La Jornada 22 de febrero de 1998

MAR DE HISTORIAS Ť Cristina Pacheco
Manzanas al horno

Regina baja del autobús y desdobla el periódico. Sonríe al ver el anuncio que aisló en un círculo rojo: ``Casa sola. Dos pisos, tres recámaras, patio, garaje y jardín. Interesados llamar...''

Regina marcó el número esa mañana.

Faltan más de treinta minutos para la cita con la administradora. Regina da un vistazo a la calle y descubre un café de chinos. Desde su época de estudiante no ha visitado ninguno. Decide entrar y se sienta a la única mesa vacía. En las demás hay parejas silenciosas y hombres que leen el periódico en la misma sección que ella consultó horas antes.

La coincidencia hace que Regina simpatice con los desconocidos. Buscan empleo, yo casa. Interrumpe su reflexión. Sabe que más allá de la última palabra está su familia hecha, su vida regular, el condominio del que saldrá sólo cuando la lleven al cementerio. Es injusto pensar en eso ahora. Después de todo no fue fácil decidirse a la escapatoria que es casi una infidelidad. Asustada, se vuelve hacia la puerta. ¿Qué dirían Braulio y sus hijas si la vieran sentada en un café de chinos y con un periódico abierto en la página de alguileres, traspasos y venta de inmuebles? Pues que está loca, histérica o sufre las consecuencias de la edad.

Regina no descarta que todos esos factores hayan contribuido a lanzarla en una aventura inútil; pero hubo un elemento decisivo: la conversación en la sobremesa de anoche. Ella regresaba de la cocina con los platos para las manzanas al horno cuando oyó decir a su cuñado Ezequiel:

-Hicieron muy bien en comprar este condominio porque ahorita están carísimos.

Regina aseguró qe de no haber sido por su terquedad su esposo jamás se habría animado a adquirirlo. Aída aprovechó para repetir su teoría:

-Los señores son medio indecisos. Nosotros somos mucho más decididos.

-O más irresponsables -aseguró Ezequiel.

Regina consideró que ese intercambio de razones entre Aída y Ezequiel podría terminar, como otras veces, en discusión. No deseaba que eso ocurriera justo cuando iba a servir su especialidad: manzanas al horno. Al cabo de años de prepararlas había logrado que tuvieran el mismo sabor, cosa que le permitía oír también los mismos elogios.

Cuando los escuchó, tuvo la sensación de que estaban en febrero de 1976, la noche en que inauguraron el condominio cuya última letra acaban de pagar. Ese había sido el motivo de la celebración con Ezequiel y Aída. Luego se le ocurrió que tal vez en el 2016 seguirían sentados a la mesa, comiendo sus manzanas al horno, mientras hablaban de lo mismo. La idea la deprimió.

-¿En qué piensas? -preguntó Braulio. Regina apenas tuvo tiempo de ocultar sus imaginaciones:

-En que se me hace que les faltó miel a las manzanas.

-Estás loca. Te salieron como siempre: riquísimas.

Achispado por el brandy, Braulio elogió las habilidades culinarias de su esposa y su buen gusto para hacer del condominio un paraíso lleno de colgaderas de macramé y reproducciones de cuadros famosos. Después se levantó y trajo de la recámara la última adquisición: un desnudo de Modigliani.

-Quiere ponerlo sobre la cabecera. ¿No está padre?

Esequiel levantó las cejas e intercambió una mirada maliciosa con Braulio, que le correspondió sirviéndole otra copa de brandy.

-El jueves. El condominio ya es nuestro. De aquí no saldremos sino muertos: derechito al panteón y sin escalas -dijo Braulio.

-Ay mi amor, no digas eso: siento feo

-comentó Regina, agobiada por el peso de una frase que la inmovilizaba en su vida, en su condominio, en sus manzanas.

-¿Por qué? Es la verdad. A estas alturas, y con la situación como está, ni soñar en irnos a otra parte.

-Pues yo todavía tengo esperanzas de que compremos una casa sola -confesó Regina.

-Estás loca. Además ¿para qué necesitamos una casa sola? Tus hijas no tardan en irse, ya casi ni las vemos: nunca están aquí.

-Fueron al concierto.

-¿Que antier no fueron a otro?

-Ay Braulio, están en la edad. Acuérdate: cuando se es joven se antoja andar de aquí para allá. Después lo que no quiere uno es moverse -Aída hizo un gesto de abandono.

Regina prestó poca atención al resto de la charla. Ezequiel le puso punto final con un bostezo y una palmadita en el hombro de Aída:

-Vámonos, chaparra, ya es tarde.

Los cuatro bajaron al estacionamiento y allí ocurrió lo de siempre: Ezequiel dijo que la próxima reunión sería en su casa y Aída elogió de nuevo las manzanas al horno. Cuando subían a su departamento, Regina comentó:

-Son muy angostas.

-¿Qué cosa?

-Las escaleras-. Regina se alegró de comprender que Braulio no estaba prestándole atención porque así no tendría que confesar los pensamientos que siguieron intranquilizándola el resto de la noche. En medio de su insomnio recordó el comentario de Braulio: ``De aquí ya nada más saldremos derechito al cementerio y sin escalas''. Pensó otra vez en las escaleras estrechas y rió en silencio al imaginar las dificultades que tendrían los empleados de la funeraria cuando quisieran bajarla de su condominio, metida en una bolsa de plástico, rumbo al sepulcro.

A la mañana siguiente, se encontró a solas con los restos de la cena y las tazas del desayuno y descubrió el periódico que Braulio había dejado sobre la mesa. Al ordenar las secciones cayó al suelo El aviso oportuno. Lo levantó, miró la columna de venta, alquiler y traspaso de inmuebles. Pensó que por el resto de su vida leer esos anuncios sería inútil. Aún así quedó atrapada en un recuadro: ``En venta. Casa sola. Dos pisos, tres recámaras. Garaje, patio y jardín''.

Guiada por un impulso irrefrenable, marcó el número. Contra lo que imaginaba obtuvo respuesta inmediata y sin dudarlo aceptó una cita para las doce. Eran las nueve. Tenía tiempo suficiente para ordenar la casa, arreglarse y salir; también para arrepentirse. No lo hizo. Media hora antes de la cita se vio sentada a la mesa de un café de chinos, de donde salió para dirigirse a la casa de venta.

Un letrero -Se vende- cubre las ventanas del segundo piso. Regina siente la necesidad de mirar la calle desde allí. Minutos después, bajo la observación de una mujer desconfiada, colma su deseo. Luego estudia la cocina, recorre el jardín y sube a las recámaras. En la principal se demora buscando el sitio adecuado para su Modigliani.

Sabe que está viviendo una ficción pero se resiste a salir de ella. Se detiene en el corredor asegurando que es perfecta para nosotros cuatro. Pide el nombre y el teléfono del propietario, dice que convencerá a su esposo para que cuanto antes vayan a negociar las condiciones de venta.

-Tráigalo. Le aseguro que al verla se enamorará de la casa y ya no querrá salir de aquí más que cuando lo lleven al cementerio -dice la administradora.

La frase expulsa a Regina de su sueño. Entre palabras amables se encamina hacia las escaleras. Son muy angostas, piensa mientras desciende hacia su realidad.