La Jornada Semanal, 15 de febrero de 1998
En un mundo donde el dinero tiene ``presencia instantánea'' en las pantallas de las computadoras, y donde la globalización reparte desgracias con nombres tan vistosos como ``Efecto dragón'', ¿de qué forma opera el mercado del arte? Teresa del Conde saca sumas y restas en las subastas de cuadros, el rito anual donde el afán de posesión se ejerce en nombre de la cultura.
Al tiempo que termino este ensayo, las subastas de la primavera 1998 en Christie's y Sotheby's que tendrán lugar en mayo están en proceso de concretarse. Por eso conviene revisar, así sea superficialmente, las que tuvieron lugar en noviembre pasado. Muchas veces se ha dicho que los precios que alcanzan las obras de arte en las subastas no deben tomarse como índices de su valor mercantil. Yo misma así lo he sostenido, pero no hay que olvidar que las subastas están sujetas a las mismas leyes de oferta y demanda que rigen cualquier otro tipo de operación. Lo que sucede es que su público no es idéntico al del común de los compradores del objeto artístico, porque en una subasta siempre existirán elementos aleatorios. En México hay mercado del arte bien establecido, a cargo de galerías de prestigio, y en ocasiones se ha pensado que las subastas actúan contra las galerías porque son capaces de desquiciar los precios de los artistas. Creo que hay un malentendido respecto a este fenómeno, pues lo que sucede es que la oferta de la subasta es momentánea, lo mismo que la reacción que produce, a lo que hay que sumar el elemento ``apuesta'', pues no a otra cosa obedece la puja que puede subir desmesuradamente el precio de una obra. Lo contrario también es cierto: puede suceder que si no hay puja, las obras se vendan por debajo de su estimado inferior. En cambio, las galerías evalúan sus productos ateniéndose a oferta-demanda y fijando los precios con un cierto margen de perspectiva.
En todo caso, es verdad que ocurre un fenómeno curiosísimo: los compradores de alto potencial económico sueltan con mucha más facilidad su dinero en las auctions (de arte latinoamericano) de Christie's y Sotheby's que en las que se efectúan en la capital de la República. Eso parece extravagante pues implica que para adquirir arte mexicano de valor consolidado hay que tener el aval de Manhattan. Como quiera que sea, el modelo neoyorquino prevalece en otros sitios, México incluido, y eso tiene su razón de ser: las dos casas subastadoras de origen londinense tienen larga tradición y representación en las principales ciudades del mundo, a lo que suman un glamour ausente de las subastas capitalinas, glamour que nada tiene que ver con las obras de arte en sí -varias de las cuales pueden ser no sólo mediocres, sino insulsas, y no sólo: a veces se cuelan algunas que son falsas. Aclaro que eso no se debe a malas intenciones por parte de los seleccionadores responsables o de los curadores. Sucede a causa de la abundancia de falsificaciones que existe en oferta y que ha existido desde que el arte es mercancía. Por poco que nos guste, las cosas así son a partir de que el artista deja de pertenecer a un gremio y se sitúa como autor, cosa que empezó a suceder en la Italia de fines del siglo XV, extendiéndose rápidamente a los países europeos que contaban con ciudades pobladas, bancos, industria y comercio, instituciones crediticias, etcétera. Las subastas aparecieron pronto, sobre todo en los Países Bajos, pero en forma distinta a como se perfilaron desde el siglo pasado, en instituciones especializadas. Sin embargo, su función era la misma: vender las piezas al mejor postor.
La experiencia de las subastas latinoamericanas a fines de noviembre pasado en Nueva York (hacía tiempo que yo no concurría a ellas), antecedida por una discretaÊsubasta de arte mexicano actual en nuestra capital (Galería L.C. Morton), me permite ahora ampliar los comentarios que ya en dos ocasiones más he emitido.
