Héctor Aguilar Camín
Los extranjeros de Chiapas
Madrid. El asunto de los extranjeros de Chiapas ha trascendido las fronteras de México y encontró eco en la prensa española, donde volví a enterarme de la denuncia de un programa de televisión sobre la presencia de españoles e italianos haciendo tareas de dirección, organización y vigilancia en La Realidad, Chiapas, corazón del territorio zapatista. Supe también que el gobierno de México ha empezado a revisar la condición migratoria de algunos extranjeros vinculados al movimiento chiapaneco, expulsando a algunos e impidiendo la libre circulación de otros.
Es imposible no ver la mano de la Secretaría de Gobernación en el asunto, tanto en los asuntos migratorios que son de su competencia como en el hinchamiento del tema en la prensa y el debate público. Es imposible también no torcer la nariz ante el tufillo de xenofobia y nacionalismo aldeano a que huelen estos incidentes, asociados por lo común a gobiernos autoritarios que recelan de la observación extranjera porque saben que sus procedimientos y hábitos gubernativos no resisten la menor inspección independiente. Por Chiapas, y renovadamente después de la matanza de Acteal, México está sujeto a la observación y el activismo internacional, un activismo que se ejerce por lo general contra el gobierno, más radical a veces en su adhesión a las causas locales que los partidarios locales de la causa misma. Pero México no es una república cerrada y xenofóbica, aunque tenga achaques de ambas cosas, ni es un régimen autoritario, y le vienen muy mal esas actitudes oficiales.
No obstante, hay algo qué decir, explicar y conocer de la sobreabundancia de extranjeros que pululan por territorio zapatista, que participan activamente en las redes políticas e informativas de la diócesis de San Cristóbal y que han hecho suya la causa chiapaneca. Durante una reciente visita a la zona de Chenalhó, como miembro del consejo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, no dejó de sorprenderme el que fuéramos seguidos y fotografiados al cruzar uno de los retenes militares por un estadunidense que, según me informaron, presta servicios regulares al Centro Fray Bartolomé de las Casas de Derechos Humanos, organización dependiente de la diócesis de San Cristóbal. A la entrada del pueblo de Acteal, donde nos fue prohibido el acceso, había una manta con la efigie del subcomandante Marcos y una leyenda en español dando la bienvenida a ``nacionales y extranjeros''. Había también un aviso bilingüe: ``Bienvenidos a Acteal. Si quiere visitar esta comunidad debe indentificarse ante sus autoridades''. Y abajo: ``Welcome to Acteal. If you want to visit this community, identify yourself before the authorities''.
Es inevitable preguntarse qué pasa en esos pueblos a propósito de su relación con los extranjeros, qué clase de demanda o qué clase de visitantes han hecho necesarias esas previsiones lingüísticas de corte turístico, y quién se hace cargo de esas previsiones. Los lugareños no, evidentemente.
Se sabe de hace tiempo que la diócesis de San Cristóbal es un poderoso centro emisor de noticias y versiones internacionales. Se sabe que recibe de fundaciones y movimientos solidarios extranjeros cantidades respetables que algunas notas de prensa hacen llegar a los 300 mil dólares. Se sabe que la mitad del conflicto chiapaneco ha sido acompañado por las ONG venidas de fuera, mexicanas y extranjeras, que vigilan el proceso. Sabemos por la prensa el flujo incesante de lo que antes se llamaba turismo revolucionario, que lleva continuamente a Chiapas periodistas, personalidades, políticos y organismos extranjeros. Pocos, si algún movimiento indígena o popular mexicano ha tenido tanta atención internacional y tanta solidaridad venida de fuera como Chiapas, lo cual explica gran parte de su fuerza.
Como tantas otras cosas del movimiento chiapaneco, la participación en él de estos solidarios extranjeros y su verdadera red de vinculaciones y apoyos en el exterior sigue siendo una nebulosa impenetrable de la que los informadores nos han informado poco y mal. Los lectores agradeceríamos en eso y en tantas otras cuestiones chiapanecas, un enfoque más profesional y menos políticamente correcto del asunto, más objetividad y menos oscuridades, más imparcialidad y rigor, menos servicios a la causa y censuras autoimpuestas.