Hoy en día, hablar de la República Islámica de Irán trae a la mente, de inmediato, profundos y complejos debates políticos, ideológicos y religiosos. En cambio, por razones históricas inmemoriales, hablar de Persia hace surgir un panorama de cultura y tradición. Por ello, el reciente recital de música tradicional iraní realizado en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes, bien puede comentarse y recordarse como una rica velada de exploración del espíritu poético-musical persa, y como una oportunidad para hacer algunas observaciones sobre el desarrollo cultural que ha convertido a la antigua Persia en el actual Irán, con las indispensables referencias a la polémica entre el estado religioso y la sociedad secular moderna.
El Sexteto Hallaj, protagonista de esta sesión musical, consta de dos instrumentos de cuerdas punteadas, uno de arco, percusiones, santur y una voz. A la observación evidente de que las mujeres del grupo vistieron, en efecto, el casto y pudoroso chador de colores tenues, hay que añadir el dato, ciertamente más relevante, de que la mitad de los miembros del sexteto son damas.
Como reafirmación de que la música es una vasta red de vasos comunicantes, es posible extrapolar la dotación sonora del Sexteto Hallaj para hallar sus equivalentes en otras culturas orientales e, incluso, en formaciones musicales de la Europa medieval y renacentista.
Particularmente destacada, en este sentido, la presencia del laúd que, surgido en tierras de Oriente, habría de ir a parar a las hábiles manos de John Dowland y sus contemporáneos en la Inglaterra del Renacimiento. Igualmente atractiva resultó la participación protagónica del santur, cuyos parientes pueden encontrarse en culturas diversas, con los nombres de salterio, cítara, cymbalom, santuri, koto o kayagum. Con esta dotación típica, el sexteto ofreció un recital que puede catalogarse como uno de los sucesos musicales más importantes de este año que, por lo demás, inició flojo en materia musical. La atención cuidadosa a este recital permitió algunas observaciones cuyo resultado es, de nuevo, recalcar la universalidad de ciertos gestos sonoros y culturales que a lo largo de los siglos han cruzado las fronteras geográficas e ideológicas posibles.
Así, cierto tipo de vibrato en la voz de Mohammad Ali Ghadami, aplicado a un discurso melismático sobrio y de gran poética, algunos de cuyos elementos pueden hallarse más tarde en el cante jondo. Así, también, los periodos de improvisación instrumental individual intercalados en la labor de conjunto, no muy lejanos del tradicional formato del jazz y manifestaciones similares. Pedales armónicos y bases rítmicas a manera de ostinato, y la combinación de patrones de ritmo en los que se alternan compases relativamente simples con verdaderos laberintos de movimiento, fascinantes e indescifrables para el oído occidental lego.
Uno de los problemas en este intento de describir y calibrar la bellísima música persa ejecutada por el Sexteto Hallaj radica en el contexto expresivo de las piezas cantadas. A falta del conocimiento de los textos poéticos en lengua farsi, bien podría intentar guiarme por cuestiones de color armónico, tempo, constantes rítmicas y la gestualidad del cantante. Sin embargo, caigo en la cuenta de que no puedo hacer más que aplicar a estas observaciones un análisis basado en parámetros expresivos de la música occidental; prefiero decir que me impresionó mucho la singularidad de propósito que se dio entre el vocalista y sus colegas instrumentistas, y que algunos de sus cantos me recordaron versiones muy refinadas y estilizadas de las convocatorias a la oración que, a las horas apropiadas, realizan los muezines desde los altos minaretes del mundo del Islam.
La calidad del sexteto podría hacer pensar en un grupo de músicos veteranos y de larga trayectoria; lo sorprendente es que sólo la directora, Roya Hallaj, rebasa los 40 años, y dos miembros de la orquesta no cumplen aún los 30. Considerando que este fue un recital casi sorpresivo, con poco tiempo de planeación y muy poca difusión, la asistencia del público fue numerosa. Así, hay una audiencia interesada en las músicas tradicionales de otras naciones, y no les vendría mal a nuestras autoridades culturales ofrecer con más frecuencia este tipo de sesiones musicales, en vez de traer a los mismos pianistas de siempre.
En suma, el Sexteto Hallaj recordó algo que el filósofo y místico persa Al-Gazalí dijo en siglo XII: Kitab adab al-sama' ua al-uaÿd. Extasis es el estado que sobreviene cuando se oye la música.