El gusto por los libros ha existido en esta ciudad a lo largo de toda su historia. Hay que recordar el respeto y agrado que se tenía en la metrópoli azteca por sus bellos escritos, que hablaban de todas las materias; ``flores'', les llamaban a las palabras poéticas que plasmaban en bellos dibujos coloridos. Estos tesoros fueron destruidos casi en su totalidad por los españoles, particularmente por los religiosos, que veían en ellos el símbolo del demonio y la herejía.
Al fundarse la capital de la Nueva España, desde sus inicios comenzó el comercio de libros. Comerciantes visionarios los traían entre sus mercancías y regresaban con encargos especiales. También el clero fue gran consumidor, como medio para apoyar la evangelización y también para el propio placer. Los libreros y compradores debían tener cuidado con la Santa Inquisición, que con frecuencia ponía en problemas a honrados ciudadanos por la ``herejía'' de tener libros prohibidos.
En su delicioso libro Historia de las librerías de la ciudad de México, Juana Zahar nos cuenta cómo en el siglo XVI algunos establecimientos vendían los tesoros de papel junto con víveres, ropa y variada mercancía; también era frecuente su venta en los mercados.
En la siguiente centuria comienzan a proliferar las casas impresoras, que expenden directamente sus libros, y surge el término librería, aunque se continúan vendiendo en las tiendas y almacenes. Los dueños de las imprentas se autodenominan ``mercaderes de libros'' y así lo consignan en las portadas de sus ediciones. No obstante, continúa la importación de volúmenes, principalmente de España. En el siglo XVIII también se compran libros en los conventos, las sacristías de las iglesias y en el Colegio de San Ildefonso.
Hasta principios de este siglo las librerías e imprentas se encuentran en lo que ahora llamamos centro histórico; predominaban en los alrededores del Zócalo, en las calles de la Monterilla (5 de febrero), el Empedradillo (Monte de Piedad), San Francisco (Madero), Acequia Real (Corregidora), Tacuba y las primeras calles de 5 de Mayo, que llegaban hasta Bolívar, en donde se encontraba el célebre Teatro Nacional.
A fines del siglo XIX fue famoso el Portal del Aguila de Oro, ubicado en donde ahora se encuentra la Casa Boker, hasta la actual calle de Motolinía. Increíblemente en ese tramo aún subsiste la Antigua Casa Murguía, en bella residencia decimonónica de cantera rosada, decorada con bustos de Gutemberg y Senefelder, inventor de la litografía. Aquí se encontraban varios de los mejores establecimientos libreros, además de los de ``viejo''. Ello propiciaba que se organizaran agradables tertulias a las que asistían intelectuales y bohemios.
Este sabroso ``paseo'' ahora se repite en el pasaje Zócalo-Pino Suárez del Metro, en donde se reunieron más de 100 editoriales en 41 modernas y luminosas librerías, que ofrecen cualquier título que se quiera y, de pilón, hay música y películas. A partir del jueves próximo habrá promociones especiales, que incluyen regalo de libros, pues ya cumple un año de exitosa vida.
Allí se encuentra la sucursal de la librería Pórtico de la Ciudad de México, especializada en la capital. Tiene a la venta todas las publicaciones que ha hecho el gobierno de la ciudad a lo largo de varios años, así como el número más reciente de la gaceta del Consejo de la Crónica, que ahora habla de los barrios de la delegación Benito Juárez, y además dos excelentes artículos de José Luis Martínez y Andrés Henestrosa, respectivamente, y como coronita de oro, Arnaldo Coen ilustra la portada.
Otro atractivo de esta librería es que vende los Planos Oficiales de Usos de Suelo, material indispensable para todos los que quieren construir o modificar algo en la ciudad. Para los interesados en la historia se encuentra la interesante Gaceta CEHIPO, que publica el Centro de Estudios Históricos del Porfiriato, que por cierto en su sede de Playa Lorena 116, en Ixtapalapa, cuenta con una vasta y bien organizada biblioteca sobre el tema, que su talentoso director Ricardo Orozco Ríos abre al público con generosidad.
Otro atractivo de visitar el pasaje de libros es la cercanía del restaurante La Rinconada, ubicado en una bella casona del siglo XVI en la Plaza de Jesús, avenida Pino Suárez, frente al soberbio Palacio de los Condes de Santiago Calimaya, hoy Museo de la Ciudad de México. Para chuparse los dedos las pacholas mixtecas y el chile ancho relleno de jaiba.