León Bendesky
La economía según Mr. Rubin
Las crisis financieras han sido un fenómeno recurrente en las dos últimas décadas. Durante este periodo pueden recordarse, entre otros, hechos como el estallido del sobrendeudamiento externo de las economías latinoamericanas, la ruptura de la serpiente monetaria en Europa, el desplome de la bolsa de valores de Nueva York, la devaluación de la libra esterlina, numerosas quiebras de instituciones bancarias, la depresión económica de México y la reciente convulsión de los mercados de dinero y capitales en los países de Asia. En muchas de estas situaciones se ha buscado la intervención de los organismos internacionales para salvaguardar lo que va quedando de la integridad de las estructuras financieras. Tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial han tenido que ir redefiniendo sus funciones y las áreas de su actividades para apuntalar la fragilidad de los mercados e intentar reducir los estragos que produce la menor capacidad de crecimiento productivo de las economías.
Las crisis están asociadas con la manera en que funcionan los mercados internacionales de dinero y capitales. Se sabe que la enorme cantidad de fondos que se mueven diariamente en transacciones que buscan elevar los rendimientos monetarios de muy corto plazo, sobrepasan por mucho los recursos utilizados en las transacciones comerciales en el mundo y las reservas internacionales que poseen los bancos centrales más grandes. En este sentido, ha habido una verdadera internacionalización económica, pero que no genera las condiciones de estabilidad que puedan asociarse con la expansión productiva y del empleo. Los amplios movimientos de las cotizaciones de las divisas, de las tasas de interés de los bonos y de los precios de las acciones son una expresión fehaciente de la inestabilidad reinante, en la que sólo los grandes jugadores obtienen ganancias, y el sistema está perdiendo la capacidad de difundir los beneficios generados entre el grueso de la población.
El conflicto ha adquirido dimensiones globales y no existen los arreglos institucionales para enfrentarlos de manera decisiva. Pretender que sea una institución como el Fondo Monetario Internacional la que lo haga parece una misión imposible. Pero el caso es que hoy no existe otra instancia mediante la cual los gobiernos de los países más ricos puedan combatir la fragilidad financiera y prevenir que se provoque una crisis económica generalizada, similar a la Gran Depresión de la década de 1930. El asunto se manifiesta ahora en la campaña del gobierno de Clinton para que el Congreso estadunidense destine los fondos requeridos para fortalecer al FMI. En esa campaña se dirán muchas cosas y, en efecto, Robert Rubin, secretario del Tesoro, ha empezado a decirlas.
Ahora resulta que la interpretación oficial del gobierno de Estados Unidos respecto a la crisis mexicana de fines de 1994 es que se debió a las malas decisiones (trágicas fue el término con el que las describió el funcionario) de política económica tomadas por el gobierno de Salinas. Eso ya se sabe en México desde hace mucho tiempo, mientras esas medidas se tomaron y se veían los efectos que estaban produciendo; desde la fijación del tipo de cambio, el deterioro salarial, la forma en que se administró la apertura comercial y financiera y en que se negoció el TLC, la emisión de los Tesobonos y el manejo de la devaluación de diciembre, recién inaugurado el actual gobierno. Pero durante ese periodo fue el mismo gobierno de Estados Unidos el que aplaudió las medidas tomadas por Salinas y su equipo, a quienes describía como el mejor grupo de técnicos económicos de la región, puesto que habían sido educados en las universidades más reconocidas de ese país. Queda ahí otro ejemplo de la manipulación de la historia, antes para un propósito y ahora para otro.
Ante los efectos generalizados de la inestabilidad y la fragilidad financieras que se han ido fraguando desde el inicio de los años 70, se pretende aplicar medidas también de tipo general. Y para ello se intenta usar al FMI, institución que fue exonerada por el propio Rubin de toda responsabilidad en la gestación de las condiciones que generan la proclividad hacia las crisis. Lo más probable es que, en este caso, los hechos desmentirán también al responsable del Tesoro. La globalización financiera, para usar el término de moda, quiere tener su contraparte en la política económica igualmente global. Pero ahí está precisamente la dificultad, puesto que si las transacciones financieras no parecen poner de manifiesto las diferencias entre las economías, las condiciones de la producción sí exponen la diversidad de las estructuras existentes. Las políticas de restricción que favorece el FMI para recrear las condiciones de estabilidad y rentabilidad financieras no están en consonancia con aquellas que pueden recrear las condiciones de un aumento de la producción, y mientras más se intenta reproducir al capital financiero, más evidente es que se genera un excedente de población que no puede incorporarse a la generación de riqueza.