de España
Sergio Pitol cerró fuerte el año de 1997: su libro El arte de la fuga, merecedor del Premio Mazatlán y del entusiasmo de los lectores mexicanos, fue señalado por 21 críticos literarios de España como uno de los diez mejores títulos de la temporada. El periódico El Mundo publicó la selección en la que predominan los autores peninsulares. El primer sitio fue ocupado por La forja de un ladrón, de Francisco Umbral, quien también obtuvo el Premio Nacional de Letras. Sólo tres latinoamericanos se colaron en las preferencias españolas: los cubanos Guillermo Cabrera Infante, por Cine o sardina, y Abilio Estévez, por Tuyo es el reino, y Sergio Pitol, po su multicitado El arte de la fuga. Mezcla de memoria, libro de los sueños, registro de lecturas y bitácora de viajes, El arte de la fuga es ya un título imprescindible. La Jornada Semanal se enorgullece de haber adelantado siete de sus capítulos y celebra con 21 cañonazos el juicio de los otros tantos críticos de ultramar.
Hace algunas semanas, los azares del alfabeto nos llevaron a una combinación que lucía perfectamente normal pero que por desgracia estaba a un par de continentes de la realidad. En el gustado texto de Xavier Quirarte sobre Ry Cooder se mencionó al improbable grupo ``Los Alegres de Teherán''. Pocas veces una hache muda ha sido tan estruendosa. Recibimos cartas de Tijuana, Mexicali, Ensenada y Zacatecas que, con toda propiedad geográfica, recordaban la diferencia entre Teherán, patria del antiguo Sha y del contemporáneo Ayatolah, y Terán, Nuevo León. Obviamente, Ry Cooder no trató de elogiar a un grupo de sonrientes iraníes, sino al dueto norteño que ha tocado en los mejores antros de la frontera y que merece el más sonoro de los respetos. Restituimos lo que quiso decir el maestro del slide: ``¡Por Dios, toqué con Los Alegres de Terán! Si los has visto, has visto lo mejor del mundo [...] Estaba en Reynosa, Tamaulipas, y fui a verlos porque había comprado sus discos, y terminamos tocando juntos.''
y vigilias de Cortázar
La editorial City Lights, fundada por Lawrence Ferlinghetti, ha publicado una edición bilingüe de la poesía de Julio Cortázar: Save Twilight (Salvo el crepúsculo). El título fue encontrado por Cortázar al fondo de un poema de Basho:
Este camino
Gracias a Stephen Kessler, los versos del mayor de los cronopios pueden leerse en inglés y español en una estupenda edición de bolsillo. La portada muestra al autor argentino con tres de sus temas favoritos: una ventana, un gato y una cámara fotográfica. Aunque la mejor poesía de Cortázar se encuentra en su prosa (baste recordar el inicio de Rayuela en su caprichosa página 438: ``Sí, pero quién nos curará del fuego sordo...''), vale la pena recordar sus otros territorios. Entre ellos, también destaca el monólogo interior Cuaderno de Zihuatanejo, que editorial Alfaguara publicó como regalo de fin de año en 1997 y que se comprometió a no vender. El Cuaderno es un espléndido delirio, un boxeo del autor con su sombra, el tanteo para llegar a otra orilla, a las formas reconocibles del cuento o la novela. Fue escrito en 1980, un poco en la clave de El que te dije, el narrador de Libro de Manuel: una divagación del doble, el paredro, el otro que Cortázar necesitó para cruzar la frontera del espejo. El CuadernoÉ, que esperamos ver en librerías una vez que concluya la novela de los derechos de autor, registra los sueños que Cortázar pescó en Zihuatanejo y se ampara en el siguiente propósito: ``esto no va a ser un recuento de sueños sino una vigilia puesta en marcha por los sueños de esta temporada que contienen quizá casi todo lo que ignoro en la vigilia por aquello de que no todo es vigilia la de los ojos abiertos según don Macedonio. El que escribe lo que sueña quisiera volver a soñar lo que escribe o en todo caso llenar los agujeros, y a la vez se alegra porque sería demasiado fácil; en cambio puede jugar a fondo con los retazos y sentir desde su ignorancia que están apuntando a lo que bien despierto no encontraría nunca, sobre todo porque casi siempre tendría miedo de buscarlo.''
