la entidad. Su guerra es encarnizada, y su desenlace puede llevar a una mayor división interna del PRI. De hecho, Carvajal ha filtrado amenazas de rebelión si no le dan la candidatura.

Apreciando la oportunidad abierta por la caída de Yunes y la división priísta, y la apabullante carencia de figuras de peso nacional o estatal en las filas de la oposición, Ignacio Morales Lechuga renunció al PRI e inició tempranamente su campaña, con la esperanza de lograr una candidatura común de toda la oposición, cosa permitida por la ley electoral local, que en cualquier otro aspecto es la más atrasada del país. El PAN no accedió, por lo que se cocina una alianza entre el PRD, el PT y el PVEM. Las direcciones estatal y nacional del PRD apoyan entusiastamente la idea, pues no ven otro candidato viable. Hay resistencias internas, sobre todo después de la mala experiencia que han tenido con el presidente municipal de Jalapa, quien una vez instalado en el poder ha ignorado olímpicamente al partido que lo postuló. Pero la decisión parece ya tomada. El apoyo del PRD a Monreal en Zacatecas demuestra que este partido privilegia el pragmatismo y apuesta todo a la crisis del PRI, aunque ello implique su desdibujamiento ideológico y el fortalecimiento de los ex priístas de oportunidad.

Chirinos trató de modificar a última hora la ley electoral estatal para evitar la candidatura común de Morales Lechuga. No lo logró, al parecer por presiones del centro, desde donde en cambio se está buscando forzar al PT y al PVEM a lanzar candidatos propios. Entretanto, a falta de una figura local el PAN está apoyando la candidatura del comentarista de ultraderecha Luis Pazos. Al carecer Veracruz de una base social para la derecha radical, esta apuesta parece mala y puede favorecer a Morales.

La batalla política en Veracruz será decisiva, pues una derrota del PRI implicará la pérdida de su última base social importante, y para los actores políticos significará el seguro anticipo del colapso del régimen en el año 2000. El riesgo de un retroceso a los tiempos del fraude aumenta en proporción a la debilidad y escasa autonomía del Consejo Estatal Electoral. La ciudadanía veracruzana y la opinión pública nacional tienen ante sí el deber de evitar que la transición política sufra un ataque autoritario en uno de sus eslabones decisivos.