Eduardo R. Huchim
PRI: democracia o extinción

Contrariamente a las opiniones que le extienden ya su acta de defunción, aquí se ha dicho que el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no está muerto ni a punto de abandonar el poder, pese a los desfavorables resultados de la elección federal de 1997. El argumento central de esta tesis es que al PRI

le bastará conservar su misma votación de ese aciago año -11.4 millones de votos, 39.09 por ciento del total- para retener la Presidencia de la República.

Como también se ha dicho aquí, el PRI se acercará a su extinción si no cambia. Su única posibilidad de sobrevivencia es la democracia interna. Para mal del todavía partido mayoritario, las señales emitidas hasta ahora no son buenas, y hay que deplorarlo porque un PRI fuerte, democrático y competitivo puede prestarle todavía grandes servicios al país.

La más reciente de esas señales ha sido el escandaloso caso de Ricardo Monreal, quien renunció al PRI por la manera antidemocrática en que fue excluido de la candidatura al gobierno de Zacatecas. Mirado en el ámbito estatal, el PRI tenía en Zacatecas la sartén por el mango para las elecciones de este año, pues el 6 de julio de 1997 se alzó con las cinco diputaciones federales, con estas cifras: PAN, 107 mil 822 votos (25.79 por ciento); PRI, 210 mil 755 (50.41 por ciento), y PRD, 58 mil 550 (14.00 por ciento). Es decir, la votación conjunta de PAN y PRD no se acercaba siquiera a la priísta. Ahora en cambio, el PRI habrá de afrontar el gran riesgo de perder los comicios zacatecanos, pues Monreal llevará a su candidatura miles de votos que podrían haber sido para el PRI. Así se explica que el PRD haya optado por el pragmatismo y, referéndum de por medio, haya decidido apoyar a Monreal

Mirado en el plano nacional, el caso Monreal provocó la inconformidad de muchos priístas, cuyo segmento más visible ha sido la cincuentena de diputados y ex diputados que ha buscado cobijo y liderazgo en el gobernador de Puebla, Manuel Bartlett. Si bien la rebeldía priísta puede contribuir a la democratización partidaria, tal cobijo y liderazgo no se identifican con ésta sino con políticas y prácticas que ya no pertenecen al presente mexicano, al menos no al que grandes porciones de la sociedad están empeñadas en construir.

Por buenas o malas razones, los priístas -con las excepciones de rigor- se resisten a romper los vasos comunicantes con el poder y actuar libremente. La novedad es que ahora acuden a un gobernador, sin reparar que en realidad no apoyan a su partido sino a las ambiciones -eso sí, legítimas- de un político de los tiempos del mapache. ¿O alguien podría suponer que a Bartlett le interesa realmente el PRI como partido y no sólo como instrumento para intentar llegar a la cúpula del poder?

Como quiera, hay un sector del priísmo que ve en Bartlett un liderazgo adecuado para el PRI. Quien mejor ejemplifica a este sector es un desvalido Jorge Schiaffino, líder del sector popular priísta en el DF, quien le dijo al gobernador: ``Estamos huérfanos, licenciado. No hay liderazgo, no hay línea, ni siquiera reclamo... Usted nos puede reorientar'' (Wilbert Torre, Reforma, jueves 12 de febrero de 1998, primera plana). Es una actitud coincidente con la de muchísimos priístas. Habituados a depender del gobierno -Presidente, gobernador, alcalde, según el nivel de que se trate-, son incapaces de actuar por sí mismos. Buscan y esperan línea y se sienten en la orfandad si no la tienen.

La crisis de su partido, sin embargo, exige de los priístas otra actitud que los sitúe en la autoría de su democratización. El PRI, que todavía no está muerto, lo estará si sus militantes no aciertan a ejercer tal autoría sin liderazgos autoritarios ni añoranzas mapachescas.

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El torbellino político y social que está caracterizando la peculiar transición mexicana no debe nublar el carácter histórico que reclama la denuncia pública de Cuauhtémoc Cárdenas contra el anterior gobierno capitalino. Es la expresión de una vertiente de la democracia: la exigencia de rendición de cuentas, primer paso para combatir la impunidad. Nunca antes, en este nivel de gobierno, se habían señalado públicamente fallas y corruptelas de la administración anterior. La actitud de Cárdenas, además, constituye una suerte de vacuna a los actuales funcionarios capitalinos. Ya saben que un riguroso escrutinio les puede esperar al final de su encargo, de modo que más les valdrá actuar con escrupulosa rectitud.