Masiosare, domingo 15 de febrero de 1998
Guadalajara, Jal. ``Del narco yo no
sé. Oigo en el radio que aparecen muertos en la carretera y dicen que
son ellos. Pero si uno no se mete, no tiene por qué tocarle. Aquí en
Guadalajara el problema grave es el de la inseguridad pública'', dice
José Iñiguez, comerciante tapatío.
30 de julio de 1997. Poco antes de las 4 de la tarde Irma Lizzet Ibarra Nevejat se dirigía a la Universidad de Guadalajara. Llevaba prisa. Iba retrasada a presentar un examen en la Facultad de Derecho.
En la calle Plan de San Luis se detuvo en un semáforo. No vio cuando una motocicleta, con dos hombres encima, se le emparejó. La cosieron a balazos.
Así terminaron varias semanas de amenazas contra la ex señorita Jalisco, alguna vez enlace entre los narcos y los jefes de la 15 Región Militar, relación dada a conocer tras la detención del general Jesús Gutiérrez Rebollo.
La ejecución de Irma Lizzet acaparó por un momento la atención nacional. Igual pasó con las muertes de la prima de Rafael Caro Quintero, Gladys Caro Payán, y la de Héctor Ixtláhuac Gaspar, secretario del ex gobernador Flavio Romero de Velasco. Nada más.
Otras decenas de ejecuciones apenas han merecido breves espacios en prensa local. La nota típica: ``Atado de manos, amordazado y con un tiro de gracia en la cabeza, fue encontrado asesinado presunto narcotraficante en tal carretera''.
Y ya. Nadie sabe, nadie supo. Es, simplemente, la violencia del narco. Es cosa ``de ellos''.
Por eso, aunque los habitantes de Guadalajara creen que la inseguridad pública es su principal problema, no perciben conexión entre éste y el narcotráfico.
En abril de 1997, el Centro de Estudios de Opinión de la Universidad de Guadalajara (CEO) hizo una encuesta sobre las principales demandas de los habitantes del área metropolitana: 34.3% pidió más y mejor vigilancia policiaca; 25.5% la creación de fuentes de empleos; 16.1 % el combate al pandillerismo. Y así, siguieron el combate a la corrupción y a la contaminación, mejor educación, etcétera.
Solamente 2.9% de los ciudadanos consideró el combate al narcotráfico como algo fundamental.
Esta percepción es natural, sostienen los investigadores Marcos Pablo Moloeznik y Rossana Reguillo, debido a que los delitos patrimoniales son los que afectan de manera directa a la ciudadanía. En cambio el narco no se nota, hasta que se nota.
La doctora Reguillo, del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Occidente, explica: ``La existencia del narco en Guadalajara es difícil de percibir, porque sus estructuras son invisibles. Se fusionó con las clases económica y políticamente más poderosas del estado y `desapareció'. Nosotros hablamos del narcotráfico en esta ciudad como algo lejano. No se nota, hasta el día que pasa algo muy evidente, como la ejecución de alguien reconocido''.
En otros lugares, dice Reguillo, se tiene la idea de que en Guadalajara se reproduce la violencia del Chicago de Al Capone, y que para salir a comprar el pan a la tienda de la esquina hay que ir con chaleco antibalas. ``Esas son imágenes hollywoodescas que no son reales. Los narcotraficantes no operan así porque no les conviene hacerse visibles.''
Moloeznik, de la Universidad de Guadalajara, coincide: ``A ellos no les conviene la violencia, y menos porque es en esta ciudad donde viven sus familias. Su presencia sólo es detectable en la especulación inmobiliaria y en el lavado de dinero''.
Pero con todo y sus esfuerzos por ``desaparecer'', los narcos están ahí.
Según cifras de la PGR, los delitos contra la salud se incrementaron 77.15% el año pasado. Jalisco sigue siendo un punto estratégico en la ruta de transporte de cocaína y mariguana hacia Estados Unidos.
Pero cuando a las autoridades estatales se les pregunta sobre el narco, siempre voltean hacia otro lado. El gobernador Alberto Cárdenas ha insistido en que los delitos relacionados con el tráfico de drogas son cosa del gobierno federal. Y cuando se le toca el tema de las ejecuciones, habla de un complot contra las administraciones panistas. ``Muchos de los muertos no son de aquí, los traen de otros estados. Tratan de desprestigiarnos.''
