La Jornada Semanal, 22 de febrero de 1998
Corazón de venado es un libro de fotografías de Pablo Ortiz Monasterio sobre el uso ritual del peyote entre los huicholes de la Sierra Madre Occidental. En este texto, Carlos Montemayor no se limita a celebrar la aparición del libro, sino que reflexiona sobre las costumbres religiosas y la vida espiritual de las etnias de México.
El indio mexicano posee este conocimiento milenario: el planeta no es algo inerte, inanimado, sino un ser viviente. Esa capacidad de vida se manifiesta como una integración poderosa de entidades que desde lo invisible sostienen lo que es visible. En el pensamiento religioso de Occidente el cielo, el purgatorio, el limbo, el infierno, son ``ámbitos'' sagrados que no están unidos a lo que vemos. Entre los pueblos indígenas de México, en cambio, se conjugan estrechamente las entidades sagradas invisibles con la vitalidad del mundo. Las entidades conviven con el ser humano, con los pueblos. El indio mexicano sabe ver, distinguir en el espacio visible, el pulso invisible que late y da vida al mundo.
Entre estas entidades hay ciertas fuerzas poderosas que parecen poseer la respuesta a todo lo que alienta en el corazón humano. Son entidades más allá de la lluvia, los ríos o el mar, más allá de las grutas, montañas o selvas; son entidades que se individualizan como manifestaciones del dios de quien provienen pueblos enteros o del que nace la conciencia que de sí mismos tienen los pueblos. A veces las entidades así individualizadas son reconocidas fielmente en una sola región; otras veces se extienden por la continuidad cultural y geográfica de Mesoamérica; otras más, se adentran en los territorios del norte de México, en culturas indígenas distintas. La serpiente es un profundo símbolo y una poderosa entidad en ciertas regiones mesoamericanas. En otras lo es el venado. En casi todas lo es el maíz: divinidad sustentadora de la vida.
Hay además en la religiosidad del México indígena una devota relación con ciertas plantas narcóticas. Estas plantas piensan, hablan, enseñan, se comunican. Tienen ``alma''. No pueden estar al servicio de caprichos o aventuras psíquicas de los hombres. Son guías, puertas sagradas que se reverencian y cumplen con la misión de curar y de ayudar al crecimiento espiritual que los pueblos indígenas necesitan para cooperar en la conservación de la vida, en la conservación del mundo.
El tabaco es una de ellas. Para algunos mayas el humo del tabaco hace recordar al hombre sabio, ayuda a que los pensamientos profundos salgan a la luz; por ello lo fuman en ceremonias de curación. Otros mayas lo trituran, lo mezclan con ciertas sustancias y lo mastican; saben que así establecen un contacto permanente con el mundo invisible y que podrán resistir largas caminatas y atravesar selvas, montañas, lugares desolados o peligrosos.
Entre los mazatecos de Oaxaca, los hongos alucinógenos son la divinidad poderosa e inefable; exigen una profunda pureza del que se acerque a ellos como sacerdote, curandero, paciente o aprendiz. Un largo recorrido espiritual se requiere para conocerlos.
Otra planta sagrada es la mariguana. Son múltiples sus sentidos y empleo. Entre los tepehuas de Veracruz se le llama Santa Rosa y es considerada madre del maíz; aunque fue su madre, abandona al niño maíz, que se convertirá en dueño de las entidades de la lluvia y del trueno, en amo de las serpientes de la tierra y de la lluvia y protector de su madre misma; aquí el niño maíz tiene por padre a una entidad que se transforma en venado.
También el peyote es sagrado. Su devoción se extiende fuera de la órbita milenaria de Mesoamérica, en el norte y occidente de México, en particular entre dos pueblos emparentados: los tarahumaras y los huicholes. Los tarahumaras lo consideran hermano de Dios y cuentan que cuando se fortaleció el alma del hombre recién creado, éste caminó a Umarique, lugar por donde sale el sol, y se encontró con el peyote o Híkuri que ahí habitaba. ``Por el alma fuerte del tarahumara'', dicen. Este fortalecimiento es esencial en la formación del sacerdote indígena, para que un tarahumara llegue a convertirse en Sipame o un huichol en mara'akame. Estamos ante una experiencia interior que no puede ser comprendida con otra mentalidad religiosa.
Porque toda religión supone caminos espirituales para el surgimiento de vocaciones sacerdotales. Si despojáramos de sus valores culturales al fraile agustino o franciscano, al jesuita o el metodista, al monje budista o al rabino, sus ayunos, confesiones, sueños, martirios, vocaciones, luchas interiores, atavíos, unciones, certidumbres de haber sido llamados para un destino u otro, no significarían nada más que ingenuidad, superstición o delirio. Paralelamente, si descalificáramos el universo cultural, que es profundo y complejo, de los grandes sacerdotes tarahumaras o huicholes, su sabiduría interior podría ser solamente tenida por ensueño o engaño.
Pues bien, al profundo universo sagrado de los huicholes se refiere la colección fotográfica, sorprendente y magnífica, de Pablo Ortiz Monasterio, Corazón de venado. Es una serie que no muestra la vida cotidiana de los huicholes sino su principal ceremonia ritual. Corazón de venado es un símbolo que enlaza, como distintas facetas de una sola divinidad, como distintos rostros de una misma fuerza espiritual y vivificante, al venado, al peyote y al maíz. Un venado celestial, Káuyúmari, fecunda con su sangre la tierra donde nace el maíz o Hikú; de su propia sangre el venado celestial renace, resucita, dando vida. El corazón del que mana su sangre, el corazón que sostiene y alienta la vida del Hikú o maíz (y que por ello sostiene y alienta la vida del huichol), también es Híkuri, el peyote. Por ese corazón se mide la vida de cada año y de cada sacerdote. Los pueblos huicholes emprenden la cacería del venado o marra para ofrendarlo a la madre tierra, a la Tatei Yurienaka, donde el corazón renacerá como Híkuri y como vivificante maíz o Hikú. Por eso cazan al venado y al peyote, para ayudar al mundo. De ambos corazones del venado celeste renacerá cada año el hombre, la mujer, el niño huichol.
