La Jornada Semanal, 22 de febrero de 1998
En un local de mi barrio
colocaron la fotografía mural
de una
joven desnuda,
en su carne la luz del mediodía,
en sus ojos y su
boca, la invitación al viaje.
Entreabría una persiana
que le
develaba el rostro
y detrás, en penumbras, sus turgencias.
La
publicidad rezaba:
``Deja que te vean.''
Era como una
instrucción para el pasante,
la oración de nosotros a la
diosa.
Al quebrar el negocio
se llevaron los muebles, los
teléfonos
y los demás tesoros.
La dejaron a ella.
Durante
varios, demasiados meses,
el día era mejor al saludarla
y el
obrero que volvía
por la calle empinada,
frente a esa
imagen
burlaba su cansancio.
Bajo la lluvia o ante el
viento
ella nos observaba
sin otro vestido que sus pocos
años.
Una mañana,
su rostro amaneció mutilado;
en sus
hombros, la cicatriz de las palabras
que acompañan en vómito a la
muerte.
Primero pensamos
que la sombra obtenía una nueva
victoria,
avivada su sed por nuestra rabia.
Y luego agradecimos
el milagro
de haber tenido a esa muchacha entre nosotros,
limpia
y desnuda,
como fue la ciudad edificada
sobre andamios de música
perpetua.
El caracol se mueve
Con el puerco espín. El puerco espín
No hacemos daño.
El puerco espín no ofrece
Nos olvidamos del dios
Como un Hovercraft,
Sostenido por el
colchón de hule
De su ser, y comparte su secreto
No comparte con nadie su
secreto.
Le decimos: Puerco espin, sal
De ti mismo y te
amaremos.
Sólo queremos escuchar
Lo que tú tienes que
decir. Queremos
Tus respuestas a nuestras preguntas.
Nada, se guarda para sí.
Nos
preguntamos qué tendrá que esconder
Un puerco espín, por qué su
falta de fe.
Bajo su corona de espinas.
Olvidamos que
nunca más
Un dios tendrá fe en el mundo.
Viene a la mente como otra agitación
entre la escollera.
Su ojo
casa perfectamente
con la burbuja de mi nivel.
Dispongo martillo
y cincel
y lo pongo en la paleta.
La población total de Irlanda
surge de una pareja que se
quedó
toda la noche en un estanque,
en los jardines de Trinity
College,
dos botellas de vino enfriándose ahí
después del Acto
de Unión.
Hay, desde luego, una moraleja
en esta historia. Una moraleja
actual.
¿Qué tal si me lo pusiera en la cabeza
y la exprimiera
de su ser,
como el jugo fresco de limones,
o un sorbete de
limón?