Más allá de culpas o competencias, las cifras del Programa Nacional de Seguridad de 1996 ponían a Jalisco en el primer lugar nacional en delitos contra la salud.
Con todo y la inseguridad pública, con todo y el narco, la reducida vida nocturna de Guadalajara parece crecer. Kaliope Demerutis, editora del semanario Ocio, una popular guía sobre la oferta de esparcimiento en la ciudad, comenta que cada día se abren nuevos bares y discotecas. A la tradicional zona de la avenida López Mateos se han incorporado, siguiendo el modelo del Distrito Federal, un creciente número de sitios en el Centro Histórico de la ciudad. Los fines de semana hay que hacer largas colas para entrar a los lugares de moda.
De ahí que la propuesta del ex alcalde tapatío César Coll Carabias, de mandar a todo mundo a dormir a las 10 de la noche para acabar con la inseguridad, no haya sido bien recibida.
Industria sobre ruedas
Edelmira Barragán Lomelí ofrecía productos de belleza a mitad del precio en estéticas y salones. Un grupo policiaco que investigada el robo de un camión supo de ella. Durante varios días le siguió la pista. Después de una larga espera, Edelmira fue encontrada y condujo a los policías a una de las tres bodegas donde estaba la mercancía robada.
En Guadalajara, el robo de camiones de carga es una industria que marcha sobre ruedas. El ladrón se queda con 15% del botín, el intermediario con 35% y el comerciante en el mercado negro obtiene una ventaja en precio de 50%.
Gran parte de los atracos a camiones se realiza dentro del área metropolitana de Guadalajara, aunque han sido detectadas bandas que operan en Los Altos, Ocotlán y la Costa Sur.
Una investigación del criminalista Alfredo Rodríguez García revela que los robos se llevan a cabo en cuanto los camiones salen de las fábricas en la zona metropolitana, y antes de llegar al Periférico.
Para el investigador esto es un signo del involucramiento de elementos policiacos. ``Muchas veces los camiones son detenidos por integrantes de la policía que les revisan sus guías, para ver qué tipo de carga llevan, esta gente da aviso a sus cómplices, que unos metros más adelante esperan a la unidad para desvalijarla.''
Explica que este tipo de asaltos tiene la ventaja, para quienes los realizan, de que no deja huellas. La mercancía puede ser fácilmente blanqueada en supermercados y tiendas. Señala también que en estos delitos hay gente especializada en determinado tipo de producto. ``Unos roban sólo computadoras, otros granos, otros alimentos procesados, y así.''
El panorama delictivo de Jalisco, según la Procuraduría estatal, tiene sus primeros lugares: delitos contra la salud, robo de vehículos, asaltos bancarios y robo de transportes de mercancías.
La Procuraduría también dice que en Jalisco actúan al menos 63 bandas de delincuentes organizados.
En primerísimo lugar nacional
Gabriel Ramírez salió del cine el pasado 14 de noviembre a las 8 de la noche. Al ir por su auto a donde lo había estacionado, se dio cuenta que se lo habían robado. Fue a la Procuraduría a reportar el robo. Ese día fueron hurtados 76 vehículos en la ciudad. La media nacional es de 300.
Guadalajara es, proporcionalmente, la ciudad en la que se registra el mayor número de robos de vehículos en todo el país. Esta situación ha provocado que los seguros cuesten entre 8 y 15% más en esta ciudad. Las aseguradoras argumentan que aquí el promedio de robos de autos es cinco veces mayor al nacional.
En los últimos meses de 1997, representantes de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros pidieron al gobernador Cárdenas Jiménez la reinstalación de las volantas policiacas, una especie de retenes móviles, con el fin de atacar el problema.
Javier López Estrada, responsable de la oficina coordinadora de recuperación de riesgos asegurados, explicó que las autoridades judiciales no cumplían con su trabajo. ``O no tienen a la gente capaz para investigar, o no les interesa, o están involucradas las propias autoridades''.
Estimó que ese año el robo de autos había costado 170 millones de pesos a las aseguradoras, y más de 8 millones a los propietarios. Una cifra mayor, según él, de la que obtuvieron los asaltabancos.
La Procuraduría estatal admitió que, respecto a 1996, la recuperación de vehículos robados descendió 10%.
