Antonio Gershenson
Riesgos de la carrera petrolera

En tiempos del llamado auge petrolero, el argumento para aumentar la producción de petróleo y sus exportaciones lo más rápido que se pudiera era que el hidrocarburo iba a seguir caro hasta el año 2000, y que había que aprovechar. Ahora, uno de los argumentos para hacer lo mismo es que, aunque el valor del recurso aún no extraído aumenta, pero a un ritmo menor que el costo de capital para Pemex, en términos, por decirlo así, reales, se estaría devaluando, según este argumento.

La meta de exportación sigue siendo creciente. Como México no es el único país que aumenta sus exportaciones hasta donde puede, eso ha contribuido a que los precios, que han estado subiendo desde mediados de 1994, tengan una baja importante. Al haber en el mercado demasiada oferta de crudo, esto presiona los precios a la baja.

Hay una apreciación errónea cuando se considera que en el largo plazo el precio del petróleo va a bajar. Está bajando hoy, y lo que hoy se exporta se está vendiendo mal. Con más producción, se está obteniendo menos ingreso petrolero. Pero en el largo plazo los precios tenderán a subir. Una de las razones es que, considerando las reservas efectivas, en pocos años la gran mayoría de las exportaciones quedará en manos de cinco países, todos ellos ubicados en el Golfo Pérsico. Otra, que confluye en cierto sentido con la anterior, es el hecho de que la producción mundial está próxima a su máximo, y en pocos años empezará a declinar: no olvidemos que se trata de un recurso no renovable, y hay métodos que permiten calcular su monto total, incluso el de las reservas aún no encontradas.

La línea petrolera que plantea elevar las exportaciones hasta donde se pueda no sólo tiene un efecto económico negativo, al venderse más petróleo por menos dinero. Implica también riesgos, de los cuales el más importante es desatar una guerra de precios como las de 1986 y 1988. Y, para México, esa guerra no se puede ganar, porque los costos de producción en el Golfo Pérsico son claramente inferiores a los nuestros. Ya con la guerra de precios de 1986 México perdió el 10 por ciento de su mercado de exportación. Ni siquiera es seguro que no haya empezado ya; lo que define que exista no es si hay o no una declaración explícita. Lo define el hecho de que los precios de variedades de crudo procedentes de diferentes países, en su carrera hacia abajo, se atropellan entre sí: un precio rebasa al otro hacia abajo, pasa de ser más alto que el otro a ser más bajo que él, y luego sucede lo contrario.

Si se contribuye, o se contribuyó ya, al estallido de una guerra de precios, tendremos algo parecido a lo ocurrido en 1986 con una guerrita similar: el PIB cayó como pocas veces en la historia, el dólar tuvo fuertes devaluaciones y los precios subieron aceleradamente.

Lo que procede es una activa diplomacia petrolera. Es necesario un diálogo con otros exportadores, con vistas a alcanzar acuerdos sobre niveles de producción y precios, principalmente. El diálogo en este sentido, con los exportadores de dentro y fuera de la OPEP, es un elemento necesario en cualquier estrategia petrolera en las actuales condiciones.