Masiosare, domingo 15 de febrero de 1998


Tijuana, la huella del narco


LA VIOLENCIA

Y LA VIDA LOCA


Alberto Nájar/Fotos: Elsa Medina


Tijuana 1998. Si la fronteradesnacionalizada era un mito, ¿por qué no habría de serlo la ciudad de la violencia? ``Aquí no es el Distrito Federal; todavía se puede salir con tranquilidad a la calle'', insisten los tijuanenses. Las ejecuciones y los tiroteos son asuntos de narcos. Y los narcos siempre se han arreglado entre ellos. Pero la huella del narco está ahí. En las 500 personas que cada día arresta la policía municipal, en los secuestros y los asaltos bancarios y, sobre todo, en los 45 mil adictos a las drogas duras que recurren a todo para conseguir sus dosis.



Tijuana, BC. ``¿No sabes cómo hacer el punto chino?'' El chiquillo de seis años no espera respuesta. ``Lo pones en una corcholata y lo quemas. Luego, cuando se hace agüita, lo echas aquí -señala el dorso de su mano cubierto de cicatrices- y ya''.

-¿Es todo?

-Primero me abro la vena con unas tijeras y luego allí me lo echo.

-¿Y qué se siente?

-Se siente como si te va quemando. Quema bien recio. Ya luego te da mucho sueño pero si quieres puedes manejar coches...

Se llama Christian. Su adicción a la heroína y el cristal comenzó hace dos años, luego de ver a su mamá morir por una sobredosis. ``Se dobló'', recuerda.

Tenía cuatro años de edad y trató de inyectarse la heroína que dejó su madre. La aguja lastimó su mano. ``Me hice una bola así de grande y tuve que quemarme para que se bajara'', explica.

Por eso prefiere cortarse la piel con las tijeras, hacer ``el punto chino'': una pequeña incisión para echarse la droga. Las pequeñas cicatrices muestran el camino a las venas.

En la foto, Christian está con su amigo que no sabe de la ``vida loca''. Ambos viven -junto con una decena de niños más y 70 adultos- en una casa hogar de Adictos en Recuperación de Tijuana, en la colonia Libertad, pegadita a la barda de metal que marca la frontera.

Christian está en rehabilitación, pero si por alguna razón regresa a las drogas, el chiquillo sabrá quién es por dos años más, cuando mucho. Después, el daño a su sistema nervioso será irreversible. Quedará afectado para siempre, preso de la locura.

Ni siquiera tendrá el consuelo de morirse.

Donde el leon no es como lo pintan

Tijuana.

Si las preguntas sobre la violencia las hace alguien venido ``del centro'', la respuesta es siempre la misma: ``Aquí no es el Distrito Federal; todavía se puede salir con tranquilidad a la calle''.

A pesar de las ejecuciones, de los Arellano Félix y sus sicarios, de los polleros y del tráfico de armas, los habitantes de Tijuana no ven en los narcotraficantes al enemigo.

En un restaurante de mariscos, entre el ceviche y la Tecate bien fría, un joven clasemediero cuenta que cuando el FBI, la PGR y la Interpol buscaban sin tregua a los hermanos Arellano Félix, él se topó con Benjamín, el menor de la familia, en alegre brindis y pachanga en la discoteca Zul.

Como todos, no dijo nada.

Y tampoco relaciona ese episodio con la situación de Tijuana donde, dice, ``hay que andarse con cuidado, porque la verdad aquí la vida está cada vez más pesada''. Lamenta: ``Ya ni siquiera puedes pelearte a gusto en el Señor Froggs, porque a la salida te están esperando para matarte''.

Toparse con los narcos, saber quiénes son y dónde están es parte de la vida. Como lo explica el empresario Mario Escamilla: ``Son cosas de ellos. Si tú no le andas rascando la panza al león, pos no te va a pasar nada''.

Es la opinión general.

