En mi propósito de definir qué literatura me gusta y por qué me gusta; en mi afán de creer que lograrlo me haría madurar; en mi suposición de que madurar es un avance en un oficio, he llegado a reflexionar alrededor de cómo la formación del gusto literario se da de complemento cuando un lector lee la buena literatura; y cómo, para la formación del juicio literario, el lector necesita algo más que haberse nutrido de la mejor literatura, pues debe decidir, según él, cuál es la que le gusta más de entre la mejor que conoce. Y esto ya no se da por añadidura.
Para decidir, tiene que arriesgarse y, sobre todo, tiene que ser capaz de fundamentar lo que sostiene. A la mayoría de los lectores les basta con leer lo que les gusta; pero cuando un lector es escritor debe, debería, pasar la prueba de ser capaz de juzgar.
Un problema es que, si expone su juicio, lo primero que harán sus lectores será ver si lo que dice se refleja en lo que hace, y esto pone en aprietos a más de un escritor, ya que puede declararse lector apasionado de Cervantes, por ejemplo, para que sus lectores busquen en su obra esa influencia y no la encuentren. Hay muchos intereses detrás de los juicios de los grandes escritores, o que pasan por ser grandes escritores, y no es raro comprobar que, entre ellos, el de la honestidad no sea el principal.
Si ser capaz de configurar un número determinado de obras literarias que sigan tal o cual principio es peligroso, pues puede poner a la vista la pobreza de la cultura del autor que la exponga, o su falta de inteligencia, o la tendencia de sus intereses, mucho más peligroso resulta justificarla. Razonar es recorrer una cuerda de gran alcance sin tambalear ni, por supuesto, caerse. Se necesita experiencia para intentarlo; es decir, por lo que hace a la cuestión literaria, se necesita tener un gusto y un juicio sólidos, además de un sentido muy agudo del equilibrio, se entiende.
De ahí que me dé por releer una y otra vez libros como Diez novelas y sus autores, de Somerset Maugham, o primeros capítulos como el de La orgía perpetua de Vargas Llosa, que éste tituló ``Una pasión no correspondida''. El descubrimiento de Vargas Llosa de las razones que le explicaron a él su deslumbramiento ante la lectura de Madame Bovary es muestra de su solidez como autor. Su preferencia por la descripción de la vida objetiva contra la subjetiva; de la acción contra la reflexión; de la invención realista a la fantástica y ``entre irrealidades la que está más cerca de lo concreto que de lo abstracto''. Dice: ``Que los pensamientos y los sentimientos en la novela parecieran hechos, que pudieran verse y casi tocarse no sólo me deslumbró: me descubrió una predilección profunda''.
Si vamos a sus primeras novelas, veremos que eso es lo que él intentó. Al ser capaz de razonar su pasión por Madame Bovary pudo encontrar su propio camino como escritor: ahora sí ya sabía hacia dónde quería ir. Es decir, arriesgarse a juzgar su gusto por esa novela, desató en su interior la naturaleza de su propio impulso creador.
Ultimamente me he planteado este asunto: mientras yo no me arriesgue a razonar por qué me gusta la literatura que me gusta, seguiré atada al juicio del tiempo, lo cual no está mal, pero tampoco resulta un camino liberador. Para empezar, ¿me animaría a exponer cuáles son los diez cuentos que más me gustan, las diez novelas, los diez ensayos, los diez poemas, las diez obras de teatro? ¿Me sería más fácil si delimitara mi elección según el género dentro de cada género, según la época, según la región?
Un principio sí me arriesgo a acoger y aplicar como común denominador a mi selección hipotética de todos los géneros literarios, y es extrapolar lo que declaró Jane Austen respecto a su aproximación al escribir una carta: decirle por escrito lo que le dirías de viva voz a quien te estuvieras dirigiendo. Claro, ``Como su conversación era exactamente igual a sus cartas -apunta Maugham-, y sus cartas están llenas de observaciones ingeniosas, irónicas y maliciosas, se deduce que su conversación era encantadora''.
Que esa sea la manera en la que escribió sus novelas, y que esa cualidad las haya hecho grandes, no es opinión exclusiva de Maugham sino también del exigente Nabokov que, por otra parte, asimismo seleccionó, para una de las siete, Conferencias sobre literatura, una de sus novelas en calidad de obra maestra europea.
Nabokov recuerda la conclusión de Flaubert: ``Qué sabios seríamos si conociéramos bien cinco o seis libros'', lo que aumenta la dificultad de escoger. ¿Qué autor no sueña con la posibilidad de leer, sin interrupción, esos cinco o diez o veinte o tres libros que ha leído con interrupciones toda su vida y que teme declarar como sus preferidos, pues teme todavía más decir por qué lo son? El problema está, para empezar, en arriesgarse a exponer precisamente por dónde empezar.