Luis González Souza
¿Globalización tullida?

Bonito chiste. Primero nos bombardearon, día y noche, con la idea de que todo mundo debe adecuarse a la sacrosanta globalización: fin de las fronteras nacionales, reinado de lo internacional. Y ahora resulta que la única globalización permitida es la del mercado y los dineros. No así, su única o más valiosa dimensión: la globalización de las ideas y los valores, de los anhelos y las demandas, de las luchas y las solidaridades, en fin, la globalización del amor y de la esperanza en un mundo mejor, humano.

Ahora resulta que los extranjeros en Chiapas son los instigadores de la guerra y, por lo tanto, el enemigo mayor de México. El chiste se transforma en insultante burla al enterarnos de que los dirigentes de esta cruzada ``nacionalista'' son, ni más ni menos, quienes no han tenido empacho alguno en globalizar a México al punto de hipotecarlo y rehipotecarlo a favor de minoritarios intereses extranjeros, eso sí, ubicados en el corazón del mercado de capitales y mercancias. Y son, también, quienes no sólo provocaron la guerra en Chiapas sino que se niegan a terminarla.

Cuando México tenía una política exterior digna, todo mundo supo de su solidaridad con luchas libertarias en muchísimas otras naciones: lo mismo Etiopía y Palestina que Guatemala, Cuba, Chile, El Salvador o Nicaragua. Vaya, para no ir más lejos, basta recordar la solidaridad con la propia República española, que es un singular triunfo de la generosidad sobre el rencor mismo.

¿A qué lúcida mente, entonces, se le ocurre que un pueblo con tradiciones de solidaridad tan arraigadas como las del mexicano, podrá tragarse la píldora de que esa solidaridad sólo vale de México hacia otras naciones y no al revés? ¿A qué despistada cabeza le sorprende que muchos extranjeros, con un elemental sentido de reciprocidad, ahora quieran evitar el despedazamiento guerrerista de nuestro país?

Mucho antes que la ahora famosa globalización del mercado, la historia registra la globalización de los derechos humanos. Para no remontarnos hasta el estoicismo de la Grecia Antigua o al Bill of Rights de la revolución inglesa (1688) o a la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, fruto de la revolución francesa de 1789, sólo recordemos que todas las naciones, incluida México, avalaron en 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos auspiciada por la Organización de las Naciones Unidas.

No es ocioso subrayar el alcance universal de esa Declaración. Significa que la protección de los derechos humanos en todos los rincones del globo terráqueo es un asunto que incumbe, legalmente, a toda la humanidad.

¿En qué ilegal cerebro, entonces, cabe la pretensión de prohibir que los extranjeros vengan a observar cómo se violan los derechos humanos en México? ¿En qué premoderna cabeza, o cínica si se prefiere, cabe la desfachatez de escudarse en una soberanía tan vieja como cerrada, para decir: el pueblo mexicano es de mi jurisdicción y, por ende, yo-Estado puedo violar sus derechos humanos como soberanamente me dé la gana,sin permitir ninguna antisoberana intromisión de metiches extranjeros?

Por último, ¿qué ignorante inteligencia no se ha percatado de que la raíz del conflicto en Chiapas se resume en una abierta violación de los derechos humanos en todas y cada una de sus tres generaciones: civiles y políticos; económicos, sociales y culturales; y derechos ``de solidaridad'', destacadamente el derecho a la ``libre determinación de los pueblos'', en este caso los pueblos indios, así como el derecho a ``disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales'' (artículo 1 de los dos Pactos Internacionales más importantes en la materia)?

Por todo ello es que hay muchos extranjeros en Chiapas. Y si su presencia no se ajusta a las leyes mexicanas... peor para éstas. Habrá que modernizarlas de tal modo que se adecuen tanto el derecho internacional como a la dimensión humanista de la globalización. Es decir, la dimensión que más interesa, no sólo a la mayoría de los mexicanos sino a la mayoría de la humanidad: la globalización de la ética.

Si dicen que la globalización del mercado es imparable, con mayor razón lo es la globalización del amor y la solidaridad. ¿En qué tullida mente cabe, pues, la idea de que expulsando a los extranjeros de Chiapas se avanzará hacia la paz y hacia la reconstrucción de la imagen internacional de México, de por sí maltrecha por culpa de los nuevos ``nacionalistas'' y guerreristas?