Porque en esta ciudad, donde tan sólo en enero se cometieron 48 homicidios violentos, los narcos siempre han estado presentes. Hasta aparecían fotografiados en los periódicos, en fiestas de la alta sociedad.

``Todos sabíamos quiénes se dedicaban a eso'', dice Escamilla. ``Iban a restaurantes y no se metían con nadie, se les atendía bien. Pero eso era porque tenían un código de honor, respetaban los pactos. Si no te metías en el ajo, ellos no llevaban su mugre a tu negocio.''

Con las policías y los gobiernos locales el acuerdo era similar: la plaza no debía calentarse.

El problema fue cuando empezaron a romperse los pactos, especialmente ``por parte de las autoridades''. El resultado es una guerra que, pese a sus consecuencias, parece ajena a los tijuanenses.

Cuando ven un dato, les parece que se tratara de otra ciudad: casi la mitad de los homicidios del mes de enero fueron resultado de venganzas entre puchadores (vendedores de droga al menudeo), o bien ajustes de cuentas en los múltiples cárteles que disputan el territorio.

Tijuana parece enterarse de la crudeza de la violencia solamente cuando alcanza a ciudadanos comunes. Así sucedió con Lidia Vázquez, una muchacha de 16 años que murió víctima del fuego cruzado entre policías y asaltantes bancarios el 24 de enero pasado.

Unos días antes, la poderosa empresa de automóviles Volkswagen probó un poco de Tijuana. Su valioso embarque del nuevo modelo, Beetle, que se presentaría durante una ceremonia especial en San Diego, California, no pudo llegar completo. En Tijuana se robaron uno de los tres vehículos.

La Cámara de Comercio local reporta que el año pasado quebraron 15 casas de cambio, algo difícil de creer en una ciudad donde el intercambio de mercancías con San Diego representa 7 mil millones de dólares anuales.

¿El motivo? Los continuos asaltos volvieron incosteables los negocios.

La cámara comercial reporta que 30 por ciento de sus 4 mil afiliados fueron asaltados al menos una vez en 1997. A los comercios más desafortunados les ha tocó hasta en cuatro ocasiones. Son los únicos datos disponibles, y se refieren a los establecimientos de mayor tamaño. Del resto -por ejemplo las pequeñas tiendas de barrio- no hay datos porque simplemente nadie denuncia.

Con todo, es posible saber que el año pasado el número de robos creció al doble. El Ministerio Público recibió 27 mil 979 denuncias en 1997, contra 13 mil 130 el periodo anterior.

Al alza, igual que los demás delitos, está la industria del secuestro, que hace mucho dejó de afectar únicamente a los magnates. ``Se sabe que los plagios son muy frecuentes pero las autoridades no informan nada. Lo malo es que ahora cualquiera es secuestrable en Tijuana'', dice Víctor Clark, director del Centro Binacional de Derechos Humanos.

Nadie está a salvo. A las sexoservidoras del centro de Tijuana, por ejemplo, la violencia les ahuyenta la clientela: ``A cada rato asaltan a los gabachos y por eso ya no vienen'', dice Janet, presidenta de la organización Mujeres Libres.

En 1997, solamente la policía municipal arrestó a 177 mil 136 personas por diversas infracciones y delitos. Esto es, más del 15 por ciento de la población total de Tijuana. El estadio Azteca repleto una vez y media.

A pesar de las cifras del crimen, las autoridades locales creen que la situación está bajo control. El subprocurador Jesús Alberto Franco Sandoval sostiene que en Tijuana no ocurren tantos homicidios. Lo que pasa, dice, ``es que vienen de Sonora a tirar los cadáveres''.

El mal, ya se sabe, siempre viene de otra parte.

El C.H. y los sospechosos

El Bordo del río Tijuana, un viernes al mediodía.

Cinco batos aprovechan que cesó la lluvia para platicar a unos metros de la barda metálica que divide la frontera.