Empecemos por el público de Nueva York. A los cocteles previos, que generalmente tienen lugar la noche anterior a la subasta inicial, la gente asiste para ser vista más que para calibrar las obras. Quienes de veras se proponen realizar esta operación, van al coctel para divertirse o se abstienen de asistir, puesto que previamente han invertido tiempo visitando las salas de exhibición y lo que menos desean durante estas visitas es ser interceptadosÊen sus hondas cavilaciones y cálculos (por tres días consecutivos las obras se encuentran expuestas). Estas actividades, realizadas para estudiar los originales, van antecedidas por un análisis minucioso de los catálogos. Las personas que así actúan son por lo general figuras importantes dentro del mercado del arte: representantes de coleccionistas o coleccionistas notables, connaisseurs, galeristas, gente de museos, investigadores, etcétera. Es común que los compradores de alto calibre se hagan representar por otras personas o bien realizan sus ofertas en ausencia, a través de las líneas telefónicas -siempre en activo- a ello destinadas y atendidas diligentemente por personal de las propias casas subastadoras.
La subasta inicial de Christie's la noche del lunes 24 de noviembre del año pasado fue la más glamorosa de todas. Automóviles y limosinas se detenían en el recinto de Park Avenue y sus pasajeros -ellas luciendo peinados esplendorosos, pieles, joyas; ellos bien trajeados con abrigos y guantes- descendían de los vehículos ayudados por los porteros impecablemente vestidos de uniforme. El personal masculino de la casa, así como el subastador, endosan smoking. Diré que no existen muchas señoras latinoamericanas realmente acometidas en cuanto a adquisición de obras de arte. Ellas acompañan a sus maridos, o bien forman parte de la élite del público, acentuando la nota de belleza y riqueza. La mayoría de quienes registran la imprescindible paleta que lleva inscrito un número con el cual el cliente será en lo sucesivo identificado, son hombres. La discreción suele convenir en mayor medida que la ostentación, aunque ésta también hace su aparición, en dosis variables, incluso entre los compradores serios. En Christie's se encontraba una pareja próspera con su hijo: un púber, casi un niño, robusto y alegre pero de corbata y traje, que portaba la paleta, pujando con energía por la pintura It's a Pity (1946) de Matta. Su entusiasmo en apostar subió el cuadro por encima del estimado superior, cosa que no ocurrió con mucha frecuencia esa noche. Se vendió en 360,000 dólares y todo el público que abarrotaba la sala aplaudió al pequeño comprador.
El subastador debe ser, por sí mismo, un espectáculo, pero su espectacularidad es bastante compleja pues obedece al tipo llamémosle ``austero'' (opuesto al de un subastador simpático y dicharachero del tipo de Felipe Ehremberg), y está obligado a ser contenido a más no poder, no vende trama, no proporciona datos sobre el autor ni expresa su gusto o disgusto por la obra, o por su precio. Se limita a los datos estrictos, es decir, a la ficha técnica, pero al mismo tiempo tiene que seducir provocando competencia. El subastador inicial de Christie's era un británico cuyos rasgos fisonómicos correspondían a una interesante mezcla entre el actor Michael Caine y el escritor Fernando del Paso; su acento era una delicia de escuchar, por ejemplo cuando decía: ``And now we have the lot number (x), here it is, the Botero.'' El movimiento modulado de brazos y manos, y la agilidad en establecer contacto de ojo desde el primer momento con los posibles compradores, son características comunes a todos los subastadores profesionales, y debo decir que el mexicano Luis C. Morton las posee con creces, no así su impasible colega mujer, a quien lo único que se le percibió en la subasta mexicana a la que antes me referí, fueron ganas de acabar con el asunto a la brevedad posible. De todas formas hay un estilo peculiar, producto del sistema extrapiramidal de cada quien, de su ``modo expresivo'' y de su particular histamina, que va más allá del entrenamiento y de la habilidad adquiridos, cosa que resulta muy interesante observar. Por ejemplo, el subastador nocturno de Sotheby's era igualmente eficiente que el de Christie's, pero muy distinto en lo físico; se parecía un poco al ingeniero Sergio Autrey (aunque de corpulencia menor), y de haberlo observado en otro ámbito, yo hubiese pensado que ese hombre a quien ocasionalmente se le encendía el rostro, era un gourmet consumado. En su inglés británico había cierto dejo de Highlands. Otro subastador de la misma casa (matutino) era un joven bastante guapo y muy esbelto, acento norteamericano de Boston, que pronunciaba los nombres y títulos de las obras en un castellano sin mácula anglosajona.
