Guillermo Almeyra
Nuevas solidaridades, nuevos nexos

La mundialización, se ha demostrado hasta el cansancio, tiene como objetivo y resultado la destrucción de los lazos solidarios como precondición para la libre explotación de la mano de obra, la rebaja de los salarios reales, la destrucción de las resistencias y de las identidades. Pero, al mismo tiempo, ayuda a crear nuevas identidades, solidaridades y nexos que no están controlados por los aparatos de dominación (el Estado, con sus instrumentos de mediación, como las direcciones sindicales corruptas o los partidos y entidades asimiladores o las Iglesias). La intensidad y velocidad de las comunicaciones, cuyas informaciones son interpretadas según las visiones, valores e intereses de las clases y de los pueblos, por ejemplo, contrarresta el esfuerzo homogenizador de la americanización de la cultura, sobre todo a través de la música, la televisión y los hábitos (alimentos, bebidas, juegos, vestidos), y en tiempo real el mundo vive como propio el asesinato de un campesino sin tierra en Brasil y reacciona como antes lo hacía sólo en condiciones muy excepcionales (el fusilamiento de Francisco Ferrer, el caso Sacco y Vanzetti).

La mundialización crea también entidades globales, como algunas Organizaciones No Gubernamentales (ONG) de alcance y peso mundial que disputan en el plano político y moral con los gobiernos, tal como sucede con Amnisty International o la Liga Mundial por los Derechos del Hombre o Greenpeace (que desenmascaró y puso en peligro la política nuclear francesa). El voluntariado y las ONG ocupan de este modo los vacíos y las brechas creados por la retirada de los Estados de sus funciones sociales esenciales (defensa de las mujeres y de los niños, acción contra la esclavitud y semiesclavitud, defensa de los derechos humanos, sanidad y educación en las regiones más desposeídas del orbe y de cada país, industrializado o no). Incluso, con su crecimiento, estas organizaciones llegan a constituir verdaderas fuerzas económicas y a ponerse como fuente de financiamiento alternativo y sin fines de lucro para una serie de causas de interés público haciendo que al Estado, por ejemplo, le resulte difícil violar impunemente y sin que se sepa las reglas de civilización que ha firmado en la ONU, y que declara solemnemente defender pero no aplica.

Al mismo tiempo, la globalización ayuda a mundializar las conciencias y crea solidaridades nuevas en las macrorregiones que se traslapan con los Estados (que no dejan de existir) y que funcionan por sobre las fronteras. Tal es el caso, por ejemplo, de la lucha paneuropea contra la desocupación y del ``contagio'', desde abajo, de la lucha por la reducción de la semana laboral o del combate contra la prolongación de la edad para el retiro jubilatorio, emprendido exitosamente por los camioneros europeos que se han dado cuenta del papel vital de las comunicaciones en la economía mundializada y en la producción según el ``just in time''. Si bien la mundialización crea reacciones regionalistas xenófobas, racistas, también crea solidaridades entre los desocupados de los países ricos y los inmigrantes provenientes de los países pobres. La globalización, por otra parte, no puede ser enfrentada sino con la ``localización'', o sea la construcción de redes económicas, sociales, políticas, a nivel local, sobre la base de la autonomía y/o de la autogestión, o de la construcción en pequeño, desde el caserío, la aldea, el municipio, que vuelven a adquirir la importancia que les había quitado la centralización estatal, y pueden ser refugio de la vivibilidad y de la socialidad y centros de irradiación de la democracia.

Lo pequeño, en un mundo unificado por las comunicaciones y el comercio, tiene así peso. Lo tienen Chiapas, o Chipre, o Palestina, o la lucha de los kurdos. Eso obliga a Clinton, líder de la principal potencia mundial, a discutir con Arafat, que lo es de pocos millones de seres carentes de todo. Se construye pues, también, una nueva conciencia internacional que puede ser alimentada por la rápida difusión de los ejemplos en los que todos, más allá de las diferencias étnicas o culturales, encuentran un elemento común de lucha contra la barbarie. De estas nuevas solidaridades depende la creación de una alternativa al agotado modelo de Hayek, Friedman, Von Mises, Jeffrey Sachs y otros padres del fundamentalismo económico que hoy nos lleva a la ruina mientras enriquece a las 500 compañías que controlan (mal) el comercio mundial.