La Jornada 19 de febrero de 1998

Urgen reformas ante casos como el del Chucky o la menor agredida

Humberto Ortiz Moreno y Juan Antonio Zúñiga Ť Los casos de El Chucky y ahora el de la joven agredida en Iztapalapa, quien fue golpeada, mutilada y ultrajada por compañeros de su escuela, lastiman a la sociedad y manifiestan la urgencia de entrar de lleno a la reforma puntual de las leyes y códigos penales para que no los rebasen la delincuencia organizada y los fenómenos criminales que agobian a la ciudad, estableció el procurador Samuel del Villar.

La actitud de los cuatro estudiantes de secundaria implicados hizo que el titular de la PGJDF considerara necesario apurar la marcha para tener el paquete legislativo completo en 1999, a partir de los foros de consulta que desde la semana pasada convocan a funcionarios del sistema de justicia y actores políticos y sociales involucrados en el proyecto.

``No queremos una cosa académica o política, sino que participen (en los foros) jueces, abogados, barras, ministerios públicos, magistrados'', subrayó el procurador, quien calificó de ``agujerote'' en la legislación penal vigente el hecho de que al trasladar a los jóvenes al consejo tutelar para menores termine la acción de la procuraduría capitalina y la representación social.

En tanto, la PGJDF dispuso vigilancia especial para la familia de la joven agredida y para la menor misma.

Según fuentes consultadas, estarían bajo investigación otros dos menores involucrados en los hechos, cuyas edades fluctúan entre los 15 y 16 años de edad. Los nombres no fueron dados a conocer para no entorpecer las indagatorias. Los cuatro menores detenidos ampliaron su declaración en la 57 agencia del Ministerio Público --especializada en asuntos del menor--, donde reconocieron y aceptaron su participación en los hechos.

Posturas encontradas

Por su parte, la secretaria técnica de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, Teresita Gómez de León, explicó: ``Es claro que no resolveremos el problema de la delincuencia juvenil mandándolos a purgar penas a los reclusorios para adultos, donde se enfrentan serios problemas de hacinamiento y el tráfico de drogas es severo. Se deben crear centros de reclusión para jóvenes. De ahí que nosotros no estemos de acuerdo en disminuir la edad penal''.

El PRD opinó que, ``más que pedir la disminución de la edad penal, se deben repensar las políticas para evitar la comisión de delitos y revisar la misma legislación penal''. EL PRI expresó que ``un caso, por lamentable que haya sido, no puede ser justificante para reducir la edad penal''. Y el PAN refrendó su propuesta de disminuirla.


Elia Baltazar Ť Palmitas es la colonia de los cuatro jóvenes que el pasado sábado agredieron a su compañera de 15 años. Pobreza, inseguridad, violencia y drogadicción conforman el escenario en que se desenvuelven los muchachos de aquella zona de Iztapalapa, prohibida aún para la policía del sector 28 Tucán, que no se animan a entrar porque cada vez que lo hacen salen ``apedreados''.

Palmitas, Tenorios y Buenavista son las tres colonias asentadas irregularmente sobre un cerro donde se erigen casas de cartón y lámina de asbesto, de tabique y concreto mal acabadas, algunas cuyas paredes son piedras.

Los primeros habitantes llegaron hace 30 años y desde entonces la población sigue creciendo, principalmente con gente de provincia. Allí, hasta hace menos de 20 años no había más que magueyes, peñas de tezontle, minas y cuevas. Hoy son guaridas de jóvenes dedicados a la venta de droga y de armas, casi siempre cómplices de policías judiciales, según cuentan los vecinos.

``Aquí no entran las patrullas y, si lo hacen, es para acompañar a los camiones repartidores, que a diario asaltan. No les dejan ni las cajas de refrescos; por eso la Coca-cola, por ejemplo, sólo surte por pedido''.

Son las palabras del dueño de una tienda ubicada en avenida Palmitas, en la esquina donde se encuentra la secundaria federal número 306, a la que asistían los cuatro muchachos y la joven agredida.

A esta escuela asiste el grueso de los jóvenes de la colonia, ``aunque muchos nada más acaban la primaria y le siguen por el mal camino. Unos porque no les gusta el estudio y otros porque, deveras, no les alcanza el dinero en sus casas'', cuenta un maestro.

El enojo brota en sus palabras cuando narra la aprehensión de los muchachos que cursaban el tercer año de secundaria. ``Habían ido a ver una obra de teatro, y aquí los estaban esperando diez carros de judiciales y patrullas. ¿No es absurdo? Llevamos años pidiendo seguridad para la escuela y nadie nos hace caso, pero ya que sucede una tragedia, aquí están''.

Profesor desde hace más de siete años, él conoce a uno de los menores implicados en los hechos del pasado sábado: ``JJR era mi mejor alumno de matemáticas, un joven verdaderamente inteligente y me sorprende mucho saber de lo que fue capaz de hacer, pero tampoco me espanto. La vida para ellos es así''.