Hay cosas para mí incomprensibles en el fenómeno de las subastas; una de ellas es el éxito del pintor Mario Carreño, nacido en Cuba en 1913 y con tantas ofertas estilísticas en obras ejecutadas durante un mismo lapso como dedos hay en las dos manos de cualquier persona normal. De todas las obras que vi en ambas casas, una de las más pedestres corresponde a este pintor. Es una infame glosa de la Venus recostada del Giorgione (se encuentra en la Pinacoteca de Dresde), fusilada o trasladada por el cubano a un paisaje tipo cromo. Su fecha es 1938 y mide 58 x 85 cm. Yo, que soy afecta al reciclamiento de los temas notables en la historia de la pintura, jamás me había enfrentado con una ``profanación'' de tal calibre, pero así y todo el cuadro se vendió en 60,000 dólares, y no piense el lector que esta pintura ofrece ni lejanamente calificación técnica similar a algún cuadro de Santiago Carbonell, Luis Fracchia o Benjamín Domínguez. Del propio Carreño, a los pocos minutos se vendió otro óleo digamos que ``poscubista'', realizado en 1947: Pareja bailando y violinista. Indudablemente se trata de una pieza mejor que la anterior, que podría asemejarse a algunas composiciones de Byron Gálvez. Fue vendida en 130,000 dólares. Es probable que la afluencia mercantil en Miami desate este tipo de compras.
El arte latinoamericano contemporáneo en Nueva York ha tenido tres pivotes fundamentales en materia de mercado: se configuró un triunvirato a partir de Wifredo Lam, Roberto Sebastián Matta y Rufino Tamayo. Han sido ellos (repito que el único sobreviviente es Matta) quienes han dado continuo lustre a las subastas neoyorquinas, pese a los altos precios alcanzados por Frida Kahlo y desde luego por Diego Rivera. ste ha sido mucho más favorecido que sus dos compañeros de acción: J.C. Orozco y Siqueiros. Además de Torres García y Figari, otra figura altamente competitiva es Fernando Botero, que en esta ocasión no obtuvo pujas tan insistentes como en otras, tanto que su Venus recostada: La colombiana de 1986 (144 x 199 cm), se vendió por debajo de los estimados, en 400,000 dólares. De Siqueiros había en Christie's un supuesto autorretrato sin fecha (dada la edad y los rasgos del rostro, podría haber sido un Siqueiros inmediatamente posterior a los años de Lecumberri). Felizmente fue eliminado de la subasta por los organizadores, pues a leguas se veía a través de la reproducción fotográfica que el cuadro no era de Siqueiros aunque él se encontraba fielmente representado. La ficha ostentaba una nota que anunciaba la inclusión de esta piroxilina sobre fibracel en el catálogo razonado que prepara el INBA (me imagino que a través de CENIDIAP). Yo desconocía tal proyecto, pero, de existir, es conveniente que los autores revisen bien lo que tienen a la vista. El cuadro no está firmado pero eso carece de importancia, la mano que allí se muestra no es la mano de Siqueiros y el pintor que realizó el retrato ignora en su totalidad la anatomía de la oreja humana (habría que pensar en una emulación de Van Gogh en la tela por parte del polémico muralista, si él hubiese sido el autor). No sólo eso: Siqueiros no se hubiese representado ``degollado'' jamás. Por lo que se ve, las trampas del inconsciente son tan tortuosas como los caminos de Dios.
La mejor venta de todas a mi parecer se la llevó Sotheby's con un cuadro de Lam, reproducido en la portada del catálogo, que no retrató bien (no es un cuadro fotogénico) y que resulta ser una maravilla de pintura, más interesante a mi juicio que la famosísima Jungla de las colecciones del MOMA. Sus estimados estaban entre los 800,000 y el millón de dólares. Pese a que las cosas siguen andando un poco flojas, el cuadro de 1943 (mismo año que La jungla), de 181 x 125 cm, se vendió en 1'200,000. La pieza ha sido exhibida en varias exposiciones de importancia, como la que organizó el Art Institute de Chicago sobre Dada, surrealismo y sus secuelas, y la Art of the Fantastic que coordinó el museo de Indianápolis (1987) itinerándola en otras ciudades. La sutileza, la audacia y la ambigüedad de esa pintura hablan por sí solas, pero su pedegree también ayudó. Es oportuno mencionar que tanto en Sotheby's como en Christie's había cuadros, quizá demasiados, tanto de Lam como de Matta. No tengo más remedio que declarar que varios me parecieron en extremo formulísticos, y que por allí anda también la situación de otro gran pintor que se perfila como uno más de los latinoamericanos de gran calibre. Me refiero al nicaragüense Armando Morales, quien a mi modo de ver ha abusado demasiado de sus bañistas con tonos en sordina representadas en parajes generalmente nocturnos, a partir de los años ochenta y hasta la fecha. Un cuadro suyo muy típico en este orden de cosas: Sueño en la madrugada IV (lo que quiere decir que hay III, II y I), es de 1983 y se vendió en 170,000 dólares, por debajo de su estimado inferior. Morales es uno de los pintores estrella de la prestigiada galería Claude Bernard. Del mismo pintor se subastaron dos encantadoras naturalezas muertas en Sotheby's: la primera de ellas (39 x 34 cm) salió en $20,000 y la segunda (27 x 33 cm) en $16,000.
