En tres años de gestión, el secretario de la Defensa ha pronunciado dos discursos particularmente memorables, aunque por motivos diferentes. El 19 de febrero de 1997, en la celebración del Día del Ejército, en el campo militar número 1, ante los militares de más alto rango, el Presidente de la República y el gabinete en pleno, el general Cervantes Aguirre tuvo que enfrentar y asumir públicamente la vergüenza de la institución ante la corrupción del general Gutiérrez Rebollo, evidenciada ante la luz pública un día antes. Ese fue un discurso en una situación por demás tensa, pero también emotiva. El general Cervantes Aguirre enfrentó la circunstancia y los rostros de su auditorio, con la dignidad indignada. Obviamente no le fue sencillo, ningún predecesor suyo lo había tenido que hacer. No fue el suyo, como han sido tantos otros discursos en ceremonias similares, de ocasión, de retórica y de lugares comunes; debió, en ese momento, defender a una institución agraviada, a una institución que, nadie lo duda puesto que está integrada por seres humanos, tiene manchas, pero dista mucho de ser merecedora del oprobio y el descrédito; por el contrario, es sin lugar a dudas una de las pocas instituciones militares de América que se mantiene con dignidad y que sabemos desatendió la tentación de asemejarse a los gorilas que tanto trastocaron las vidas constitucionales y democráticas en países de la región.
Ahora el 9 de febrero, hizo de nueva cuenta una enconada defensa, admirable y abierta, de las fuerzas armadas, pero también un inusitado llamado a la paz y la concordia en una clarísima alusión al problema Chiapas, ese problema, herida, drama, que hoy con mayor o menor intensidad, divide la opinión de los mexicanos. El ejército patrulla una pequeña región del país donde se declaró en lucha contra el gobierno un grupo armado. Esto es así, más allá de cualquier noble razón de ese grupo. Quizá sea desproporcionada la presencia del ejército en cuanto a efectivos, pero también es cierto que no sabemos lo que habría sido de la zona y del estado si el ejército no hubiese estado presente.
Insistentemente se ha pedido su retirada, pero con mucho menor insistencia se ha pedido que el EZLN deje las armas. ¿Quién lo debe hacer primero? Legalmente, en cualquier Estado moderno, lo debe hacer el grupo insurgente. ¿Por qué se ha prolongado la presencia del ejército en Chiapas? También por la incapacidad del gobierno para resolver el conflicto. El que obedece está llamando con vigor y con memoria a que se logre la paz, a que dialoguen las partes; está pidiendo con urgencia que se den las condiciones para que le ordenen retirarse, pero no por su bien, sino por el bien de México. Y está saliendo, por voz de su máximo jefe militar, en su propia defensa.
Quizá cuando el secretario de la Defensa preparaba su discurso vino a mente la imagen de sí mismo caminando en Querétaro, con los brazos en alto, sin dar crédito a la agresión que unas decenas de otro autollamado Frente Zapatista, lanzó contra el autobús que transportaba al gabinete. Ese hecho, que pudo haber tenido consecuencias de enorme gravedad, es muestra de una descomposición y violencia sin miedo que va en avance, y alertó contra ello.
Evidentemente hay quienes consideran retórica el discurso del general Cervantes, pero sus palabras no son usuales en un secretario de la Defensa. ¿Cómo estará viendo la situación en conjunto, qué sabe, para hacer un llamado tan urgente a la paz y la unidad? Habría que escucharlo y hacerle caso.