La Jornada domingo 22 de febrero de 1998

ULTIMA LLAMADA ANTES DE LA GUERRA

Todo parece preparado para imponerle al mundo una nueva matanza en Irak. La alternativa a la misma --el control de los palacios presidenciales, que parecen ``inocuos'', según los observadores-- sería precisamente abrir dichos palacios al personal de Naciones Unidas y a los diplomáticos de los países que integran el Consejo de Seguridad de las mismas (o sea, a franceses, chinos y rusos, que se oponen a la guerra, más estadunidenses y británicos, que la promueven a cualquier costo), pero no es seguro que Washington la acepte incluso en el caso de que lo haga el gobierno iraquí.

Estados Unidos habla de una ``operación quirúrgica'' con sus bombas ``inteligentes'', capaces, supuestamente, de golpear el blanco elegido sin dañar demasiado los alrededores del mismo, pero la experiencia de la guerra anterior ha demostrado que la selección de los objetivos no es segura y , para colmo, el comandante de las fuerzas aéreas estadunidenses declaró que no saben cuáles blancos atacar, de modo que lo más probable será el lanzamiento de bombas al azar, en la capital de Irak, con alto costo en vidas humanas no beligerantes. Incluso, se habla de tres olas de bombardeos durante una semana, técnica que ex responsables del Pentágono y de la Defensa y Seguridad de Estados Unidos califican de ineficaz, a pesar de su costo y de su espectacularidad.

En realidad, el objetivo declarado de eliminar la posibilidad de que Irak fabrique armas químicas y bacteriológicas es un pretexto e, incluso, la destrucción de los depósitos de tales terribles instrumentos de guerra sin duda diseminaría esos agentes nocivos por todo el Cercano Oriente. Lo que en cambio se busca, fundamentalmente, es un ataque terrorista para romper las veleidades de independencia de Irak y de Irán, su vecino y potencial aliado en el Golfo contra el bloqueo de Estados Unidos, aplastar moralmente a todos los pueblos árabes y servir los intereses de las grandes empresas petroleras occidentales, que quieren reducir la sobreabundancia de hidrocarburos en un mercado mundial poco reactivo y, con ello, elevar sus ganancias. Lo que se intenta, además, es obligar a rusos, europeos occidentales y japoneses a reconocer que la zona del Golfo es un coto cerrado de Washington y a depender aún más de Estados Unidos o a perder posiciones en el campo de la competencia económica. Por eso se quiere bombardear la capital de Irak, y no sólo no se descarta la posibilidad de provocar muchas muertes entre la población civil sino que, por el contrario, por razones políticas, se desea ese resultado que se quiere sea ejemplarizador.

Estados Unidos pasa por alto el derecho de gentes, la legalidad internacional, las consideraciones humanitarias más elementales, el derecho de autodeterminación de los pueblos y, conscientemente, al preparar una guerra contra Irak, suelda el destino del país con el de Saddam Hussein so pretexto de separarlo y de hacer caer al presidente iraquí, al cual el ataque extranjero convierte en un héroe nacional o en uno más en un pueblo de mártires. Ni siquiera se puede hablar de un terrible error político al analizar la preparación de esta guerra bárbara, pues Washington necesita un ``enemigo'' para poder demostrar al mundo su fuerza bélica y, también, para aceitar su economía mediante los gastos militares y probar sus tecno- logías bélicas, que tienen importantes derramas innovativas en la producción y, por lo tanto, en la competencia con las otras grandes potencias que se oponen a la guerra pero sin poder impedirla.

La fría brutalidad de la decisión de lanzar la guerra, incluso a costa del aumento de la resistencia interna en Estados Unidos y del odio de la mayoría de las poblaciones orientales hacia ese país, no puede desvincularse de la grave situación económica mundial y, en particular, de la crisis en Asia, región a la que pertenecen Irak e Irán y la mayoría de los países islámicos. Sólo la guerra, la fuerza militar, las matanzas pueden imponer una política que por un lado destruye seres humanos, bienes y capitales y, por el otro, concentra como nunca el poder y la riqueza, reduciendo al máximo y por doquier los márgenes de democracia y generando violencia y dictadura.

Es aberrante la decisión de imponer al pueblo estadunidense y al mundo una guerra contra un pequeño país que no constituye, de manera alguna, una amenaza contra quien tiene la hegemonía en el campo militar. Es igualmente aberrante que el mundo deba asistir impotente a la destrucción, en las pantallas y a la vista de todos, no sólo de cientos de miles de víctimas potenciales, sino también de los valores básicos de la civilización. Quien no formule su no decidido a la guerra colonial no merece ser considerado civilizado.