Las sorprendentes, vívidas, cercanas fotografías de Pablo Ortiz Monasterio registran un peregrinaje sagrado: el viaje desde las montañas de Jalisco y Nayarit, donde viven las comunidades huicholas, hasta la sierra del Real de Catorce, en San Luis Potosí. En este peregrinaje por el desierto, por Wirikuta, los sacerdotes huicholes van recolectando del suelo, devotamente, los corazones sagrados de peyote. Esta recolección es otra ``cacería del venado''. Por ello a la Fiesta de Peregrinación o Páriyatsié yeyá le llaman también Iweiyarí, ``La caza''. En la fiesta ritual se funden las dos cacerías, la de Híkuri y la de Marra, el venado sacrificado. Esta conjunción sagrada es también una faceta mágica del maíz o Hikú: por un lado, es el venado celeste, por otro, el corazón de ese venado sagrado, el Híkuri.
He dicho que el venado celeste tiene un nombre: Káuyúmari. La memoria de los huicholes conserva muchos relatos suyos, muchos cantos. En ellos Káuyúmari aparece también como un verdadero sacerdote huichol, un mara'akame. Por ello los relatos de Káuyúmari son el espejo del verdadero huichol, el espejo de su desarrollo espiritual. El alma del peyote es para conocer lo verdadero, para convertirse en un sacerdote que no engaña, que no pueda ser vencido por ningún engaño.
Uno de los grandes relatos de Káuyúmari es por eso su lucha contra una planta engañosa, otra planta narcótica llamada ``çrbol del viento'' o Kiéri Téwiyari. Durante esta lucha se evidencia que la formación del mara'akame es muy minuciosa: se prolonga por cinco años y exige seis peregrinaciones por el desierto. En esta lucha Káuyúmari actúa como un mara'akame y en su crítica contra Kiéri Téwiyari describe los ritos, danzas, la ingestión de la planta narcótica y sus efectos nocivos:
Los toma, los agarra, los muerde, los hace perder el dominio de ellos
mismos. Anda cantando, gritando... anda tocando el tambor, anda
engañándolos. Así es él.
Káuyúmari lo vence disparándole con el arco cinco flechas, no seis, para recalcar que se le elimina de los puntos cardinales y del cielo, pero no de la tierra, por lo cual se relaciona particularmente con los reptiles. Cada vez que una flecha lo hiere, el ``çrbol del viento'' vomita cosas venenosas que intoxican a Káuyúmari, que empieza ``a ahogarse, a toser''. Pero él, como verdadero mara'akame, se aplica peyote molido en las manos, la boca, la cara, y deja de ahogarse, porque el peyote es más poderoso que el ``çrbol del viento''. Káuyúmari, pues, lo vence, y su contrincante:
Viajó a un risco para crecer allí, para ser transformado en
çrbol. Porque Nuestro Abuelo y Nuestro Padre no lo admitirán en
ninguna parte. ``Eres malo. ¡Por eso te quedas aquí en este mundo!''
Llegó al risco y allí cayó su alma, cayó como una piedra. Allí se
transformó en çrbol que empezó a crecer, a crecer para arriba, hasta
llegar al quinto nivel; un árbol con cinco ramas. Entonces el viento
sintió compasión; le sopló por acá y por allá, en los cinco lados. Le
dijo: ``Allá, en esos campos, allá está verde, allá puedes
crecer.''
El relato señala, significativamente, que los brujos del ``çrbol del viento'' son personas que no completaron su formación como sacerdote huichol o mara'akame:
Y por eso algunos que no alcanzaron la última etapa, que no cumplieron sus promesas, se convierten en mentirosos, en engañadores... Entonces se hacen brujos... Para el mara'akame que es un verdadero huichol, no hay más que el Híkuri, el peyote. El mara'akame no tiene nada que ver con Kiéri. El peyote es el corazón, el corazón del venado, el corazón del maíz. Es ambos, es el venado y es el maíz. Es nuestra vida. Tiene más poder. El hermano mayor Káuyúmari mató a Kiéri Téwiyari, aquella persona ``çrbol del viento''. Luchó contra él con el peyote. No pudo resistir. Sólo el mara'akame puede deshacer a uno que ha sido atrapado por Kiéri. Sólo el mara'akame sabeÉ Así es, como yo te lo he dicho.
Posiblemente se designa como Kiéri a la datura mateioides, un alucinógeno popularmente llamado en México toloache, considerado sagrado entre los zuñis y los hopis del suroeste de Estados Unidos y que emplean en sus diseños, confundidos éstos a menudo con la estilización de la flor de calabaza.
En 1994, en una entrevista, Pablo Ortiz Monasterio refirió que fue a Wirikuta durante varios años. En cierta ocasión, preguntó a un huichol por qué habían escogido como emplazamiento sagrado de su peregrinaje ese sitio rodeado de montañas en San Luis Potosí. El huichol contestó: ``Nosotros no lo escogimos, él nos escogió.''
En efecto, los huicholes son un pueblo elegido.