No pretenden cruzar. No esperan a nadie. Nomás están allí, ``guachando'' el panorama.

Tras ellos, en la orilla opuesta, dos jóvenes calientan heroína en una corcholata, la jeringa lista para la inyección compartida. Unos metros más adelante un aspirante a indocumentado tantea el terreno. Los agentes de la Border Patrol que vigilan la zona ni se inmutan. Desde hace tres años prácticamente nadie ha cruzado por aquí.

Los cinco batos están de buen humor, tanto, que no les molesta la presencia de extraños.

El que parece el líder -camiseta azul, esclava de oro y las llaves de un auto en las manos-, se burla de los recién llegados. ``Si yo les empiezo a hablar de la ganga no me van a entender, eso nomás el que la ha corrido sabe de lo que se trata'', dice. ``¿O a poco creen que a un comandante le va a caer el veinte?''

La palabra ganga viene de gang, que en inglés significa pandilla, pero representa mucho más que ``un montón de cholos mugrosos''. Se trata de una organización delictiva completa, con tareas específicas y niveles jerárquicos bien delimitados.

Cada una se identifica con un tatuaje distinto, y éste tiene variaciones que representan los grados obtenidos. En una ganga los ascensos se ganan y se demuestran con tatuajes, como las medallas en el Ejército. ``Nadie se lo pone si no lo merece'', dice el bato de azul.

En la línea, estos pandilleros recuerdan con admiración a David Barrón Corona, el CH, quien acostumbraba tatuarse una calavera por cada persona que ejecutaba.

Días antes de balear al periodista Jesús Blancornelas se pintó la calavera número 13.

Fue un acto temerario.

Ese día, el gatillero de los Arellano Félix adelantó el ritual porque estaba seguro que el director del semanario Zeta sería su décima tercera víctima.

Pero al C.H. lo abandonó la suerte.

Según la policía, David Barrón pereció víctima del fuego cruzado durante el ataque.

En las calles de Tijuana, entre las gangas donde el sicario era hombre de respeto, la versión es distinta. ``Le cobraron una cuenta pendiente'', dicen. ``Ya estaba muy pesado el bato, y eso siempre causa envidias.''

Para el C.H., la calavera número 13 le trajo mala suerte.

En la ganga, sin embargo, se le recuerda con respeto. No cualquiera respira los aires donde se movía.

Tres kilómetros al este, en el cuartel de la policía municipal, el director Juan Manuel Nieves Reta parece deveras asombrado: ``¿Gangas? ¿Qué es eso?''

El jefe policiaco dice que el fenómeno es ajeno a Tijuana, porque hasta ahora el único contacto con esas organizaciones ocurre los fines de semana en la avenida Revolución, ``cuando vienen de San Diego a cometer desmanes''.

En cambio, reconoce que las clicas , que pululan en las colonias, sí representan un verdadero dolor de cabeza.

Tanto así que en zonas conflictivas, como El Mariano, al oriente de la ciudad, la vigilancia se realiza en convoyes donde participan jeeps, camionetas y decenas de integrantes de las Fuerzas Especiales. De otro modo no se puede, dice el alcalde José Guadalupe Osuna Millán, porque ``si entran de a dos, como en el resto de la ciudad, los apedrean, los insultan y hacen regresar a las patrullas''.

Como quiera que sea, con gangas o sin ellas, la delincuencia común está pesada en Tijuana. Tal vez por eso se permite a la policía detener a cualquier persona por parecer sospechosa. Y la víctima está obligada a portar una identificación que le acredite llevar ``una vida honesta de vivir'', según explica el alcalde.

Lo malo es que en la categoría de sospechoso cabe mucho. Desde quedarse viendo a una casa y caminar con más de dos amigos por la calle, hasta vestirse de mujer sin serlo (lo cual ``está prohibido en Tijuana'', afirma el jefe de la policía) o simplemente cometer el error de salir a la calle sin bañarse o afeitarse primero.