Lo anterior lo confirma la hermana del muchacho a quien en el barrio conocen como El Lobo. María Elena cuenta del menor de la familia: ``Era el único que pensamos que iba a salir adelante, porque es muy inteligente; tenía el primer lugar en su escuela, siempre recibió diplomas y hasta becado estaba.

``Nunca fue rebelde ni le contestaba a mi mamá y hasta se lavaba él su ropa para ayudarle. Su único pasatiempo era el futbol, que compartía con su mejor amigo, IJP'', cuenta.

Este último fue novio de la menor, durante dos meses, o menos, pero eran amigos desde el quinto año de primaria. Cuando terminaron se seguían llevando bien y no podemos creer lo que le hizo'', cuenta una de las tres hermanas de la joven.

Según recuerdan, él quería volver a la fuerza con ella, pero siempre lo rechazó. ``A lo mejor por eso estaba enojado'', dicen. El día de los hechos, cuentan, IJP y JJR fueron a buscar a su hermana para ir a la fiesta, de la que no regresó. ``Cuando llegó la noche y vimos que no regresaba fuimos a su casa para preguntarles por ella''. Los jóvenes incluso se ofrecieron a buscarla y así fue hasta el lunes. IJP y JJR eran muy amigos y con ellos siempre andaba el primo del segundo RR. Estudiaban, jugaban y pasaban mucho tiempo juntos. Las fiestas de la escuela y las cascaritas de fut eran su principal diversión. Las familias de ambos aseguran que no tomaban ni se drogaban, pero algunos de los vecinos dicen lo contrario, aunque nada alarmante. ``Lo normal: se fumaban su cigarrito y se echaban sus cervecitas en la esquina de la tienda''.

Cada uno de ellos ya era considerado como de la familia del otro, asegura María Elena. ``IJP y JJR se la vivían en casa de mi mamá y el día que dicen que agredieron a la muchacha hasta fueron los dos a una fiesta con nosotros y luego mi hermano se fue a dormir a casa de IJP''.

A pesar del dolor y la vergüenza que siente, afirma: ``Si mi hermano es culpable, que pague por lo que hizo, pero que no la agarren contra nosotros, porque somos su familia. Ahora todos nos ven como bichos raros y lo que hizo él no es culpa nuestra''.

La secundaria a la que los cuatro jóvenes asistían está enclavada en las faldas de un cerro mutilado. Una especie de mirador desde donde ``los vagos'' lanzan piedras a los alumnos y maestros durante el descanso, según cuentan los mismos estudiantes.

Pero la situación más difícil se vive durante el turno de la tarde, explican los trabajadores de la secundaria. ``Los pandilleros prácticamente la rodean, vienen a molestar a las muchachas y a vender droga''.

Así lo manifiesta también el dueño de una vidriería, cuyo frente da a uno de los extremos de la escuela. Platica: ``Desde aquí veo todo, aunque no quiera. Les pasan los botes de thíner o las estopas por los hoyos de las bardas''. Enfrente mismo, dice, queman mota y nadie se atreve a decirles nada, porque uno tiene familia.

Quien habla tiene toda su vida viviendo en la colonia Palmitas, conoce a todos y sabe ``quién es quién'', según afirma. ``Yo conozco a los chavos y del único que me sorprende es del más chavillo, porque él no tiene mucho de vivir aquí, unos seis meses, quizá, y apenas se comenzaba a juntar con los otros''.

La madre del joven de 14 años renta un cuarto en una humilde vivienda que comparte con tres familias más y donde paga 200 pesos mensuales. El padre no está con ellos, pero sí hay padrastro, serio y autoritario, oaxaqueño, como muchos de la colonia.

El sábado pasado, El Güero, como le conocen a ABT, aprovechó al ausencia de su madre para acompañar a sus nuevos amigos. La casera recuerda que en la tarde llegó como borracho, asustado, pero nadie le preguntó nada''. Del estado sureño es también la familia de JJR y de RR, primos, ya que sus madres son hermanas. ``Son comerciantes las dos; venden ropa de casa en casa o en los mercados y ellas mantienen a sus familias'', narran los vecinos.

El padre de JJR es ``un borrachín que la vida se lo acabó. El mayor de sus hijos se ahogó muy joven, a los 28 años, y otro está en el reclusorio acusado de asesinato''. Además de su hermana, que está casada, JJR tiene otros tres hermanos, dos de los cuales trabajan como macheteros, están casados y viven con la madre. Desde ayer los vecinos salen a las calles y comentan la noticia. Las opiniones se dividen y algunos incluso consideran que habría que investigar a la muchacha. ``Ya ve cómo son las jovencitas ahora: se van con cualquiera y a lo mejor ella los provocó''.

Otros van más allá: ``Quién puede culpar a nuestros muchachos, si a este país se le olvida que hay jóvenes sin futuro''.