El paraíso de los asaltabancos
24 de febrero de 1997. Eran nueve y estaban armados. Uno apuntó a los empleados y clientes con una ametralladora, los otros lo hicieron con pistolas. El vigilante de la sucursal del Banco Santander en el centro comercial Galerías del Calzado fue desarmado. ``No te muevas o vamos a comenzar una balacera y aquí hay mujeres y niños'', le advirtieron los ladrones.
Varios de los asaltabancos se acercaron al gerente René Dehesa para que los acompañara, primero a las cajas y luego a la bóveda. Se llevaron todo. Fue el undécimo asalto de 1997, con un botín de 2.3 millones de pesos. Como en la mayoría de los casos, la búsqueda de los asaltantes fue infructuosa.
Aunque el año pasado ``sólo'' hubo 68 atracos en el estado, Jalisco sigue siendo el paraíso de los asaltabancos.
Según cifras del Programa de Seguridad Nacional, entre 1981 y 1995 hubo 420 asaltos bancarios en el estado, de un total nacional de 3 mil 456.
Manuel Almada Sierra, director de Consultores Profesionales en Prevención de Riesgos y quien estuvo al frente de la seguridad del Centro Bancario local entre 1987 y 1994, sostiene que el crimen organizado ha tomado nuevas dimensiones en el estado. Ahora, explica, se estudian escrupulosamente los asaltos.
Los maleantes, dice, ya dejaron de ser inexpertos para convertirse en profesionales que conocen la vulnerabilidad de cada sucursal. También comenta que no se descartan los nexos de personal bancario y miembros de la policía con los asaltabancos, ya que los delincuentes atacan cuando en las bóvedas hay fuertes sumas de dinero.
El problema de los asaltos bancarios se agravó el año pasado debido al enfrentamiento entre los banqueros y el alcalde César Coll por el pago de la vigilancia a las instalaciones.
El talón de Alberto
La seguridad pública, una de las principales banderas del panista Alberto Cárdenas Jiménez durante su campaña por la gubernatura, se ha convertido en su talón de Aquiles a la mitad de su gestión.
Durante las elecciones de 1995, en medio del rotundo ajuste de cuentas de los jaliscienses con las administraciones priístas, surgió como una de las principales demandas ciudadanas frenar la inseguridad pública. Sin embargo, no es sino tres años después, y luego de que el estado ha escalado a los primeros lugares a nivel nacional en materia de robos de autos, bancos, transporte de carga y delitos contra la salud, con su cauda de ajusticiamientos, cuando el gobierno estatal ha empezado a diseñar una política pública en esta materia.
El 22 de diciembre del año pasado, el Congreso jalisciense aprobó, de manera unánime, la creación de la Secretaría de Seguridad Pública, Prevención y Readaptación Social. Esta dependencia, que entrará en funciones los últimos días de abril de este año, tendrá como uno de sus principales fines el diseño e implementación de una política contra el crimen.
Esta medida llega luego de serios cuestionamientos al gobierno estatal por parte de amplios sectores de la ciudadanía ante el manejo desordenado de la seguridad.
Según encuestas del CEO, la principal demanda ciudadana en el área metropolitana, donde se concentra 52% de los delitos del estado, es la seguridad pública.
Según estadísticas de la Procuraduría de Justicia estatal, diariamente 158 ciudadanos reportan haber sido víctimas de un hecho delictivo. La mitad son delitos patrimoniales. El promedio diario de robos es de 91, sobresaliendo el hurto de automóviles, con 50 unidades reportadas como desaparecidas cada 24 horas. Hay, además, cinco homicidios al día. Siete personas son detenidas por delitos contra la salud cada dos días.
Para el doctor Marcos Pablo Moloeznik, del Centro de Estudios Estratégicos de la UdeG, el estado carece de una política criminal integral.
El gobierno panista mantuvo durante los primeros años de su gestión una visión coyuntural del problema de la inseguridad, atribuyéndolo principalmente a causas socioeconómicas. ``Esa es una postura errónea, ya que la mayoría de los delitos que aquejan al estado provienen del crimen organizado. Este tipo de delincuentes es gente que gusta de la buena vida, que tiene incluso estudios profesionales. Ellos son los que están detrás de los asaltos bancarios, los que planifican los secuestros o realizan operaciones de blanqueo de dinero, no gente que entra a la delincuencia a causa del hambre.''
