La Jornada 18 de febrero de 1998

En La Realidad, Hablemos claro mezcló imágenes con infundios

Hermann Bellinghausen, enviado, San Cristóbal de las Casas, Chis., 17 de febrero Ť Ya que de sobar el video se trata, rewind. Corre película de nuez. El pasado viernes 13 iban a dar las 12 del día cuando apareció sobre La Realidad un helicóptero blanco, ahora sabemos que del gobierno de Chiapas.

En las comunidades rebeldes por lo regular, cuando un helicóptero vuela bajito, se asume que de seguro viene filmando. Sea militar, policiaco o gubernamental, es vox populi que adentro está una cámara en acción. Estos indígenas se saben sometidos a un espionaje permanente, que produce información siempre fragmentaria, y por lo tanto, manipulable. Todos sabemos que es más fácil manipular un video que un pueblo.

Los asaltantes suelen contar con un recurso inicial: el ``factor sorpresa'', de cuyo uso se muestran tan orgullosos los reporteros televisivos que ``asaltaron'' La Realidad. Nadie esperaba que la nave descendiera, pero lo hizo. ¿Dónde?

Como es frecuente en las comunidades indígenas de México, las edificaciones escolares suelen encontrarse al centro del pueblo. El helicóptero gubernamental aterrizó, sin problema alguno, en el patio de la escuela. En La Realidad, ésta consiste en dos edificios, los cuales quedaron al frente y al lado izquierdo del helicóptero, respectivamente.

En ese mismo sitio se encuentran otras aulas de reciente construcción, la biblioteca, un consultorio médico, una gran ceiba, que ya es famosa en todo el mundo, un comedor para los visitantes y un conjunto de letrinas que quedaron a la derecha del helicóptero.

También está la pequeña planta eléctrica que regalaron los grupos roqueros del DF a la comunidad, y que vinieron a instalar trabajadores electricistas el SME, en lo que resultó una pequeña gesta solidaria de la sociedad civil, y permitió que La Realidad, en los confines de las cañadas lacandonas, disfrutara de alguna energía eléctrica. En una orilla hay otros cobertizos que la comunidad ofrece como dormitorio a sus visitantes.

Pero todo esto, como tantas otras cosas y personas, no se aprecia en el video de Hablemos claro, que el noticiero Hechos de Televisión Azteca ha hecho suyo.

Lo que no vieron las cámaras

Ninguna de las afirmaciones verdaderamente graves que han hecho los productores de Hablemos claro se confirma en las imágenes que arrojaron al aire. La señora De la Vega, en la autoentrevista que se hizo al día siguiente, asegura haber visto armas (``metrallas''), así como walkie-talkies en manos de los extranjeros, que transmitían órdenes misteriosas; y por otro lado, dice no haber visto indígenas.

Todo espacio, abierto o cerrado, tiene 360 grados. El video de Hablemos claro abarca un ángulo de 90 grados, tal vez un poco más. Es decir, las tres cuartas partes de la escena están ausentes.

Las cámaras de Televisión Azteca iban de cacería, y como cazadoras se comportaron. Es evidente que poseían información previa sobre el sitio donde aterrizaron. Información que por lo demás no es secreta; por ese sitio preciso han pasado miles de indígenas, y miles de visitantes mexicanos y extranjeros en los últimos tres años. Pocos poblados de Chiapas han sido más visitados que La Realidad.

Las videocámaras, ``clandestinas'' según se ufana su vocera, ``picaron'' hacia donde aparecieron los miembros del campamento de paz que en ese momento se encontraban allí. Unos mexicanos, otros extranjeros. (Se sorprendería Lolita de la Vega de saber cuántos de sus ``extranjeros'' son mexicanos con tez tan blanca como la de ella misma.)

Las cámaras televisivas ingresaron a La Realidad no por la puerta, sino por donde se les pegó la gana. Así que afirmar que allí se decidía el acceso al poblado es otra vez infundado. El helicóptero bajó en el espacio designado por la comunidad para recibir a los visitantes a quienes ha permitido el paso.

Cualquiera de las miles de personas (periodistas, políticos, turistas, estudiantes, asesores, representantes sociales, etcétera) que conocen La Realidad podrá testificar sin problema que, cuando uno llega, es recibido siempre por indígenas tojolabales que identifican a los recién llegados y consultan con los representantes ejidales y políticos de la propia comunidad, para decidir quién es bienvenido y quién no.

A diferencia de lo que ocurre en muchos pueblos tradicionales de Chiapas (caso célebre y hasta folclórico es el priísta San Juan Chamula), en las comunidades rebeldes de la selva nunca se agrede a los visitantes. Si Hablemos claro hubiera efectuado exactamente el mismo operativo intempestivo y no autorizado para tomar película en Chamula, entonces sí hubiera encontrado problemas, metralletas y el peligro de un linchamiento, además de que seguramente le hubieran confiscado sus rollos y hasta sus cámaras. En Chiapas, hay lugares donde uno paga por ver. No es el caso de La Realidad.

