Marcelo Noguera
Los derechos sexuales de la mujer<

A lo largo de la historia las sociedades humanas se han visto en la necesidad de regular su fertilidad. Por diferentes causas, el hombre o la mujer han tenido que inventar métodos para posponer el embarazo. De manera frecuente, las mujeres se encuentran en el extremo del espectro social, donde el poder de decisión sobre su cuerpo y sexualidad ha sido inexistente o, en los mejores casos, denegado. Han carecido del poder de decidir por sí mismas, y hasta tiempos muy recientes de la nueva globalidad, en algunos países las mujeres han recobrado ese derecho.

Por desgracia, el elemento operativo que permite que se restablezcan los derechos de la mujer depende en gran escala de la casualidad y la fortuna del lugar donde se nace: si las mujeres nacieron en países ricos o se encuentran ubicadas en lo alto de la pirámide social de los países pobres, tendrán mayor acceso a los satisfactores modernos de la salud reproductiva: planeación familiar, sistemas de salud integrales, aumento de la expectativa de vida, etc. Los hombres, en cambio, han poseído los medios para controlar sus encuentros sexuales y la fertilidad.

La Biblia, que compendia la serie de textos probablemente más leídos en el mundo occidental, se refiere claramente a la historia de Onán: éste, a la muerte de su hermano y en apego a la tradición, se encuentra obligado por Judah, su padre, a sembrar y desarrollar la semilla de la casa familiar en Tamar, su cuñada; sabiendo Onán que la semilla que crecería en el vientre de Tamar no debería ser suya, al estar con ella derramó su semilla en el suelo, acto que disgusto al Señor, por lo que mató a Onán al igual que a su hermano (Génesis 38:8-10). Las acciones de esa historia fueron las de Judah, Onán y el Señor. Tamar nunca tuvo la capacidad de decidir sobre esos actos que evidentemente lesionaban su autonomía.

Los antiguos métodos de coitus interruptus o retirarse antes de la eyaculación, han otorgado al hombre el control sobre la reproducción. Posterior en la historia del la humanidad, y dentro de la acendrada monarquía inglesa, cuando los reyes se ubicaban cercanos a Dios y muy lejos de los simples ciervos que conformaban la ciudadanía, la salud reproductiva tuvo otros episodios en los que los hombres ejercieron la supremacía de poder.

En nuestro lenguaje es común escuchar la anglosajona ``f word'', propia de los jóvenes pertenecientes a la ``generación X'' y que se relaciona directamente con la salud reproductiva. Uno de sus orígenes nos remonta a la vida cortesana dentro de palacio, hacia 1500, donde florecían las ahora genéricamente llamadas ITS (infecciones de transmisión sexual), este es el caso de la sífilis. Los funcionarios del rey establecieron el permiso para copular bajo autorización del monarca, de lo cual se derivaría posteriormente la palabra f.u.c.k (fornication under the King's consent) o copular bajo el consentimiento del rey.

La Inglaterra del siglo XVII, según una versión popular, atribuye un notable invento al doctor Condom. La historia nos dice que el galeno, a petición del rey Carlos II, tuvo la encomienda de desarrollar un método por el cual Carlos redujera la procreación de más hijos ilegítimos que comenzaban a causarle problemas en la vida de la corte.

Con el advenimiento de la modernidad en los sistemas de anticoncepción, muchas sociedades dominadas principalmente por la moral masculina han recibido con objeciones los sistemas de regulación de la fertilidad, pues al ser controlados por las mujeres regularán su propia reproducción y tendrán a su vez lo inalcanzable: el control sobre su propia sexualidad. Sin embargo, México es un entorno exclusivo al del resto de Latinoamérica y en el que los derechos de la mujer aún no son plenamente ejercidos. Muchas fallas se relacionan con la urdimbre sociocultural, herencia de dos patrimonialismos autoritarios que nos rigieron como nación: el mexica y el español, y en los cuales la intolerancia a los derechos de las mujeres demarcó su accionar social.

La mujer tiene que luchar y hacer frente no sólo a una sociedad gobernada por hombres, sino a costumbres político-religiosas que constantemente le niegan el derecho a su propia autodeterminación. Algunos hechos ejemplificarán claramente lo anterior: en el mundo se realizarán alrededor de 36-53 millones de abortos inducidos, según la declaración del Simposium Internacional sobre Investigación y Desarrollo Tecnológico en Sistemas de Anticoncepción para el 2000 y más allá, realizada en México en 1994. Asimismo, se calcula que morirán 500 mujeres diariamente por no haber accedido a un procedimiento con las mínimas e indispensables regulaciones sanitarias, pero lo peor para nuestros países y sus realidades es que 90 por ciento de esas muertes en mujeres jóvenes y productivas ocurrirá en los países pobres.

Las mujeres mexicanas también deben enfrentar una realidad que puede contravenir sus creencias fundamentales en lo religioso: el México profundamente católico enfrenta a sus mujeres a la coyuntural disyuntiva religiosa entre ejercer su libertad sexual y planificar su número de hijos con métodos no permitidos por el dogma de la reproducción humana. De tal forma, la mujer que ejercita su derecho a la información y el uso de métodos anticonceptivos se enfrentará a la dualidad de lo existencial y lo divino. Pero también, la mujer que con valor ejerce sus derechos puede ser enfrentada no sólo a su religión, sino a su familia, a su cultura y a su trabajo.

La salud reproductiva está ligada intrínsecamente a los derechos de la mujer, y la información sobre éstos no será un privilegio sino una responsabilidad en las políticas de salud, públicas y privadas. Si deseamos que nuestra sociedad en su conjunto evolucione hacia un estadio donde se puedan tener los mejores indicadores de calidad de vida, debemos insistir en los derechos de la salud reproductiva.