La Jornada jueves 19 de febrero de 1998

Rodolfo F. Peña
Xenofobia selectiva

Es indignante que los aturdidos estrategas gubernamentales pretendan manipular a los periodistas para que los televidentes tengamos que tragarnos después tales o cuales versiones sobre lo que está aconteciendo en Chiapas. Y más indignante es que los periodistas, quienes quiera que fueren, permitan que se les manipule tan burdamente.

Pero si cabe, es más indignante todavía que la sustancia de la manipulación consista en demostrar que los indígenas en rebeldía están siendo manejados por timoneles extranjeros a los que, consiguientemente, convendría expulsar. (Ya hay en la mira alrededor de 400, de más de cuatro millares de visitantes, y el año pasado se expulsó a 200). Sin tales extranjeros lavadores de cerebros, nuestros indígenas serían tan dóciles, mansos, ignorantes y ayunos de ideas propias (o de ideas a secas) como habían parecido serlo durante los 500 años anteriores. Esa demostración se aproxima mucho a la que verdaderamente quisiera lograrse, cámara en mano: que los indígenas no son sino curiosos antropoides fácilmente manipulables, como se pensaba en la etapa histórica de la primera Colonia, y que su exterminio, por tanto, sería a lo sumo un problema ecológico.

Es posible que nuestros pretendidos colegas, reducidos frecuentemente a la condición de meras imágenes recitantes, no hayan tomado conciencia plena de la provocación, que pudo tener consecuencias funestas, a la que estaban prestándose. Y es posible también que ni ellos ni quienes realmente los enviaron, sepan que en territorio chiapaneco hay muchos extranjeros que pertenecen a organizaciones humanitarias no gubernamentales, que son simples observadores y testigos, con riesgo de ser también víctimas, y que basta esa calidad para generar nerviosismo y malestar entre quienes saben que en Chiapas están desconociendo hasta la palabra y la firma empeñadas. Para distinguir y conocer a los extranjeros que pululan por ciertas zonas permitidas por el ejército de ocupación, hay que caminar mucho, confundirse con la gente y hablar con ella, como lo hace, entre otros, Hermann Bellinghausen, reportero de este diario y quien ¡por cierto!, es mexicano.

Es muy probable que esos extranjeros sí hayan estado hablando claro y sigan contando lo que ven y oyen. Y lo que hace y dice el gobierno en Chiapas (o sea una cosa hoy, otra mañana), no es para ser contado y aplaudirle. Así que lo mejor es que los mexicanos nos entendamos entre nosotros mismos y en el silencio, un silencio que sólo rompen de cuando en siempre el castañetear de dientes, los insultos, los motores de los aviones y los disparos de las ametralladoras, como en Acteal. Para esa relación fraternal, los mexicanos que gozamos de plenitud de derechos (por decirlo así) no necesitamos testigos, y menos si hablan alemán, francés o inglés y pueden comunicarse por internet.

Por lo demás, hay que ser justos: la xenofobia del gobierno es cuidadosamente selectiva. Los extranjeros de las trasnacionales globalizadoras, que nos han hecho el favor de secuestrar a nuestra economía, y quienes los mandan y determinan desde los escritorios de las instituciones financieras foráneas, son extranjeros gratos, gratísimos, con acceso a las más encumbradas oficinas públicas y sus bocadillos. Para ellos todo honor, toda gloria y todas las reverencias. Gracias a ellos vivimos...como vivimos.

Una realidad que seguramente jamás visitará ese equipo televisivo, y que quizá sólo a medias conozcan sus instigadores, es la realidad constitucional respecto de los extranjeros. Según ésta, todo extranjero, al margen de su condición migratoria, es titular de las garantías constitucionales, con muy escasas restricciones.

Sólo el Presidente de la República tiene la facultad de expulsarlo ``inmediatamente y sin necesidad de juicio previo'', en cuyo caso no gozará de la garantía de audiencia.

Pero esta potestad no es arbitraria, puesto que el Presidente tiene que fundar su decisión en datos, hechos o circunstancias objetivos, reales o trascendentes, que la justifiquen, que indiquen sin lugar a dudas que se trata de un extranjero pernicioso o indeseable.

Por si fuera poco, el extranjero puede promover el juicio de amparo contra el acuerdo o decreto de expulsión. Así que más moderación con la xenobofia. La única forma sana y legítima de expulsar a los extranjeros de Chiapas, consiste en expulsar de nuestra vida y de nuestra conciencia un conflicto cuya solución sólo ha quedado en suspenso por la negativa del gobierno a cumplir lo que, por voluntad propia y en uso pleno de sus facultades, firmó hace dos años en San Andrés Larráinzar.