Así, la aseveración de que los extranjeros ``deciden'' el acceso y ``dominan'' a la comunidad, además de ser falsa, no la prueba el video. Veamos un ejemplo. En un momento de la toma de Televisión Azteca, entra a cuadro un joven, de espaldas, al que Hechos le dedicó ya su circulito y su imagen congelada. Se trata de un miembro indígena de la comunidad, que está impartiendo órdenes a los campamenteros, les pide que se retiren. Inmediatamente después aparece otro campesino y hace lo mismo.

A petición de la comunidad, los miembros de los campamentos de paz protegen a la comunidad ante los ataques de la autoridad. Lo mismo da si los campamenteros son nacionales o extranjeros. El Ejército federal debe poseer miles de pies de película similar a la de Hablemos claro, ya que siempre que patrulla La Realidad filma a los campamentistas, quienes se colocan a los lados del camino, protegiendo con sus escasas humanidades, de manera por demás simbólica, las casas de estos indígenas ``inconformados'', que reciben un sistemático trato de delincuentes por parte de las fuerzas del orden.

Otras afirmaciones infundadas e indemostrables de la señora De la Vega y su productor, el político chiapaneco Manuel de la Torre, son que permanecieron una hora y media en tierra, y que en ese sitio se habla inglés y alemán.

Aunque algunos de los capturados por la ``cámara in fraganti'' de Televisión Azteca son efectivamente extranjeros, todos hablan en castellano. Unos por ser ciudadanos mexicanos o españoles, otros (italianos y franceses en este caso) porque se han tomado la molestia de aprender la lengua franca de esta gente (que es la de todos los mexicanos, en la que están escritas las leyes y en la que muchos de nosotros pensamos todavía).

Todo esto confirma que lo que Hablemos claro y Hechos presentan como actos delincuenciales, corresponde a las actividades cotidianas que, por mandato de la comunidad, realizan los observadores que los acompañan. Otro ejemplo: las imágenes televisivas exhiben, con procacidad policiaca, a una mujer mexicana. Ella ha sido maestra de primaria desde 1995, cuando a raíz del ataque militar del 9 de febrero, se instaló en La Realidad un campamento de paz. Su finalidad era, y es, evitar que la comunidad sea destruida como Prado Pacayal, o desalojada de sus moradores para convertirla en cuartel, como Guadalupe Tepeyac. Y para apoyar a la comunidad en elementales servicios médicos, esolares y de higiene.

Las agresiones verbales y las amenazas de ``ahí vienen los zapatistas'' que los de Hablemos claro aseguran haber recibido no existieron nunca, según consigue armar este enviado entre lo que alcanzó a escuchar, lo que le testimoniaron posteriormente los observadores, los representantes indígenas, y hasta los niños, quienes como los borrachos, reza el refrán, siempre dicen la verdad.

Los verdaderos agredidos fueron los pobladores de La Realidad; ahora se les exhibe como peleles de no se sabe qué conjura enemiga de la nación. Otra vez los patos tirándole a las escopetas.

La cámara de video no muestra nunca la asamblea de emergencia que se realizó entre la ceiba y la escuela, pero por lo menos el señor De la Torre sí la vio, al dirigirse con prepotencia hacia los indígenas, caminando sin autorización a través del patio, convertido en helipuerto por él y sus acompañantes. Debo afirmar, como testigo presencial, que en las deliberaciones no participó nadie que no fuera campesino miembro de la comunidad.

Esta reunión ocurría, en relación a lo mostrado en el video, a espaldas de Lolita de la Vega, a quien nunca se le ve dirigir la mirada en esa dirección.

No le interesaban los indios, sino los ``extranjeros''.

Por último, los destrozos. Al argumentar los de Hablemos claro que, de haber causado un daño, los indígenas se los hubieran reclamado, dicen una verdad y una mentira. Sí les hubieran reclamado, pero no podía ser, pues los techos de la escuela fueron colapsados por el pésimo despegue del helicóptero. O sea, cuando se alejaba. El despegue se realizó sin ninguna interferencia. Los campesinos que rodearon la nave (y a quienes no ha mostrado aún Televisión Azteca, aunque es muy probable que los tenga registrados) se alejaron. Empezó una violenta polvareda, mientras la gente corría a refugiarse atrás de la escuela. En esa dirección ganó altura, lentamente, el helicóptero.

-Le hacen así porque están enojados- dijo un campesino que se refugiaba tras el comedor. Porque la nave casi embistió la escuela. Este enviado, que tiene la mala costumbre de pensar bien de la gente, creyó que el torpe ascenso se debía al nerviosismo de los cazadores de imágenes.

Toda esa gente ignoraba aún todo lo que le estaban robando los visitantes. La única evidencia que tenían de los hechos eran láminas volando por los aires, los niños heridos, el polvo insidioso y agresivo, y el corazón agitado.

Ya existe una demanda legal contra Televisión Azteca (que quizás se amplíe al dueño del aparato). Una vez más, la televisión no coincide con la realidad. No es la primera ocasión, ni será la última.