Todo causa sospecha frente a la mirada crítica de un policía municipal.

Por las calles de la ciudad es común ver a las camionetas de la policía con decenas de detenidos sentados y esposados a un tubo, que suben y bajan cerros, van y vienen de la Octava a la 20 (donde está la cárcel preventiva) y de regreso.

Casi siempre, los detenidos son jóvenes vestidos con ropas humildes o adultos con aspecto de migrantes. Se distinguen fácil: la mano izquierda la llevan esposada al tubo de la camioneta, y con la derecha aferran una bolsa de plástico con su ropa.

Son, de hecho, la población más afectada. El director de la Casa del Migrante, Gianni Fanzolato, dice que con mucha frecuencia la policía se confunde. ``Los ven sucios y los arrestan. No entienden que un migrante no es, de ninguna manera, un delincuente.''

Para evitar las detenciones, desde el año pasado los huéspedes de la casa reciben una credencial que los acredita como migrantes, con la esperanza de reducir -al menos- la posibilidad de ser arrestados.

La tarjeta no paró los abusos. En diciembre Juan Galindo fue deportado de Santa Ana, California, y al llegar a Tijuana trató de hospedarse en un hotel barato de la Mesa de Otay.

No alcanzó a llegar. Cuando estaba a unos metros ``se paró una picka (pick up) de las Fuerzas Especiales y me pidieron identificación. Yo les dije que me la habían quitado los gringos y fue suficiente para que me empezaran a dar de patadas''.

Los golpes dañaron un pulmón de Juan, quien permaneció un mes entero sin poderse mover, ``con un chingo de mocos y tos''. Ahora, recuperado apenas, se prepara para volver a cruzar. ``Es que allá está bueno el jale.''

Las autoridades locales argumentan que las detenciones por sospecha y las revisiones precautorias de documentos pretenden evitar la vagancia. En los hechos, ni siquiera los que tienen ``una forma honesta de vivir'' se salvan.

El propietario del restaurante La Fonda Campesina cuenta que la primera petición de sus nuevos empleados es siempre una carta de trabajo, para demostrar a los policías que no son vagos. Pero de todos modos los detienen. ``Tiro por viaje los tengo que andar sacando del Consejo de Menores o de la Octava. Cuando llegan tarde ya sé el motivo, que los agarró una patrulla y los anduvo paseando.''

¿Es legal detener a una persona por su apariencia sospechosa?

El alcalde Osuna Millán dice que sí. ``Nos encontramos con muchas personas que no traen siquiera una identificación, y es una obligación. Por eso detenemos a vagos en las colonias y a personas de aspecto antisocial.''

-¿Qué eso no viola la Constitución?

-No, no... Ya se discutió eso. No.

El presidente municipal afirma que sus acciones tienen buena aceptación entre los tijuanenses, a tal grado, comenta orgulloso, ``que cuando voy a las colonias los vecinos me piden que mande a las Fuerzas Especiales. Aplauden cuando les digo que voy a poner a los vagos a barrer las calles''.

Un incidente que ocurrió el 12 de enero muestra que el alcalde no anda tan descaminado.

Integrantes del Frente Zapatista de Liberación Nacional organizaron una marcha para protestar por la masacre en Acteal. A las 10 de la mañana, la columna pasó frente al cuartel de policía, justo en el momento en que llegaba una camioneta con un grupo de detenidos que estaban esposados.

Humberto Zúñiga, líder perredista en Mexicali y que participaba en la marcha, trató de llamar la atención sobre el abuso policiaco. ``Les grité que no podíamos protestar por la situación de Chiapas si no hacíamos nada para frenar la violencia en nuestro estado'', recuerda.

-¿Y que pasó?.

-Nada. Vinieron corriendo los organizadores para decirme que los policías estaban cumpliendo con su trabajo y que los dejara en paz, que no hiciera olas. Lo más gacho fue cuando les pregunté por qué los habían detenido, y me contestaron todos al mismo tiempo: ``Por jodidos''.

