La Jornada 17 de febrero de 1998

Signos de tensión en la ciudad coleta ante la creciente ola de xenofobia

Hermann Bellinghausen, enviado, San Cristóbal de las Casas, Chis., 16 de febrero Ť Este mediodía, miles de tzotziles zapatistas inundaron la avenida Insurgentes cubiertos con paliacates y pasamontañas. Su aparición fue más repentina que otras veces, más compacta y veloz. Para conmemorar otro cumpleaños: el de la firma de los acuerdos de San Andrés. Para protestar por otro incumplimiento, en uno de esos hechos que ellos llaman traición.

``Decidimos movilizarnos sin importar los riesgos de nuestras vidas, atravesando fuertes cercos militares y paramilitares, que nos hostigan y nos persiguen con una clara intención de provocar la guerra contra todos los pueblos organizados.''

Vinieron a recordar que el gobierno no cumple y los agrede sistemática y fríamente, acudiendo al siguiente público: ``Pueblos y gobiernos del mundo, prensa nacional e internacional, sociedad civil nacional e internacional, pueblos indígenas de Chiapas y de México, organizaciones independientes no gubernamentales, intelectuales, artistas, religiosos progresistas, obreros, maestros y estudiantes honestos''. Nada más.

A diferencia de anteriores marchas de civiles zapatistas, no acudieron indígenas de la selva Lacandona ni de la zona Norte, debida a la ocupación militar y a la amenaza paramilitar. Es sólo una marcha de los Altos, De quienes son, en efecto, los altos de Chiapas.

El mensaje

La tercera parte de los manifestantes proviene de Chenalhó; desplazados en Acteal, Polhó y X'oyep, estos en realidad proceden de la mitad de los pueblos, hoy rotos, del atribulado municipio. Traen su propio mensaje: ``Nosotros, los 10 mil 433 desplazados, todos indígenas tzotziles... queremos hacer de su conocimiento... primero, es el mismo gobierno federal de Ernesto Zedillo Ponce de León y los gobiernos estatales y todos sus funcionarios, que nos tienen en estas condiciones inhumanas, porque somos miles de desplazados que aquí nos encontramos en un gran chiquero donde vivimos como animales entre todos y pleno campo, y vigilados día y noche por miles de soldados federales, Seguridad Pública, PGR, con todos sus armamentos, carros, tanques, helicópteros y aviones de guerra''.

Ante una plaza llena de indígenas encapuchados y bajo la mirada vigilante de la mayor concentración de tira encubierta de la presente temporada invernal, los oradores tzotziles hablaban con una cadencia dulce, gracias a su lengua, que no enfatiza el dramatismo de sus terribles palabras.

Cómo estarán las cosas que no pudieron salir de sus regiones los tzeltales, los choles ni los tojolabales. El orador de Chenalhó, uno de los refugiados en Acteal, dijo: ``Lo que está haciendo el gobierno es una clara estrategia de contrainsurgencia, lo vemos claro, así lo entendemos y así lo entienden nuestros pueblos, pero el gobierno cree que nosotros los indígenas de Chenalhó somos tontos. El gobierno cree que por ignorancia o por estar manipulados estamos luchando y apoyando al EZLN, pero se equivoca el mal gobierno''.

Y afirmó: ``Luchamos por nuestra voluntad, por nuestras conciencias y nuestra decisión; lo que nos obliga a luchar es el hambre y la miseria y porque estamos cansados de tanta marginación e injusticia''.

Quién sabe qué herida les duele más a los de Chenalhó, si la injusticia o las despensas gubernamentales. ``Esos regalitos que reparte el gobierno se terminan en unos cuantos días, y la pobreza, el hambre y la enfermedad siempre quedan con nosotros'', se expuso.

Para una mente occidental que sea estrechita, debe resultar paradójico e incomprensible que los indios, al referir las duras condiciones de su existencia, afirmen: ``Nosotros los hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos indígenas tenemos la dignidad que el gobierno no tiene''.

Por eso rechazan la ayuda: ``El gobierno primero tiene que matar y masacrar a muchos indígenas para justificar su entrada a los pueblos y campamentos para ofrecer su ayuda'' (ya que hablamos de paradojas).

Por su parte, en el mensaje leído por Ezequiel en la plaza de San Cristóbal, los representantes de los pueblos indígenas señalaron: ``Queremos decirle al gobierno que no le estamos pidiendo nada que no haya firmado con anterioridad o algo que no nos corresponde como mexicanos''.

Lo que no es paradoja, es reiteración: el acto de estos indios pobres resulta particularmente modesto. Se distinguen pocas mantas entre los grupos compactos de sanandreseros, zinacantecos, chamulas, gente de Mitontic, de Pantelhó y de San Juan de la Libertad, que conforman un todo denso y silencioso de rostros cubiertos.

``El gobierno no tiene ningún interés en cumplir cabalmente. Su único objetivo -afirmaron los indígenas- es humillar y rendir a los zapatistas.'' Según el mensaje de los tzotziles, no basta con sacrificar a altos funcionarios del gabinete presidencial y a los gobiernos estatales para decir que se está avanzando hacia la paz. ``Los actuales secretarios de Gobierno (sic) y del gobierno de Chiapas son iguales o peores que los anteriores''.

Más adelante, exigieron ``justicia y castigo'' a los responsables materiales e intelectuales de la masacre de Acteal, y denunciaron: ``En el municipio de Chenalhó los grupos paramilitares siguen libres, armados y protegidos por elementos del Ejército federal y policía de Seguridad Pública del estado, y planean otro ataque contra las bases zapatistas y de la sociedad civil Las Abejas''.

Las palabras van cayendo con todo su peso, bajo el sol invernal del mediodía, desde la parte posterior de un camión, el cual carga un equipo de sonido que tampoco es la gran cosa. ``El señor Julio César Ruiz Ferro, ex gobernador de Chiapas, y los señores Uriel Jarquín y Homero Tovilla Cristiani, etcétera, que son los autores intelectuales de la masacre, también siguen libres, y en lugar de ir a pagar sus crímenes en cárceles de alta seguridad, sólo se cambian de oficinas y de cargo y cuentan con la protección del Ejecutivo''.

Los tzotziles en Jovel exigieron respeto a sus municipios autónomos: ``el gobierno no debe negar la legitimidad de estos municipios y autoridades autónomos, están dentro de los acuerdos de San Andrés''.

Para terminar, hicieron un llamado ``a todos los pueblos indígenas priístas'' para que ya no se dejen llevar y engañar... ``para que ya no nos matemos entre indígenas y pobres''. Después abordaron las decenas de camiones de 3 toneladas y camionetas que los trajeron a la ciudad, y tardaron otra media hora en atravesar el nudo del tráfico sancristobalense de la una y media de la tarde. Ya dijeron.

Se aprieta San Cristóbal

La ciudad coleta ha ingresado de pronto en una tensión inducida que ya se percibía en los alrededores de la marcha. Los extranjeros, por decreto, son apestados, y sospechosos hasta no demostrar lo contrario, al borde de esa figura diplomática que en México no se había usado nunca antes: persona non grata. ¿Así será el artículo 33 en tiempos del neoliberalismo global?

Ante la xenofobia desatada (que aún no prende entre coletos, pero podría no tardar: tan extranjero el indio como el europeo), un amigo del Distrito Federal se pregunta:

-Y cuando se deshagan de los extranjeros que tanto odian, ¿de qué van a vivir los comerciantes coletos? ¿Del recuerdo de todos los indios muertos?