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Supongamos que alguien pone en tus manos una piedra pequeña, oscura, pesada y dura. Tú la examinas y no encuentras en ella nada raro. Tal vez sólo el peso. Lo muy pesado siempre es intrigante. Ahora supongamos que te informa que esa piedra es un meteorito caído en, digamos, Tlalpan. La pregunta es: ¿cómo cambia esa información tu apreciación de la piedra? Para algunos, la noticia de que esa piedra cayó del cielo aumenta instantáneamente su valor; para otros, no. Los primeros vuelven a mirar la roca, como le dicen los geólogos a las piedras, y la imaginan volando allá arriba, en la estratósfera, y este pasado de algún modo los conmueve. A los otros, en cambio, esa noticia los deja imperturbados, y se limitan a indagar con indiferencia: ``No me digas, ¿y de qué minerales está hecha?'' Para los que tuvieron la primera reacción, la piedra se hizo símbolo, o mejor dicho, cobró vida simbólica; para los de la segunda, siguió siendo mineral inerte y nada más. El símbolo tiene un papel mediador entre lo presente y lo ausente. El aerolito, sin dejar de ser la piedra que es, nos conecta con la experiencia del viaje interplanetario. Se puede decir que ese vuelo está en esa piedra, de algún modo. La mentalidad propicia al simbolismo es la mentalidad artística y religiosa. Es más arcaica, es decir, más infantil y primitiva, que la otra, pero estos dos términos, infantil y primitivo, no deben entenderseÊpeyorativamente. Sobre todo no como un estadio de inmadurez, de precariedad mental, rebasable, y ya ampliamente rebasado, por el pensamiento científico. El pensamiento simbólico es consustancial al ser humano, y puede coexistir sin problemas al lado del científico. Pero, eso sí, es mucho más antiguo. Desde que el animal astuto empezó a ser humano, allá en el Rift Valley africano, es religioso. El homo sapiens y el homo religiosus se yerguen juntos. No se sabe qué fue primero, si la religión o el lenguaje; lo más seguro es que se desarrollaran juntos y al mismo tiempo, como respuestas entrelazadas a la precariedad y el asombro de la existencia. Para sobrevivir y dominar el mundo es preciso darle un sentido, y esto es lo que hace el pensamiento simbólico. ¿Cómo era esta religiosidad? El concepto clave para entender la religión prehistórica no es, por supuesto, el de Dios, que es muy elaborado y posterior, sino el de lo sagrado. En cuanto el animal cobra conciencia y se hace humano, aparece lo sagrado en el mundo. Lo sagrado se manifiesta siempre como un poder totalmente distinto al orden natural. ¿Por qué el hombre tiene que entender lo natural como portador y mostrador de esa otra realidad trascendente, fuerte y misteriosa? Es un problema que merece ser meditado. Pareciera que la realidad efímera, huidiza y cambiante no satisface a ese homo religiosus, que tiene anhelo y gran necesidad de algo fijo y estable con qué entrar en tratos par tener un mínimo control sobre las cosas. Para algunos, Eliade entre ellos, la contemplación del firmamento estrellado proporcionó ese modelo y de él, y de esa contemplación, deriva todo lo demás. Habría que pensarlo, la cosa parece más complicada. Mircea Eliade echó a circular una palabra para designar el acto específico de la manifestación, presencia o mostración de lo sagrado, que hizo fortuna; la llamó ``hierofanía''. En la hierofanía se muestran los poderes que crean y sustentan el universo, lo numinoso, lo divino, ``una realidad invisible, misteriosa, trascendente, transconsciente, que el homo religiosus percibe y que las distintas religiones designan cada una con términos específicos''. Ahora bien, esta captación o percepción simbólica del misterio y la trascendencia, no es nunca especulación intelectual, sino experiencia humana, es decir, modo de entender e interpretar lo que nos rodea. Y no se da en, digamos, estado puro, sino a través de entidades y objetos profanos. Y se da, claro, envuelta en mitos y símbolos. La divinidad toma prestada una realidad profana para manifestarse, y al hacerlo la reviste de una dimensión nueva, la sacraliza. Gracias a esa mediación de lo visible, lo divino puede manifestarse. El homo religiosus prehistórico vive en un mundo colmado de sacralidad y, por lo tanto, estos mediadores profanos donde ocurren las hierofanías son inmensamente variados y heterogéneos. La creatividad en este orden es inexhaustible y frenética. çrboles, animales, piedras, ríos, estrellas, montañas, no hay realidad que no pueda adorarse, y también hombres, mujeres, artefactos, imágenes, pero también cierto espacio, el de los templos, es característico, o cierto lapso temporal, como el Sábado judío, por ejemplo.
