Jordi Soler
Lope y el loco de Lisboa

Frente al puerto de Lisboa, con el puente 25 de abril a la derecha y la Estaáo Fluvial a la izquierda, hay una línea de bancas que, según los entendidos, funciona de maravilla para experimentar la saudade, ese sentimiento sin traducción al castellano que podría ser una nostalgia amplia, no tanto de lo que se ha ido, como de lo que nunca llegó. El procedimiento para experimentar la saudade en esa línea de bancas, situadas en plena ribera de El Tajo, es muy simple: basta sentarse al atardecer y dejarse intranquilizar por esta nostalgia plus, en formato colectivo, si tomamos en cuenta a los usuarios del resto de las bancas.

En los tiempos de Lope de Vega había en Lisboa un célebre loco que vivía en el lugar que ahora ocupa la línea de bancas nostálgicas. Registraba mentalmente todos los navíos que cruzaban el puerto. Este esfuerzo obedecía a una razón poderosa: estaba seguro de que los barcos que pasaban frente a él eran suyos. Uno de sus hermanos, decidido a terminar con esa locura, invirtió parte de su fortuna en curarlo. El loco nunca perdonó ese atrevimiento, pues por culpa de su hermano el generoso había perdido todos los barcos del puerto.

Este episodio aparece en Amarilis, novela sobre la vida de Lope de Vega, de Antonio Sarabia. El loco dueño de los barcos tiene en realidad poco que ver con Lope, quien a los 25 años era el autor más famoso de España, mejor conocido como El Fénix de los Ingenios, y gozaba de una línea regalada y repetida por sus fanáticos que decía: ``Creo en Lope todo poderoso, poeta del cielo y de la tierra''; (350 años más tarde, el guitarrista Eric Clapton recibiría de sus fanáticos una línea de la misma naturaleza: ``Clapton is god'').

El teatro en tiempos de Lope se hacía en corrales de comedias; la mujeres, relegadas o quizá mejor situadas veían las obras confinadas en la parte superior (La Cazuela). El nombre de la sección permite suponer que se trataba más bien de relegarlas. Unos versos de El Fénix alrededor de ese tema en el que era experto son: ``beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a su desengaño; eso es amor, quien lo probó lo sabe''.

Otro individuo que como el loco de Lisboa tenía que ver con Lope de manera tangencial, era Luis Ramírez de Arellano, bribón de los corrales apodado Gran Memoria, quien era capaz de aprenderse los versos de una obra, que a veces llegaban a tres mil, reproducirlos en su casa y venderlos más tarde al mejor postor. Su memoria formidable terminó complicándole la entrada a los corrales, los empresarios de Madrid pidieron al juez protector que lo encerrara durante las funciones o que lo amenazara con meterlo a la cárcel si se atrevía a asistir. Mientras don Luis aprendía versos en Madrid, el loco de Lisboa hacía acopio de los barcos del puerto; ambos tenían la intención de apropiarse, a fuerza de memoria, de una parte del mundo.

La conquista de mujeres, esa actividad en la que El Fénix era un maestro, alcanzó con Marta de Nevares la forma de triángulo amoroso virtual.

El duque de Sessa, en su condición de mecenas, exigía estar al tanto de las conquistas y las obras de Lope; y además estaba medio enamorado de Marta Lope, y a fuerza de cartas logró romper la barrera nada endeble que lo separaba de ella: él era cura y famoso, ella casada y piadosa. El tercer vértice del triángulo era el mismo Sessa, guardián celoso de la obra y de los amores de su protegido, que periódicamente le pedía a Lope que le exigiera a Marta las cartas que le había escrito. Para cumplir con este trámite bochornoso, de dar cartas de amor para después arrebatarlas, Lope, siempre consecuente con su naturaleza, optaba por la vía más bochornosa: mandaba a su hija Marcela, que era una niña, a convencer a Marta de que entregara esas cartas de su papá, que harían al duque partícipe virtual y feliz del romance.

Gran Memoria y el loco de Lisboa memorizaban partes del mundo, el duque de Sessa las arrebataba.

Mientra tanto Lopilla, hijo de Lope y hermano de Marcela, vagabundeaba por el barrio y con frecuencia caía en la casa de un viejo de barba que le contaba historias, y que había sido soldado y era manco. Este viejo le hablaba al niño, entre otras cosas, de la obra magnífica del Fénix de los Ingenios. Cuando Lopillo le contó esto a padre, Lope respondió que a él la obra de ese viejo, de nombre Miguel de Cervantes Saavedra, lo tenía sin cuidado.

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