Las palabras del presidente Ernesto Zedillo en Torreón, Coahuila, en el sentido de que México superará exitosamente los problemas económicos que genere la crisis internacional -especialmente los relacionados con el derrumbe de las economías del sureste asiático y la baja en los precios del petróleo- resultan positivas y podrían contribuir a despejar las incertidumbres en materia cambiaria, bursátil y de equilibrio de las finanzas públicas del país. Sin embargo, aunque las cifras macroeconómicas y los expectativas oficiales sobre el desempeño y el crecimiento de la economía mexicana -7 por ciento en 1997- pueden sonar alentadoras para los funcionarios gubernamentales, los grandes inversionistas y los accionistas de las grandes corporaciones, millones de mexicanos enfrentan circunstancias difíciles y angustiosas para cubrir sus necesidades más elementales.
La falta de empleos, las alzas continuas de precios en los productos de consumo básico y el grave deterioro del poder adquisitivo del salario son factores que permanecen sin solución y que, pese a lo que señalen los indicadores macroeconómicos, constituyen barreras objetivas para que la recuperación económica alcance las mesas y los bolsillos de incontables familias trabajadoras.
Por sólo dar algunas cifras, según datos de la Procuraduría Federal del Consumidor, tan sólo en la primera quincena de febrero el precio del frijol a granel se elevó entre 2.75 y 4.05 por ciento y, en presentaciones al menudeo llegó a elevarse hasta 12.66 por ciento. Otros productos básicos como el arroz y la leche reportaron incrementos de precios, en algunas presentaciones, del orden de 5.56 y 3.39 por ciento, respectivamente, durante lo que va del presente mes.
Si bien algunas de estas alzas se explican por factores estacionales y por la liberalización del mercado de ciertos productos -la leche, entre ellos-, lo cierto es que los niveles salariales se encuentran muy deprimidos y los aumentos que se han otorgado, en la mayoría de los casos, no son proporcionales al deterioro del poder adquisitivo. Y si a esta situación se suma la falta de oportunidades de empleo y la carencia de servicios urbanos, sanitarios y educativos suficientes, la realidad de millones de mexicanos permanece en un estado de angustia y desesperanza creciente.
Sin una justicia social efectiva y una redistribución de la riqueza que beneficie a la población, las cifras macroeconómicas favorables tendrán muy poco significado y utilidad para la sociedad. Por el contrario, la continua reiteración de los avances de la economía mexicana, sin que éstos tengan una repercusión real en la mejora de las condiciones de vida de los mexicanos, sólo ahondarán el escepticismo y el descrédito de la ciudadanía ante las políticas oficiales.
El modelo económico vigente desde 1982 no ha hecho sino concentrar la riqueza nacional en unas pocas manos y, en contraparte, agravar la situación de pobreza y falta de oportunidades de vida digna de millones de compatriotas. Por ello, el gobierno federal debería aprovechar los resultados auspiciosos en la esfera macroeconómica para establecer medidas -salarios dignos y suficientes, generación de empleos, construcción de infraestructura básica de beneficio social, ampliación de los servicios educativos y de salud y concesión de incentivos para las pequeñas y medianas empresas, entre muchas otras- que traduzcan en beneficios concretos el anunciado crecimiento de la economía nacional y la estabilidad de sus variables principales. Sólo así será posible dar inicio a una recuperación económica cabal, entendida ésta como la mejora de los niveles de bienestar general de la población, y sentar las bases para un desarrollo social y económico justo y duradero en el país.