A propósito del Consistorio, resulta sorprendente que en la Iglesia católica existan 165 cardenales, de los cuales 57 son europeos y 13 norteamericanos (el 56.8 por ciento en total). Mientras que América Latina, con casi la mitad de los católicos en el mundo, apenas tenga 24 cardenales (el 19.5 por ciento). Es claro aún el predominio noratlántico de los príncipes del catolicismo y la fragilidad del tercer mundo, aun en el plano religioso. Por tal motivo, el nombramiento de Norberto Rivera como cardenal merece un comentario especial, porque se trata de la confirmación vaticana a un nuevo tipo de liderazgo religioso y a los cambios que se vienen operando hace más de seis años en la jerarquía mexicana. Ante los moderados cardenales como Darío Miranda (1956-1977), Ernesto Corripio (1977-1995) y Adolfo Suárez de Monterrey, tanto Juan Sandoval Iñiguez como el propio Norberto Rivera son más osados y en algunos momentos imprudentes. Este es uno de los nuevos sellos de los cardenales que gobernarán la Iglesia mexicana en los primeros decenios del siglo XXI.
Los orígenes de Norberto Rivera son contrastantes, del ambiente rural y tradicional de La Purísima, Durango, vivido en la niñez, a las aperturas conciliares, al mundo moderno que testificó durante su paso por la Universidad Gregoriana de Roma en los turbulentos años 60. Esos mismos contrastes los vive de cerca cuando dialoga y se enfrenta con la cultura moderna y secular del México contemporáneo. El cardenal Rivera es hijo de la era wojtyliana; en él se condensan una actitud de intransigencia social y una postura integralista, en términos de valores morales y sociales. Es decir, en ciertos momentos encontramos a un Norberto criticando la pobreza, a la política económica neoliberal, o masticando la desobediencia civil y en otros combatiendo el aborto, el uso del condón y enfrentando los fundamentos de la cultura moderna. En su prédica, la única salvación de nuestra decadente sociedad es recuperar los valores cristianos.
En otras palabras, no encontramos ninguna novedad ni particularidad tanto en su pensamiento social y doctrinal como en el terreno de la acción, porque el nuevo cardenal sigue los derroteros de la ortodoxia establecida por el Vaticano. Por ello es nombrado cardenal, porque pertenece a la tradición de un catolicismo de sabor tomista, que no se resignaba a recluirse en lo espiritual y para el que las dimensiones social y política son inherentes a su quehacer pastoral. El catolicismo, como cualquier religión, contiene en sus entrañas formas específicas de historicidad y de organización social.
Desde la toma de posesión, el 26 de julio de 1996, como XXXIV arzobispo de México, monseñor Norberto Rivera Carrera ha venido enfrentando un polo opositor interno, cuyo primer capítulo culmina con la renuncia de Guillermo Schulenburg, pero aún tiene otros pendientes. Cuenta con el respaldo de los Legionarios de Cristo, del Comité Pro Vida y de importantes empresarios, destacando Vázquez Raña. Su relación con el gobierno ha sido tensa, no sólo por sus críticas directas, o indirectas a través de Nuevo Criterio, sino porque el gobierno mismo no ha tenido la claridad ni la continuidad en materia religiosa. Norberto Rivera ha provocado a las élites culturales, al feminismo, a los intelectuales seculares. Tiene con ellos pendiente un intercambio más estratégico, debe evitar amurallarse en los dogmas de las verdades consagradas, para arriesgar un diálogo abierto y respetuoso.
Durante su estancia en Roma, seguramente el nuevo cardenal habrá de ponerse de acuerdo con la alta jerarquía vaticana sobre el destino de la arquidiócesis metropolitana de México. La ciudad tiene dimensiones y complejidades para las que los recursos humanos y logísticos eclesiales parecen ridículos: mil templos con poco más de 500 sacerdotes seculares y cerca de mil sacerdotes religiosos.
Desde el siglo XVII, la extensión de la sede metropolitana de la Nueva España abarcaba desde la Alta California hasta Centroamérica, y su dominio llegaba a Filipinas. A partir de entonces ha ido reduciendo su dominio, dando lugar a nuevas diócesis. Por las características del DF, lo más probable es que éste se divida en nuevas diócesis. ¿Cómo y bajo qué modalidades?, no lo sabemos. Pero en realidad es una tendencia dictada desde Roma, y se ha puesto en marcha en grandes ciudades como París, Madrid, Milán y Sao Paulo, aunque hasta el momento el saldo no ha sido favorable.
Don Norberto, ahora cardenal, podrá tener más juego propio. Podrá tomar distancia de uno de sus mentores, Alfonso López Trujillo, uno de los candidatos latinoamericanos más firmes a suceder al papa Juan Pablo II. Para muchos, un candidato temible. El nuevo cardenal podrá ahora diseñar una estrategia comunicativa con la sociedad, a través de los medios, más serena y profunda, porque hasta el momento resalta una imagen conservadora y de temperamento intolerante. Efectivamente, el cardenal, arzobispo primado de México, tendrá que ajustar y hacer profundas modernizaciones si quiere estar acorde y a la altura de un país que esta cambiando rápidamente.