En ambas casas hay dos sesiones, una vespertina y otra matutina. Las obras de menos precio se congregan preferiblemente -aunque no en forma exclusiva- en las matutinas.
Christie's puso a la venta algunas primorosas obras virreinales, entre ellas un Buen Pastor de Antonio de Torres (activo entre 1708 y 1728) que figuraría espléndidamente en cualquier antología del surrealismo avant la lettre: Jesús lleva a la oveja que andaba perdida alrededor de sus hombros; de su costado, cubierto por pesada túnica, brota un chorro de sangre tan generoso que llenaría un recipiente de unos tres litros. La ovejita lame mansamente el potente chorro mientras sus congéneres rodean al Señor, quien mira con cierta coquetería al espectador, en tanto que una de ellas besa tiernamente su pie derecho. En un extremo hay una fuentecilla (la fuente de la gracia), en cuatro cuerpos circulares sobrepuestos, que parece un pastel. Está rematada por un ángel diminuto. Me encantó ese cuadro, aunque debo decir que no suscita demasiados apetitos devotos sino de otra índole. De medidas 146 x 103 cm, correspondía a un estimado sobre los 35,000 dólares. En Sotheby's se pusieron a la venta seis cuadros de castas, realizados por Juan Rodríguez Juárez o su círculo, posiblemente a fines del siglo XVII o principios del XVIII. Los precios de cada una de estas pinturas fluctuaba entre los 80 y los 100,000 dólares: tienen un valor histórico y documental fuera de duda, a lo que se añade el aprecio que en casi todo el mundo suscita el tema del mestizaje, representado generalmente a través de una pareja y su vástago, el cual según sean sus progenitores se denomina ``tornaatrás'' (mulato), morisco, coyote, castizo, etcétera. Estos arquetipos genéticos solamente pueden darse así en la pintura y eso es lo que resulta fascinante de examinar. Tal es la razón por la que existen unos 100 conjuntos de castas. El aludido corresponde a una sola colección: la Barratt-Brown, a la que siguió la venta de obras provenientes de un coleccionista de Mallorca: Eduardo Lasalle. A este rubro pertenecía una de las obras más deseables para cualquier museo mexicano: un retrato de Diego Rivera pintado por el artista ruso Alexandre Zinoview en 1913 (194 x 127 cm). Los estimados no eran altos ($10,000 a $15,000); hubo cierta puja por ella y se vendió por encima de su estimado superior: en $25,000. Quienquiera que la haya comprado sabe de retratos, y no lo digo por el hecho de que el retratado sea Diego Rivera (aunque eso también cuenta) sino porque se trata de una soberbia pintura. Si fue adquirida por algún art dealer seguro que obtendrá buena ganancia al venderla.
Las pinturas generosamente donadas por artistas contemporáneos mexicanos para una buena causa: la Escuela de música Eduardo Mata, en Oaxaca, se subastaron en Christie's y aparecieron ilustradas en un catálogo tan profesional como los reglamentarios. Casi todas las obras se vendieron, pero tal vez el esfuerzo realizado por los organizadores de la recolección debió encauzarse de otra manera, pues en este caso hubo gangas que -aunque ``neoyorquinas''- sí alcanzan a afectar a los donantes. ¿Para qué un rodeo tan largo? Quienes las adquirieron, pudieron haberlo hecho con más facilidad en Oaxaca misma o en alguna galería del DF. Pero no hay duda, tiene su charm adquirir pintura en New York City, aunque la actitud implique cuotas consistentes de esnobismo.