Por lo menos desde 1798, con El ensayo sobre el principio de población, de Thomas Malthus, han existido llamados angustiosos muy repetidos que advierten que el crecimiento demográfico (de tipo geométrico) atentaría sobre la disponibilidad de alimentos y sobre la renovación de los recursos naturales (que presentan un crecimiento aritmético).
Es indudable que la población ha presentado esa tendencia en los últimos 200 años y prácticamente se ha duplicado desde 1960 (pasó de 3 a 5.9 miles de millones), y se prevé que llegue a 8.5 en el año 2025 y a 10 mil millones en el 2050. Sin embargo, estas cifras esconden el hecho de que la tasa de crecimiento ha venido cayendo.
La revista The Economist, en su edición del 20 de diciembre pasado, consigna que las preocupaciones históricas por las consecuencias del crecimiento demográfico han sido muchas: a) en 1865 Stanley Jevons pronosticó el rápido agotamiento de las reservas de carbón; b) en 1914 la Oficina de Minas de Estados Unidos pronosticó que las reservas de petróleo durarían diez años; c) en 1939, y luego en 1951, el Departamento del Interior advirtió que en 13 años se acabarían las reservas petroleras estadunidenses; d) en los años 70, James Carter advirtió que en diez años se agotarían las reservas mundiales totales; e) posteriormente, el Club de Roma pronosticó escenarios semejantes para el gas natural, plata, estaño, uranio, aluminio, cobre, plomo y zinc.
La conclusión, en términos económicos, era muy clara: a medida que se fueran agotando los recursos, sus precios se elevarían mucho, indicando así el grado de escasez.
La realidad ha mostrado una tendencia exactamente opuesta: a) desde hace 20 años, 33 de 35 minerales cayeron en sus precios internacionales, y un índice compuesto de metales y minerales mostró que entre 1960 y 1996 había una reducción de sus precios de 60 por ciento en términos reales; b) desde 1961 la población mundial ha crecido al doble, mientras que la producción de alimentos lo ha hecho en 125 por ciento, por lo que los precios han caído 60 por ciento, también en términos reales; c) los precios mundiales del petróleo nuevamente han alcanzado los niveles más bajos de las últimas décadas y las reservas inexplotadas han llegado a niveles muy altos (900 mil millones de barriles), sin contar muchos yacimientos; d) los bosques europeos actualmente se han recuperado de la lluvia ácida.
Es obvio que, a la par de estas cifras estimulantes, habrá otras opuestas, particularmente para el Tercer Mundo. Los países desarrollados han logrado combinar instrumentos económicos y extraeconómicos en una política ambiental efectiva, y han tenido gran éxito, particularmente en la disminución de emisiones contaminantes del aire (óxido de nitrógeno, óxido de sulfuro), y en el control de desechos industriales y agrícolas y de aguas residuales. Por el contrario, en nuestros países las políticas ambientales no han logrado esa coordinación. En gran medida, los terribles incendios forestales de los días pasados reflejan sus graves limitaciones y, en muchos casos, sus incongruencias: los campesinos queman los pastos y los bosques porque les son antieconómicos.