La otra cara

En Tijuana la droga de moda se llama cristal. Es un derivado de la efedrina procesado con diversos tipos de ácido (a veces se usa el de las baterías para autos, o veneno para ratas) y que provoca hiperactividad y aumenta la energía.

La diferencia con las llamadas drogas clásicas es que ésta produce adicción casi de inmediato, y sus efectos terminales tardan uno o dos años en aparecer. Entonces se presentan desórdenes irreversibles en el sistema nervioso central, como taras y esquizofrenia.

La demanda de cristal superó la de heroína, en parte por su precio y en parte por los efectos alucinógenos que provoca.

Se puede conseguir en cualquier parte. La oferta es grande y alcanza para todos, hasta niños como Christian.

``Algunos ya nacen adictos'', comenta Juan Carlos Arreguín, director de Adictos en Recuperación. ``Traen el germen físico. Después nomás hay que poner las condiciones para desarrollar la enfermedad, como violencia familiar y social. Un niño en estas condiciones no dura un año.''

Más que las ejecuciones y los cateos, para los habitantes de Tijuana este es el verdadero peligro del narcotráfico: los 45 mil adictos que recurren a todo para conseguir su dosis. ``Tenemos casos de chamacos que cometieron robos y homicidios para sacar dinero'', dice Arreguín.

Verdad de Perogrullo: las drogas en Tijuana son un círculo vicioso que, según Víctor Clark, no hay por dónde romper.

Se estima que en Tijuana existen al menos uno o dos picaderos (casas donde se vende droga) en cada una de las 630 colonias, y alrededor de mil pandillas o clicas.

``Un adicto se gasta entre 100 y 150 pesos diarios para conseguir su droga, y para eso roba. ¿Y dónde lo hacen? En su colonia o en la de junto. Y encontramos entonces que los vecinos no denuncian porque tienen temor, son personas que ya conocen y drogados se vuelven muy violentos... El producto de sus robos los venden con los compradores de chueco de la colonia y tampoco los puedes denunciar. En el fondo el problema es la corrupción, porque todos están puestos. Un picadero deja mucho dinero; algunos pagan hasta 5 mil dólares a la semana para trabajar sin problemas.''

Se trata de un mercado que deja ganancias enormes, desconocidas. ¿Quién lo controla?

Extraoficialmente se sabe que los responsables de las operaciones locales son Jesús Labra Félix, zar de la heroína, junto con Ismael Higuera, El Mayel, y Eduardo Aguirre, El Caballo, este último encargado de los puchadores de Tijuana.

Los tres fueron asignados por el clan Arellano Félix para ``enfriar'' la plaza, es decir, evitar que la violencia genere problemas para la organización. Hay mucho dinero en riesgo: hasta hace un par de años, tan sólo en gratificaciones y mordidas se invertían 17 millones de dólares al año.

Por supuesto que las ganancias son muy superiores. A precios actuales, un kilo de heroína puesto en Los Angeles se cotiza en un millón de dólares, y de cada uno se extraen hasta 20 mil dosis que se venden en las calles a 10 dólares cada una.

La cocaína es más barata: 18 mil billetes verdes por cada kilo. Y según los cortes que se le practiquen, rinde hasta tres o cuatro veces su peso.

El narco deja parte de sus mercancías en la frontera norte desde hace varios años. El número de adictos ha crecido a pasos agigantados. Y el coctel tijuanense lo completan los traficantes de indocumentados, los secuestradores, los asaltantes de bancos y los traficantes de armas.

``Si a esto le añades que las autoridades siguen siendo muy corruptas, la profunda crisis económica del 94, la migración y las broncas para pasar al otro lado, lo único que obtienes es violencia'', concluye Víctor Clark.

La vida loca

En la casa hogar de Adictos en Recuperación, el pequeño Christian aferra con la mano derecha a un perro panzón, de raza indefinida y nombre desconocido.

