A Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja Internacional, libre de culpas. Y para los diez mil mexicanos enfermos de sida.
En los primeros siglos de su existencia, la Iglesia católica no separaba el punto de vista religioso del ético. No se atrevía. En asuntos de salud pública, por ejemplo, respetaba las costumbres heredadas de Roma, según las normas de las Doce Tablas: ``Que la salud del pueblo sea la suprema ley''. La satanización del cuerpo y el horror monacal al desnudo y al baño (deleite de griegos, romanos, árabes y aztecas), así como el abandono de las normas higiénicas y profilácticas representan un fenómeno posterior.
Coincidente con los avances científicos que hacia el año mil mejoraron las expectativas de vida y el natural crecimiento exponencial de los pobres, Europa se sumergió en un baño de mugre y enfermedades que hacia fines del siglo XIV asestó golpes mortales a las ideas, hábitos y costumbres de la gente. En sucesivas oleadas, la peste bubónica mató a 25 millones de personas hundidas en la ignorancia, la pobreza y la insalubridad, incluyendo a los que creían estar a salvo en los castillos y conventos.
En ese contexto de plagas, enfermedades y epidemias incontenibles Europa moldeó la idea macabra de la muerte. El estado de ánimo ocasionado por la represión eclesiástica a la libre expansión del espíritu humano llevó a la moral dominante a creer que a los siete pecados capitales faltaba añadir uno más: la tristeza. Tristeza que nos invade cuando en el umbral del tercer milenio un alto funcionario de la Cruz Roja ha sido capaz de reducir el sida, pandemia del siglo, a un problema contable o que Paulina, el personaje de Bernardo Romero que venía apuntando muy bien en la telenovela Mirada de mujer, se viene abajo al asociar sida y promiscuidad.
Desconocer o ignorar es humano. Pero ignorar conociendo es criminal. Es cierto que el doctor Luc Montagnier, descubridor del virus del sida, ha dicho que el gran riesgo es que esta enfermedad se transforme en una enfermedad de la pobreza pues su propagación es más rápida allí donde hay desnutrición, enfermedades crónicas o las de transmisión sexual, migración y analfabetismo, o porque al entrar en la adolescencia, los jóvenes practican la prostitución como única forma de sobrevivencia. O que el hambre, como dijo el sociólogo brasileño Herbert de Souza, víctima del sida, es una amenaza más inmediata. Pero de ahí a razonamientos como los referidos...
Los obsesivos del morbo reducen el sida a la ``anormalidad'' para dar el paso siguiente: el castigo divino reservado a pecadores muy especiales. ¿Solución?: la abstinencia. Si no total, natural y sana. Cualquier método de prevención es pecaminoso porque permite el sexo sin procreación lo cual es delito principal del hombre y la mujer.
En la mayoría de los países latinoamericanos, la resistencia a tratar el tema de la sexualidad por razones culturales y los aspectos de la religiosidad mal encauzados impide la educación sexual desde edad temprana y la difusión amplia sobre el sida y su prevención. Así las cosas, vemos que el enemigo mortal ni siquiera es el virus que al terminar el siglo habrá matado a ocho millones de personas.
El enemigo a vencer es la falta de sensibilización de una población aún cautiva de los prejuicios de algunas entidades religiosas y la ignorancia de las instituciones que a más de discriminar, estigmatizar y marginar a las víctimas de sida viola sus derechos fundamentales y el de todas las personas, sanas o enfermas.