No obstante el llamado del secretario de la Defensa Nacional, general Enrique Cervantes Aguirre, el pasado 9 de febrero, a evitar que las armas hablen, la información disponible muestra que se ha iniciado una nueva fase en la escalada militar en Chiapas.
Los signos más evidentes del inicio de ésta son: el despliegue de vehículos militares equipados con armamento ofensivo nunca antes visto en la región y material de guerra sofisticado, en Guadalupe Tepeyac; la intensificación de los patrullajes y las operaciones de rastreo en comunidades y regiones de claras simpatías zapatistas; el establecimiento de nuevos retenes militares cerca del poblado de Vicente Guerrero y en el municipio de Altamirano; el fortalecimiento de las posiciones ocupadas a partir de la matanza de Acteal, y el incremento en los sobrevuelos de aviones y helicópteros y la práctica de vuelos rasantes.
El nuevo despliegue del Ejército Mexicano en las regiones Altos, Norte, Sierra y Selva ha provocado una profunda alteración en la vida de las comunidades indígenas. Lejos de desarmar a los grupos paramilitares y proteger a la población, los movimientos de tropas provocan zozobra y crispan aún más el ya de por sí delicado clima político que se vive en aquellas tierras. Actividades básicas para la reproducción de la población como la preparación del terreno para las siembras o la pizca del café se han visto fuertemente afectadas.
A ello se suman hechos como el aterrizaje de un helicóptero perteneciente a Televisión Azteca en la comunidad de La Realidad, que provocó heridas a dos personas y la destrucción parcial de una escuela. Como es del conocimiento público, este poblado fue, durante varios meses, el punto de encuentro de la comandancia zapatista y distintos actores sociales y políticos, por lo que, durante años, se evitó que bajaran helicópteros allí. El aterrizaje de aeronaves es un hecho inusual en esa localidad y, aun en los momentos más críticos del proceso de paz, los integrantes de la Cocopa, por ejemplo, optaron por volar hasta Guadalupe Tepeyac y luego desplazarse por tierra a La Realidad.
La nueva escalada militar coincide en el tiempo con las declaraciones del presidente Zedillo al periódico The New York Times en el sentido de que lamentaba que el gobierno no tuviera una fuerte presencia en la región, y que en algunas ocasiones había sido demasiado suave por el bien de las negociaciones, pero que eso ya no era conveniente. Esas declaraciones fueron interpretadas por el diario estadunidense como una señal de endurecimiento gubernamental, y el presidente de la Conai, Samuel Ruiz, las consideró preocupantes.
Lejos de avanzar en la distensión del conflicto, la escalada militar actualmente en marcha aumenta las tensiones en la entidad y siembra dudas sobre la voluntad de encontrar soluciones pacíficas. Como lo demuestran los acontecimientos de los últimos cuatro años, una mayor presencia de tropas y el incremento del armamento en la región no parecen ser la mejor forma de facilitar la negociación. Por el contrario, no harán sino hacer más difícil el camino de la paz.