Dicen que lo que importa no es el tamaño. Hay quienes afirman que el de Victor Hugo era muy grande y el de Anatole France diminuto. No obstante, hay personas que tienen dudas al respecto y es innegable que en algunos casos las evidencias contradicen esta premisa. En cualquier caso, más que estar relacionada con el tamaño del cerebro, la inteligencia parece depender de la tasa entre masa cerebral y masa de todo el cuerpo (el promedio de esta ofrece una indicación acerca de la inteligencia de la especie). Mientras buena parte del cerebro se consagra al control del cuerpo, el resto puede ser utilizado para otras funciones, como la memoria, la planeación, el aprendizaje y la flexibilidad para responder a las condiciones cambiantes. El cerebro de los dinosaurios era muy pequeño, por lo que se consagraba casi exclusivamente a mover el cuerpo; en cambio, los primeros mamíferos tenían cerebros más grandes y complejos que les permitieron sobrevivir al acecho de los depredadores. Los dinosaurios eran criaturas, diurnas en su mayoría, que reaccionaban de inmediato a los estímulos visuales. Los mamíferos, al no poder competir contra los grandes reptiles, tuvieron que adaptarse a la oscuridad y desarrollaron el olfato y el oído, dos sentidos que proporcionan estímulos muy diferentes que las imágenes visuales, ya que no presentan al objeto mismo, sólo ofrecen señales de su presencia, las cuales para ser interpretadas requieren ser descifradas. Para poder sobrevivir, los mamíferos debían memorizar olores, hábitos de sus presas y depredadores, elaborar planes, así como crear mapas mentales del territorio. Debido a esto, es posible decir que la memoria ha jugado en la evolución un papel comparable al del pulgar opuesto. Y precisamente si algo aumenta notablemente y con mucha regularidad es la tasa de miniaturización de componentes electrónicos, y con ella la cantidad de memoria que puede ser incorporada en una computadora.
Memoria en las máquinas
En 1834, el inventor británico Charles Babbage concibió la idea de una máquina de cálculo a vapor, que mediante un gigantesco y complicado sistema de engranes, poleas y manivelas podría almacenar 1,000 números decimales de hasta 50 dígitos, sumar dos cantidades en menos de 10 segundos y multiplicarlas en menos de un minuto. El motor analítico de Babbage, al que dedicó los últimos 37 años de su vida, contenía todos los elementos de una computadora digital moderna; no obstante, nunca pudo ser completado. A partir de 1920 comenzaron a aparecer diversos prototipos de calculadoras electromecánicas que seguían de una u otra manera el modelo de Babbage. La memoria se almacenaba en bulbos, discos magnéticos, núcleos magnéticos (donas situadas en la intersección de dos cables que almacenan un bit de información y que se magnetizan en un sentido o en el otro), transistores y circuitos de sílice. Hoy hablamos comúnmente de cerebros digitales con memorias de varios miles de millones de bytes. Sin embargo, aún estamos lejos de construir una máquina con memoria comparable a la humana. Como señala Hans Moravec en su controvertido libro Mind Children. The Future of Robot and Human Intelligence, para que una computadora tenga la suficiente potencia de alojar una mente similar a la humana, debe por lo menos realizar 10 billones de operaciones por segundo y contar con una memoria de 10 billones de palabras (cada palabra es capaz de almacenar un número o una instrucción).
Terras contra Cósmicos
Para investigadores como Hugo de Garis ([email protected]), el objetivo de crear mentes semejantes a las humanas parece muy poco atractivo. l en cambio está interesado en crear inteligencias masivas del tamaño de la Luna, o por lo menos de la talla de un asteroide. De Garis es uno de los pioneros en el desarrollo de la inteligencia y la vida artificial. En el terreno de las redes neurales ha aplicado la selección darwiniana para hacer evolucionar software y hardware inteligentes. Actualmente, De Garis trabaja en Kyoto, en el campo de la ingeniería evolutiva, y está tratando de diseñar cerebros electrónicos hiperinteligentes o artilectos (http://whatis.com/artilect.htm), los cuales, en teoría, para fines del próximo siglo podrían tener el tamaño de un asteroide o la talla de la Luna y ser ``inteligencias masivas capaces de dominar la política mundial''. De Garis cree que la aparición de los artilectos dividirá a la humanidad en dos bandos, los terras, que se opondrán a ellos, y los cósmicos, que los querrán fabricar. El científico afirma con toda seriedad que la oposición entre estos dos bandos seguramente concluirá con una guerra nuclear, y le provoca insomnio saber que en el futuro habrá un holocausto atómico por culpa de su trabajo. De Garis piensa que seguramente existen otros seres vivos en el universo y seguramente ya han hecho la transición a la hiperinteligencia. ``Nosotros estamos retrasados, porque nuestro sistema solar es mil millones de años más joven que los otros, y la transición de lo humano, a lo cósmico, al artilecto ocupa apenas unos cuantos siglos. La evolución es inevitable. Después de todo, el verdadero potencial para la inteligencia no es biológico, eso es demasiado primitivo'', afirma.
Naief Yehya
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