Abraham Nuncio
Esclarecer
Los acontecimientos recientes -muchos como para favorecer el caos y la perplejidad- requieren un ejercicio de esclarecimiento. Aquí lo intento.
Entre la masacre de 1968, el señalamiento ``informativo'' de Sergio Sarmiento involucrando a Carlos Payán como instigador del uso del Ejército contra el EZLN y el pequeño Navarone periodístico de Televisión Azteca estelarizado por Lolita de la Vega, hay nexos que no pueden soslayarse.
Se trata de hacer ver, como curándose en salud, que el Ejército Mexicano sólo se sale de sus rutinas institucionales para protagonizar actos de ayuda y beneficencia pública a los más desvalidos.
Si acudió a Tlatelolco en 1968 fue por la perfidia del secretario de Gobernación, que engañaba al presidente Gustavo Díaz Ordaz, y si allí disparó contra la multitud inerme fue en virtud de una provocación maquinada por fuerzas oscuras. Nadie informado cree eso.
Es cierto, Luis Echeverría y muchos otros funcionarios fueron cómplices, al negarse a cumplir las órdenes criminales del Presidente en funciones, pero la responsabilidad fundamental de la masacre, tal y como él mismo la asumió en su Quinto Informe de Gobierno, fue de Díaz Ordaz. En México, desde Chinameca y Huitzilac, todos los magnicidios y matanzas contra quienes suponen oposición al grupo en el poder han sido ordenados por los hombres que han ocupado la Presidencia de la República.
El 2 de octubre de 1968 el secretario de la Defensa tuvo que haber recibido la orden expresa del Presidente para movilizar a la tropa y hacer fuego a la señal convenida. En un sistema estrictamente institucional, el general Marcelino García Barragán se habría opuesto, justificadamente, a acatar esa orden. Lo demás son historietas. La verdad documentada, tal y como se busca, es improbable que aparezca. Ni siquiera si se hurgara en los archivos gubernamentales y militares, pues la propia ausencia de institucionalidad propicia la desaparición impune de documentos.
Si en Estados Unidos las toneladas de papel que acumuló el informe Warren no pudieron conducir al esclarecimiento del asesinato de John F. Kennedy, entre nosotros pretender hallar quiénes, cómo y porqué fueron los culpables de la masacre en testimonios escritos sería una labor tan ardua como quizá vana. A cambio de ello tenemos la certidumbre que nos proporciona la conciencia de los métodos de gobernar que, hasta hoy, siguen vigentes.
Para desprestigiar la autoridad moral de Carlos Payán en sus gestiones de pacificación, se le pretende hacer aparecer como consejero de la represión militar. Sergio Sarmiento no apeló al doble punto de vista, recurso mínimo de ética periodística, al ``revelar'' un diálogo que sólo se habría dado entre Payán y Carlos Salinas de Gortari. No se entiende cómo pudo respaldar su información confidencial con otras fuentes que no fueran las muy unilaterales que quiso consultar. Al mismo tiempo, son cogidos-con-las-manos-en-la-masa varios extranjeros pertenecientes a organizaciones no gubernamentales mediante una acción paraoficial, así como antes, en Acteal, se echó mano de los grupos paramilitares para no comprometer al Ejército que, de paso, aumenta su capacidad tecnológica y de fuego, ¿para propiciar el diálogo?
Hijo de una familia de militares que se hicieron en la lucha revolucionaria, me parece que el Ejército Mexicano juega un pésimo papel al no plegarse estrictamente a lo que la Constitución y las leyes secundarias le marcan, sobre todo cuando el régimen al que sirve marcha en sentido contrario de la historia que le dio origen.