Cada vez cuesta más trabajo seguir las pistas de lo que pasa en el ambiente político de este país. Frecuentemente se dice una cosa y se hace otra; los partidos se agitan y reacomodan; los políticos pasan de uno a otro, y los ciudadanos expresan con actos más o menos ilegales sus descontentos e inquietudes, desde plantones y marchas hasta pedrizas y linchamientos.
Pareciera que lo que hay en el fondo de esta situación es, como ya lo han dicho muchos, una falta de visión política clara y patriótica en las más altas autoridades del país.
Como nunca, necesitamos instituciones y políticos comprometidos con algunos valores fundamentales en los que todos debiéramos estar de acuerdo; esa coincidencia básica es requisito esencial de la democracia. No habrá gobernabilidad si gobernantes y gobernados opinan y actúan de manera diferente en cuestiones básicas y fundamentales.
Por ejemplo, no hay duda de que lo que la mayoría de los mexicanos creemos respecto de la soberanía de nuestro país, no coincide con lo que piensan y expresan los dirigentes políticos del Estado.
El pueblo concibe a la soberanía como una fórmula en la que la independencia respecto del exterior sea total, no sólo en materia política sino también económica y cultural. Los gobernantes piensan que no se atenta contra la soberanía cuando decisiones importantes son tomadas desde el exterior, o bien cuando la satisfacción de las necesidades fundamentales de nuestro pueblo dependen de acciones y movimientos de empresas y mercados trasnacionales, o cuando copiamos servilmente maneras y rasgos de otras sociedades.
Otro ejemplo de esta forma enfrentada de ver los problemas del país se refiere a la idea que tienen los gobernantes y los gobernados de los cargos públicos, y en esto el caso del estado de Morelos es un ejemplo claro. Los funcionarios conciben sus puestos y empleos como de su propiedad, y disponen de ellos para su propio beneficio y para colocar y defender a su propio grupo. El pueblo piensa, todavía, que los cargos son para servirle, y reclama y se desespera cuando se percata de lo contrario.
La distancia entre gobernados y gobernantes se ha ahondado, y será necesario un gran esfuerzo de todos y una actitud especialmente decidida de las autoridades y los dirigentes partidistas para cerrar la brecha. De no suceder esto, casos de rebeldía, actos de desobediencia y francos levantamientos se seguirán repitiendo y no bastará, como nos lo enseña la historia, el uso de la fuerza para detener la marejada.
Más que nunca, requerimos sentarnos a discutir las reformas que precisa el Estado mexicano; será indispensable que en esa discusión participen todos los interesados, que las decisiones sean realmente colectivas y que nos convenzamos de que para cambiar es muy importante pensar en todos, pero lo es más dejar que todos expresen lo que piensan.