Arnoldo Kraus
Sida y moral: el affaire de un presidente
Hay errores que parecen horrores y hay equivocaciones que son espeluznantes. La frontera entre la estupidez, la intolerancia y la injusticia puede, en ocasiones, no ser nítida. La fuente y la responsabilidad de la voz, hacen la diferencia. No es lo mismo ser hincha del balompié mexicano y afirmar que nuestra selección sabe jugar futbol, que ser presidente de la Cruz Roja y aseverar que ``es mentira que el uso del condón sirva para evitar el contagio del sida, porque los estudios científicos a nivel internacional han demostrado que fallan hasta 40 por ciento''. Es, a su vez distinto, hablar por ``uno mismo'' que hacerlo desde el pedestal del poder. La voz de los presidentes implica a muchos y significa mucho. La responsabilidad contenida en sus reflexiones e ideas no puede pasar desapercibida.
Además del condón, José Barroso Chávez --presidente nacional de la Cruz Roja Mexicana-- habló de prioridades. Al comentar sobre los 10 mil enfermos de sida que se calcula hay en el país y que no tienen acceso a los medicamentos, dijo: ``Nosotros tenemos otras muchas necesidades y si se mueren 10 mil personas del sida (sic), pero hay un millón que están enfermas de males respiratorios o digestivos, yo creo que es mucho más importante ayudar al millón que a 10 mil''. Habló también del arte de ser íntegros: ``Se debe decir la verdad completa, no a medias. Hay que reconocer que sí se reduce la posibilidad de contagio, pero de ninguna manera es cierto que con el uso de ese dispositivo se vaya a evitar''. Y, se expresó, a la vez, contra los desaciertos de las campañas de educación sexual, pues acorde con su entender, entre más se promueva el uso del preservativo para evitar el sida, habrá más contagios. Su lógica no admite cuestionamientos y concluye que a pesar de que el programa de Conasida tiene ya dos años, cada día hay más infectados.
Compilo las nociones anteriores en cuatro rubros: la ineficacia del condón, una vida vale más que otra, la ciencia debe ser íntegra y, por último, la inutilidad de las campañas preventivas. Las afirmaciones de Barroso deben leerse con tiento pero también con crudeza. Sus implicaciones, lo repito, por ser presidente, no deben, no pueden, pasar desapercibidas. Arrasar verbalmente es fácil. Pero tiene sus riesgos. El termómetro de la opinión pública (véase El Correo Ilustrado, el artículo de Alejandro Brito en estas páginas y el de Monsiváis en Proceso) ha respondido con vigor y rencor. La condena, escrita o no, es generalizada; no hay quien defienda el ideario de Barroso Chávez.
Aun cuando la falta de conocimiento es atroz, es lo que menos preocupa. Absurdo iniciar cualquier polémica si se afirma --como lo hizo Barroso-- que el preservativo es poco eficaz porque cada vez hay más infectados. Antes de hablar sería prudente conocer y analizar otras posibilidades. Considérense las siguientes: idiosincrasia (machismo), problemas económicos (no uso o reuso), incultura (trabajadores migratorios que modifican sus prácticas sexuales en Estados Unidos), religión (prohíbe el uso del preservativo), demográficas (crecimiento de la población), epidemiológicas (mayor número de casos, mayor diseminación), etcétera.
En cambio, lo que más alarma, la herida toral y el equívoco fundamental, puede resumirse en la deletérea mezcla de intolerancia y prioridades saturadas de ceguera. Se ha escrito y hablado hasta el hartazgo acerca de la lastimosa estigmatización que sufren los enfermos de sida. Se han escrito innumerables trabajos en relación a la muerte que produce el virus y la muerte del alma del paciente de sida por la condena de la comunidad. Y se han gastado muchas horas y no pocas voces para resarcir la condición humana inscrita en quienes primero son personas antes de ser ``sidosos''. Difícil aseverarlo, pero acorde con el dictum de su presidente, es probable que quien padece sida no deba acudir a la Cruz Roja.
En La Etica de los padres, libro que condensa los pensamientos de los sabios del Talmud, se lee: ``El que salva una vida, es como si salvase a toda la humanidad''. Curar, consolar o mejorar a quien sufre neumonía o diarrea no es mejor ni más importante que hacer lo propio con quien tiene sida. ¿Es posible ser presidente de una organización médica y otorgarle más derecho a una vida que a otra?