Racismo y xenofobia son las dos cartas que el gobierno mexicano ha decidido sacar en estos momentos para tratar de arrinconar al movimiento zapatista e incumplir su palabra empeñada en San Andrés. El destinatario normal del racismo oficial lo constituimos los pueblos indígenas, quienes --según las esferas del poder y el dinero-- somos manipulados por los extranjeros, y la xenofobia va dirigida a los extranjeros que han decidido solidarizarse con nosotros en nuestro proceso de lucha. Así, el racismo y la xenofobia van de la mano.
1. En este contexto es importante señalar que desde la constitución misma del Estado mexicano, los indígenas del país hemos tenido que cargar en nuestras espaldas el racismo. Por ejemplo, en el Acta Constitutiva de la Federación de 1824 tan sólo un artículo de la misma fue dedicada a los pueblos indígenas, cuando el 80 por ciento de la población nacional era indígena. En el artículo 13, fracción X, establecieron: ``corresponde exclusivamente al Congreso General dar leyes y decretos: [...] para arreglar el comercio con las naciones extranjeras y entre los diferentes estados de la federación y tribus de indios''.
¿Esa migaja para qué servía? ¿Por qué desde aquel entonces nos daban trato de extranjeros en nuestra propia tierra?
2. De igual forma los que elaboraron la carta magna de 1824, afirmaron tajantes: ``En todos nuestros pasos nos hemos propuesto por modelo la república feliz de los Estados Unidos del Norte''. Desde luego el modelo estadunidense fue arrasar con los pueblos indígenas ahí establecidos o, en todo caso, signar tratados que nunca fueron respetados. Esta experiencia histórica hace realidad en estos tiempos el gobierno mexicano en tierras nuestras. Por un lado la militarización y la paramilitarización de las regiones indígenas está diseñada con la finalidad de arrasar con los pueblos indígenas rebeldes, y por el otro, los acuerdos de San Andrés fueron firmados con la condición de no cumplirse, como hasta hoy está sucediendo.
3. Pero las cosas no han terminado aquí. Frente a una solidaridad internacional que está exigiendo que el gobierno mexicano cumpla su palabra empeñada, la Secretaría de Gobernación ha desenmascarado una política de xenofobia. En esta tarea algunos medios de comunicación están siendo utilizados para condenar de ``intervencionista'' a esta gente solidaria del extranjero.
Pero este odio gubernamental a los extranjeros que han decidido apoyar la causa de los pueblos indígenas de México no tiene ninguna razón de ser, por dos razones concretas:
a) Los extranjeros que se han internado en las zonas zapatistas desde 1994, han desarrollado una labor de observación y no de intervención en asuntos políticos. Observar significa mirar con atención, contemplar los hechos que ocurren. Intervenir significa tomar parte activa en un determinado asunto. Los extranjeros nunca han tomado una decisión por los pueblos indígenas. Ellos se han limitado a observar nuestra realidad cotidiana. Quien conoce la dinámica de nuestras comunidades no podrá creer nunca las infames declaraciones de Dolores de la Vega, del noticiario ``Hechos'' y de Sergio Sarmiento.
b) Técnicamente no puede manejarse la ``intervención extranjera'' como lo ha planteado la Secretaría de Gobernación. La Declaración sobre las relaciones de amistad y la cooperación entre los Estados, establece: ``Ningún Estado o grupo de Estados tienen derecho a intervenir directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo, en los asuntos internos o externos de ningún otro''. Hasta hoy se ha dado una solidaridad internacional a favor de las demandas zapatistas, pero ningún Estado ha intervenido como tal en la resolución del conflicto en el sureste mexicano. Ciertamente ha habido una gran preocupación internacional por la escalada de violencia y el aumento de la militarización. Algunos gobiernos del mundo han llamado tanto al gobierno federal como al EZLN a buscar una salida negociada. Pero no ha habido intervención.
Inventar fantasmas le ha funcionado al gobierno federal. Hace un año lo hizo con la ``balcanización'', la ``división nacional'' y la ``desintegración territorial'' para desacreditar la propuesta de reformas de la Cocopa. Hoy lo hace con el racismo y la xenofobia. Con ello, se muestra su verdadero rostro y se evidencia la opción que nunca ha abandonado: la salida militar.