Al chiquillo no se le ocurrió que las mascotas debieran tener un nombre. En el mundo donde nació, esas cosas no tienen importancia.

La mano que a veces protege y casi siempre medio estrangula al cachorro panzón es la que tiene más cicatrices. Sus venas apenas se notan, cada vez menos caudalosas.

Christian se burla de su mejor amigo, Pedro, porque no sabe hacer los puntos chinos.

-¿Y eso es malo?

-Sí, porque son los puntos de la vida loca. Vida loca y china. El no sabe cómo. Nomás yo sé.


Patadas en la línea

Tres días después de espiar tras la barda metálica el ir y venir de las perreras de la Border Patrol, Antonio González supo que su límite había llegado y decidió regresar a Lázaro Cárdenas, Michoacán.

Hasta ese momento no le había importado comer apenas dos platos de sopa y una torta. Aguantó incluso el dolor en las muñecas, hinchadas por las esposas que le colocó la migra cuando lo deportó una fría y lluviosa madrugada del miércoles.

Lo que cansó su ánimo fueron los golpes que le propinaron un grupo de cholos, especialistas en el asalto a migrantes. ``Se enojaron porque nomás traía diez pesos, pero pos era lo único que me quedaba'', cuenta. ``Me agarraron a patadas y uno hasta se quiso llevar mis zapatos. Lo bueno fue que otros compas se dieron cuenta y me ayudaron.''

Antonio ya no tiene nada que hacer aquí. Sus ilusiones terminaron una noche de viernes, con la espalda pegada a la barda metálica mientras le pegaban. Enfrenta ahora un serio problema: para el norte no puede seguir. Y regresar al sur es aún más difícil, porque no tiene para el pasaje.

Igual que cientos de migrantes, el michoacano se quedó atrapado en Tijuana, pero dentro de todo le fue bien.

Con El Guerrero, en cambio, la mala suerte se ensañó.

La falta de comida, las inclemencias del tiempo, los golpes de la migra y los cholos acabaron por echarle a perder el juicio. Y encima le entró a la droga.

Ahora es el único que se atreve a cruzar en el momento que se le antoje, sin importar si están o no las perreras de la migra. Según cuentan quienes lo conocen, los agentes gabachos con más experiencia ni se inmutan cuando lo ven brincarse la barda.

Saben que, en menos de diez minutos, El Guerrero regresará solito a su país. (Alberto Nájar).


Di no a Zapata

En Tijuana el antizapatismo cala muy hondo.

El pasado 20 de noviembre policías de las Fuerzas Especiales y un grupo de choque con entrenamiento militar llamado Amigos del Ejército, impidieron a golpes que los simpatizantes del FZLN se integraran al desfile por el aniversario de la Revolución.

Al día siguiente, en su programa El Ciudadano que Queremos, que durante diez años se transmitió por la radiodifusora cultural XHITT, Patricia Scully leyó algunos párrafos de la Constitución de la República ``con dedicatoria al alcalde''.

El detalle le salió muy caro.

Siete días después de la golpiza, la directora de la estación, Graciela Baeza Juárez, recibió el oficio 198/D/97 firmado por el director del Instituto Tecnológico de Tijuana, Manuel Castillo Sánchez, en el que se ordenaba la entrega de todos los guiones del programa cinco días antes de su emisión, ``con la finalidad de llevar un control del contenido del mismo acorde al nombre''.

De no ser así, advertía el documento, ``considere usted cancelado el programa a partir de la fecha, buscando nueva programación para dicho horario''.

No fue necesario cumplir la orden.

Patricia Scully renunció. ``Les boté todo -platica- porque yo no iba a aguantar ninguna clase de censura, y porque no hice nada ilegal''.

Sin embargo, reflexiona. ``A lo mejor sí hice algo malo: recordarle al alcalde que en Tijuana la Constitución también cuenta''. (Alberto Nájar).