A Moloeznik le gusta citar a Giovanni Falcone, juez encargado de combatir a la mafia napolitana: ``Al crimen organizado se le combate organizadamente''.
Explica, además, que otro de los factores fundamentales para el incremento de delitos es que los delincuentes se han dado cuenta que el crimen paga. Da un ejemplo: ``De mayo de 1995 a septiembre de 1997, de los 38 mil vehículos robados se recuperó sólo 37.4%. El índice de impunidad es de 62.6%. Aquí hay un problema serio de impunidad, corrupción y desorganización''.
Por lo pronto, en tierras tapatías cada quien se protege como puede. Están en auge los fraccionamientos privados con vigilancia policiaca y altos muros rodean a la mayoría de las casas en zonas residenciales. En toda la ciudad casi no hay ventana o puerta sin protecciones. Y, por si algo fallara, queda otro recurso: con datos de la 15 Zona Militar, Moloeznik asegura que en siete de cada diez hogares de la zona metropolitana de Guadalajara hay al menos un arma de fuego.
El narcotráfico llegó a Jalisco en la década de los setenta, tras de que en Sinaloa se puso en marcha la Operación Cóndor.
Algunos investigadores de la UdeG sostienen que el entonces gobernador Flavio Romero de Velasco fue quien pactó con ellos.
Lo cierto es que desde los ochenta la influencia del narco empezó a sentirse en la ciudad. En medio de la crisis económica que vivía el país, Guadalajara mantenía su auge económico.
Especialistas en el ramo inmobiliario aseguran que ese mercado se vio alterado por la presencia de los narcotraficantes. Los precios de las propiedades se incrementaron de manera desproporcionada en algunas zonas. El poniente de la ciudad creció de manera inusitada.
Era la época de Miguel Angel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca, Don Neto, la primera generación, la de los narcos visibles. Era fácil identificarlos por su forma de vestir y de comportarse. En su mayoría eran ostentosos.
El asesinato en 1985 de Enrique Camarena, agente de la DEA, puso al narco jalisciense en los primeros planos de visibilidad.
La lucha por el control de la plaza dio lugar a una serie de enfrentamientos violentos entre las diferentes bandas.
A fines de los ochenta y principios de los noventa los narcotraficantes se mantuvieron fuera de las primeras planas de los diarios. Eso les ha permitido permearse en la sociedad tapatía.
La influencia del cártel de Juárez creció bajo la protección del general Jesús Gutiérrez Rebollo, primero jefe de la 15 Zona Militar y más tarde comandante de la quinta Región Militar.
Es la época en que se logran colar a todos los niveles. Hacen partícipes de sus ganacias a amplios círculos de la sociedad. Enriquecen a personas bien conectadas políticamente.
Sin embargo, Guadalajara acepta los beneficios, pero no a los mecenas. O no del todo: el Country Club, un lugar exclusivo de las ``buenas familias'' tapatías, les fue vedado entonces a los nuevos ricos.
En 1993, el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, en medio de un enfrentamiento entre las bandas de Joaquín El Chapo Guzmán y los Arellano Félix, vuelve a poner a Jalisco en los primeros lugares de la atención nacional.
La segunda generación, la de la transición, está repartida: en Almoloya o buscada por todas las policías.
En la actualidad hay una tercera generación de narcos, hijos y sobrinos de los sinaloenses. En su mayoría han estudiado en las principales universidades privadas del estado. Un ejemplo: Ramón Arellano Félix estudió en el Colegio Británico.
Esta generación lleva una vida discreta. Opera en el lavado de dinero y en inversiones bursátiles. Y ya forma parte de la élite tapatía. Ha obtenido el refinamiento necesario para ser aceptada.
Ninguno de los neonarcos, por ejemplo, se atrevería a bajar con botas de una pick up con vidrios polarizados. Conocen de sobra las reglas del juego.
Los traficantes que marcan los tiempos actuales en el estado son Juan José Quintero Payán, Javier García Morales y Juan José Esparragosa, El Azul.
Las más recientes ejecuciones son un signo, según los especialistas, del reacomodo de fuerzas que vive el narco en el estado, después de la desaparición de Amado Carrillo.