Víctor Jiménez
La Inquisición

Llega ahora algún ruido sobre la apertura al público de los archivos de la Inquisición en Roma. Se ayuda así otro poco a la imagen de la institución, alargando un esfuerzo que dura ya casi tanto como la existencia de los diversos organismos que han llevado el nombre de Inquisición... Porque bajo esta denominación se agrupaba en México --para tocar sólo nuestro caso-- durante la Colonia, una curiosa diversidad de agentes. Cuando era preciso dar cárcel, tormento, garrote vil u hoguera a los nativos del país, por ejemplo, entraba en acción alguna de las tres o cuatro inquisiciones pendientes únicamente de ellos (a cargo de militares, virreyes, obispos o frailes).

Hay pleitos documentados por invasión de jurisdicciones entre las diferentes inquisiciones, pues aunque todas tenían la misma materia de trabajo no habían aparecido al mismo tiempo ni podían ejercer en el mismo territorio, y cada una tendía a excederse en el ejercicio de sus prerrogativas. Sólo una Inquisición --el Santo Oficio-- estaba impedida formalmente para perseguir a los nativos mexicanos, aunque los expedientes del Archivo General de la Nación comprueban que no los desdeñaba, y hay quejas de las otras inquisiciones al respecto.

Richard Greenleaf escribió La Inquisición y los indios de Nueva España: un estudio de la confusión jurisdiccional, donde entiende por Inquisición lo que nosotros por la palabra policía, es decir, una multiplicidad de organismos. Pero los apologistas de la Inquisición, al tanto del desconocimiento general de la existencia de las diversas inquisiciones, consiguen desviar la atención sobre un hecho capital en la Colonia: que Inquisición y ``evangelización'' son, en realidad, sólo sinónimos. Y cuando uno reflexiona en ello llega a la conclusión más inquietante sobre la confiabilidad de lo que se publica como Historia de México.

Hace poco, en España (of all places), la cabeza del Santo Oficio de hoy se explicó: ``Para (Joseph) Ratzinger, jurídicamente, la Inquisición romana no era tan oscura como se cree, sino que incluso luchó contra el fanatismo, y sus métodos eran `más humanos de lo que se pensaba'''. (El País, 3 de febrero). Sí, los inquisidores vistieron su trabajo con un ingenioso ``disfraz jurídico'', para citar el título del reportaje (El Financiero, 3 de febrero) dedicado al informe de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, que analiza la Red Nacional de Organismos Civiles de Derechos Humanos: ``En dicho informe se colocó a la tortura en el lugar 24 de la lista de hechos violatorios a los derechos humanos... Las ONG adscritas a la Red... señalan que la disminución tiene dos vertientes que no explica la versión: por un lado, desde 1993 se constituyeron las comisiones locales de derechos humanos y son éstas las que toman conocimiento del mayor número de denuncias por tortura. Tampoco alude a que un gran número de hechos ya no son denunciados ante la CNDH y a que muchas quejas están siendo desviadas, al ser encubiertas con otro tipo de clasificación judicial como lesiones, homicidio, violación, allanamiento de morada o degeneración de justicia, entre otros''.

Ya en 1884 lo advirtió Vicente Riva Palacio, primer estudioso mexicano de la Inquisición: ``Lo que más horroriza de la Inquisición es sin duda la cuestión del tormento y la hoguera; pero... el Santo Oficio cuidó bien de que sus sentencias jamás declararan sino que el reo como relajado sería entregado al brazo secular, y no que debía morir y menos la clase de muerte que debía aplicársele; es verdad que relajar a un reo era como dictar contra él la sentencia de muerte y entregarle al poder temporal para que la ejecutara; pero la Inquisición quiso salvar la forma, y los jueces civiles sentenciaban, la muerte conforme al derecho común, y así la ejecutaban''.

En 1674 un inquisidor experimentado en nativos oaxaqueños, el dominico Francisco Burgoa, describió --sin aclarar nada-- la muerte de los últimos seis sacerdotes zapotecos de Mitla, ocurrida 120 años atrás; los tres jueces eclesiásticos, dice, ``substanciaron la causa, recibidas las confesiones de los cómplices... y reservando la sentencia para un día solemne los sacaron a la iglesia a oírla, saliendo con el traje e insignias de reos, de aquella especie, con sogas, corazas, velas y azotes por las calles, que el juez secular relajados les mandó ejecutar''.

Y en 1881, el cura José Antonio Gay amplió lo que Burgoa dijo a medias sobre la muerte de los zapotecos: ``todos fueron ejecutados en solemne auto de fe, en que se presentaron con las insignias de los juzgados por la Inquisición''.